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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Impudor

Desmembrar países siempre ha sido el viejo sueño comunista para luego armarlos a su manera, como en un rompecabezas o puzzle, que respondiera mejor a sus controles

Actualizada 01:30

¿Vieron la última intervención de Pedro Sánchez? ¿Notaron en ella lo mismo que noté yo? Sánchez, sin pudor, ninguno, tomaba frases completas del discurso de investidura de Alberto Núñez Feijóo y, vulgarizándolas, las hacía suyas. No se trata, como ustedes pudieran imaginar, de un impulso inconsciente, no. Es sinvergüencería pura.

Durante mucho tiempo yo creía lo mismo cuando encontraba pasajes de mis novelas en las novelas de Quendy Guarra, esa actriz cienfueguera devenida escritora por obra y gracia de un premio literario que se inventó Gabo, con un solo miembro como jurado, que dijo, una vez que la hicieron famosa y la condecoraron con las mismas condecoraciones que yo había ganado antes con mi esfuerzo, que «Raúl Castro había vuelto a poner la isla en el universo»; creo que es la única idea de su propia inspiración que ha interpretado bien, sino es que se la soplaron desde el CDR (Comité de Defensa de la Revolución), o del mismísimo Consejo de Estado…

Pues no, no es un problema de doble personalidad, y por tanto psicológico, oh que no; se trata de que los comunistas roban las ideas de las personas brillantes, las hacen suyas, siempre ninguneándolas y moldeándolas a su manera, y con ello son conscientes de que borran o empañan al que las generó. Una treta marxista que se usó mucho en la extinta, ¿extinta? URSS.

De ahí que cuando Pedro Sánchez expresó en su histérico discurso –sí, histérico, porque este hombre no puede comportarse de forma más convulsa ni volviendo a nacer doscientas veces–, que Feijóo miente, pues ya saben, el que miente es él. Es más, ¿cuándo ha dejado de mentir Pedro Sánchez? Esa sería la verdadera y única cuestión.

O, cuando gritó a todo pulmón que Feijóo se ha inventado una investidura donde no la hubo (habiéndola), es él quien con muchísimos menos votos y hundiendo España mediante un golpe de Estado y junto a un puñado de terroristas se ha apropiado de una investidura que no le toca ni por asomo.

Lo cierto es que, en la misma semana, (vaya semanita) el «carajito» –le tomo prestado el adjetivo devenido nombrete a los venezolanos– que tienen los franceses como presidente anunció que modificaría la Constitución; así, como sin más, sin consultar a nadie, para darle más autonomía a Córcega, aunque eso sí, ojo que esto sí que será ultrainalterable, la lengua oficial seguiría siendo el francés. Ah, bueno, cojoño, menos mal.

Tampoco es casualidad, ¡cómo iba a serlo! Recuerden la visita de Macron a Barcelona, y la conferencia de prensa con aquellos periodistas, en la que una de ellas le preguntó si le preocupaba la extrema derecha, y él respondió muy puesto en su teatralidad molieresca que no, que él le había ganado a la extrema derecha, y que con la extrema derecha había que contar mientras fuera constitucional, y que de lo que se trataba ahora era de definir capitales culturales… ¿Capitales culturales? ¿De qué, de dónde esas capitales, en países, continentes, municipios o barrios…?

¿No será que todo esto se trata de un plan mayor y que por eso Sánchez está tan tranquilo? Porque mientras nosotros nos movemos en un ámbito estrictamente interno dentro del concepto: país España, él anda haciendo de las suyas volando en el Falcón, reuniéndose con presidentes, y elitistas, que son los que al final dominan y controlan, y promete esto, lo otro y lo de más allá… Dando por hecho y descontado de que lo sostendrán en el guión, o sea, en el escenario que sólo existe en su mente deseosa, y en las ambiciones ajenas. Lo más probable.

Desmembrar países siempre ha sido el viejo sueño comunista para luego armarlos a su manera, como en un rompecabezas o puzle, que respondiera mejor a sus controles. Fue lo que hizo Castro I en Cuba, que en 1959 tenía seis provincias y funcionaba a las mil maravillas, y al fragmentarlas en catorce todo se fue al carajín, y sin los cohetes que, según la comunista Yolanda Díaz, habrían podido salvar a los ricos, quienes por el contrario debieron remar en balsa hacia el «norte revuelto y brutal», que así denominaría José Martí a Estados Unidos; ni siquiera imaginaba entonces que sus palabras iban a ser manipuladas por los comunistas, hasta apropiárselas y tacharlo ad nauseam.

Lo sé, se preguntarán ustedes, ¿por qué Zoé Valdés nos viene siempre con lo de la candanga, o tabarra comunista? Es que cada loco con su tema, que reza el dicho, o cada muela para su dolor, otro refrán. Pero no se inquieten demasiado, porque si las cosas siguen como van y no cambian, en breve ustedes percibirán en carne propia el efecto de mi perturbación reiterativa y, no sólo la advertirán, además empezarán a padecerla y asimilarla, sin remedio, porque contra eso no existe recetario alguno. O sí, la única receta lo dio Santiago Abascal en su discurso durante la investidura de Feijoo, fíjense que a este sí que a Sánchez no le dio por copiarlo y hacer suyas sus palabras, ni retorciéndolas. Y no por impudor, por cobardía.

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