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Enrique García-Máiquez

Y esto ¿quién lo paga?

Lo terrible es que Sánchez gobernará a cuenta del futuro de nuestros hijos, a los que va a dejar un país hecho unos zorros (de suponer que quedará un país) y una deuda pública absolutamente salida de madre

Actualizada 01:30

Hace unas semanas me sorprendió un alumno preguntándome exactamente lo mismo que musitó Josep Pla cuando llegó a Nueva York y vio todos los rascacielos encendidos. Mi alumno de FP me lo preguntaba del montaje político. «Y esto ¿quién lo paga?» Es una pregunta esencial para entender la política en concreto y, en general, la marcha del mundo.

Cabe hacérsela ante los pactos de Sánchez. Estoy muy a favor de rasgarnos las vestiduras por sus implicaciones jurídicas, políticas, institucionales, sin duda históricas. Yo soy el primero en el desgarro. Pero el plan de Sánchez para contrarrestar el escándalo de tanta gente de bien (asociaciones de jueces, de diplomáticos, medios extranjeros, etc.) es doble, aunque simple como el mecanismo de un botijo.

Por un lado, promover y publicitar la división dentro de un gran movimiento de repulsa. La táctica es sencilla: señalar a la derecha para que el centromoderado [sic], los profesionales más o menos apolíticos y las izquierdas concienciadas se abochornen de la compañía y dejan de protestar. Debería salirle mal, pero depende de la fortaleza de ánimo de todos. Ya le he dedicado al asunto dos o tres artículos.

Ocupémonos hoy de la segunda parte de la tenaza. Sánchez tiene que desactivar también la desazón y el bochorno de la gente más corriente y menos interesada en política. Para eso es fundamental que los baches institucionales no se noten en la economía. Que la liquidez siga corriendo. Ahí llegamos a Pla y a la pregunta que hizo mano a mano con mi alumno: «¿Quién lo paga?»

La factura va a ser de aúpa. Hagan las cuentas. Hay que pagar a los nacionalistas de toda metralla y condición que apoyan a Sánchez, pero, además, el PSOE tiene que pagar a los fieles palmeros del presidente, que a ver de qué iban ellos a aplaudir si no. Y encima tiene que regar de dinero a las comunidades votantes del PSOE para que no noten las apreturas económicas; y a las del PP también hay que adormilarlas con los presupuestos.

En principio, darán otra vuelta de tuerca a nuestros impuestos. Pero no parece que pueden sacarnos mucho más de unos bolsillos exhaustos y de unas economías familiares desestructuradas. ¿Qué hará entonces Pedro Sánchez? Por supuesto, dejar de regar con dinero público a los socios, a los suyos y los sosias es imposible. Sánchez tirará de deuda pública. No tiene otra salida.

Lo terrible es que Sánchez estará gobernando a cuenta del futuro de nuestros hijos, a los que va a dejar en lo institucional, un país hecho unos zorros, si se me permite el notorio optimismo de suponer que quedará un país; y en lo económico, una deuda pública absolutamente salida de madre, que ni la industria ni al campo ni la pesca –previamente esquilmadas– podrán afrontar.

Observo que se hacen discursos de técnica jurídica que están muy bien y alegatos a la unidad nacional que no son para nada mentira, pero echo en falta la preocupación por las próximas generaciones. Esto, que es un horror, cuando llegue a nuestros hijos, en forma de deuda económica y de división entre españoles, va a ser realmente espantoso. Una sociedad antinatalista, casi resignada a su lenta extinción hedonista, es normal que piense poco o nada en las promociones futuras de españoles. Nosotros, padres de niños todavía o de preadolescentes, tenemos un interés redoblado en esta crisis. En lo moral, tendríamos que gritar al progresismo: «Quita tus sucias manos de nuestros hijos». En lo político y económico, urge añadir: «Quita tus sucias manos futuras de los bolsillos de nuestros hijos».

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