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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El mal en la era de la tontuna

El estremecedor caso de la enfermera Lucy Letby muestra las sociedades kafkianas que estamos construyendo

Actualizada 11:34

Lucy Letby, de 33 años, parecía una chica británica normal, una más de una clase media cumplidora y correcta. Pelo pajizo, ojos claros, una sonrisa amistosa con las paletas delanteras un pelín salidas. Sus amigos de la infancia la apodaban Mary Poppins, porque en su bolso siempre aparecía de todo ante cualquier imprevisto. Hija de un contable y una auxiliar administrativa, se crio en Gales y se convirtió en la primera de su familia que llegó a la universidad, donde se licenció como enfermera para especializarse en pediatría. Estudiosa, trabajadora, articulada, tranquila. Así recuerdan a Lucy. Alegre y serena.

La enfermera es madrina de dos niños; dueña de dos gatos, Tigger y Smude; y propietaria de un flamante chalecito adosado cerca de su trabajo. Estaba empleada en la unidad neonatal del Hospital de la Condesa de Chester, ciudad situada a unos 65 kilómetros de Manchester. Veraneaba en Ibiza, acudía cada semana a su clase de salsa y aunque no era muy parrandera y parecía un poquito tímida, si tocaba salir a tomar una pinta con los del trabajo se sumaba.

Lucy no tenía pareja y mantenía una relación amistosa con un médico casado de su servicio, con ensoñaciones románticas, según algunos compañeros. Decoraba su dormitorio con ositos de peluche, imágenes de Disney y un cartelito con el lema «el amor brilla allá donde vas». En el trabajo se mostraba muy responsable. Se ofrecía voluntaria para tareas fatigosas. De hacerle algún reproche, acaso sería que resultaba demasiado tiquismiquis en su alto nivel de exigencia profesional.

Pero Lucy –ay– encarnaba en realidad el mal absoluto. Era una crudelísima asesina en serie, que acaba de ser condenada a cadena perpetua por matar a siete bebes, alguno de ellos del tamaño del puño de un adulto, e intentarlo con otros seis. De hecho la investigación continúa abierta, porque se cree que pudo haber atacado hasta a una treintena de recién nacidos. En el juicio no mostró atisbo alguno de remordimiento y solo lloró cuando se enseñaron fotos de su linda casita. Lloraba por autoconmiseración, nunca por sus víctimas.

Lucy comenzó a asesinar bebés en el hospital de la Condesa de Chester en junio de 2015, con tres muertes en solo dos semanas en la unidad de neonatos del centro. Este drama tiene un héroe, el doctor Stephen Brearey, uno de los médicos del servicio. Los fallecimientos le parecieron anómalos desde el primer momento, estudió los cuadrantes de trabajo y reparó desde el primer instante en que había un nexo común: la enfermera de guardia era Lucy Letby. Pero no la detuvieron hasta julio de 2018.

En octubre de 2015 mueren dos bebés más. Brearey eleva sus sospechas sobre la enfermera Letby a la dirección, apoyado por otro pediatra del servicio, el doctor Ravi Jayram. Sus jefes les piden que no armen escándalo, pues si continúan con esas ideas peregrinas pueden dañar la buena reputación del hospital.

En mayo de 2016, Lucy mata a dos bebés más. Su método preferido es inyectarles aire, pero en ocasiones también lo hace con insulina, o intentando asfixiarlos. Ante este nuevo caso, el doctor Brearey logra por fin que lo reciban formalmente los directores del servicio médico y de enfermería. Pero le dicen que no aporta evidencias concluyentes, que sus acusaciones no sirven.

Al mes siguiente, la enfermera mata a dos trillizos en su guardia de 24 horas. La dirección del hospital reacciona por fin. La aparta del servicio neonatal y la envía a trabajar a las oficinas. Pero no la acusan formalmente de nada y se niegan a avisar a la policía.

Lucy no se amilana. Presenta una queja formal por acoso y caza de brujas. Lo asombroso es que la dirección del hospital le da pábulo. El 22 de diciembre de 2016, tras dieciocho meses de asesinatos, los responsables del centro se reúnen con la enfermera y sus padres para escuchar sus quejas y pedirle disculpas a la pobre enfermera difamada. Para resarcir a la víctima le ofrecen pagarle un máster de formación, y el retorno al servicio o trasladarla al hospital de Liverpool, lo que prefiera. La dirección obliga también a Brearey y Jayram, los médicos que han venido señalando que todo apunta a la enfermera, a que le escriban una carta de disculpas, que se ven forzados a enviarle en febrero de 2017: «Nos gustaría disculparnos por cualquier comentario inapropiado que hayamos hecho en este difícil periodo. Sentimos mucho el estrés y la tristeza que has sufrido este año». Kafka en estado puro.

El siguiente paso es que en abril de 2017 la dirección anuncia que la acosada Lucy Letby volverá a la sala de neonatos al mes siguiente. Ahí los médicos Brearey y Jayram ya estallan y deciden acudir directamente a la policía de Cheshire. Finalmente será detenida en su casa el 3 de julio de 2018.

No se sabe cuál fue su móvil (¿llamar la atención?, ¿la adrenalina del riesgo?). Lo que sí se sabe, siempre se ha sabido, es que el puro mal existe. Pero ahora hemos arribado a un mundo buenista hasta lo tontolaba, donde se puede llegar a tratar a una horrible asesina que extermina lo más frágil y puro que existe como si fuese la víctima de una conjura de dos médicos pasados de rosca (y probablemente machistas).

Una historia tremenda, que da qué pensar sobre el mundo que estamos creando.

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