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LiberalidadesJuan Carlos Girauta

El hombre que fue varios hombres

Si no creyera realmente en las causas de la extrema izquierda le bastaría con no meterse en jardines innecesarios e ir cumpliendo con sus socios. Pero, en esta metamorfosis, Sánchez, amén de golpista, es un activista radical

Actualizada 01:30

Es sabido que Sánchez se ha ido transformando de acuerdo con sus personales necesidades narcisistas. Sostengo que sus transformaciones han sido reales. No estamos ante un simple mentiroso sino ante alguien sin brújula moral. Si el hombre es bueno o no por naturaleza es un debate de demasiada enjundia para despacharlo aquí. Yo estoy más con Hobbes que con Rousseau y no compro el mito del buen salvaje. Lo que no significa negar que el humano sea un ser moral. Es una aberración (que confirma la regla) ignorar las consecuencias de las propias acciones cuando racionalmente se distingue entre el bien y el mal. O entre lo verdadero y lo falso. Mediante mecanismos que la ciencia conoce cada vez mejor, nuestro cerebro reelabora los recuerdos, elimina cosas que existieron, añade otras que no existieron y acaba recordando como genuinas falsas versiones de lo vivido que justifican acciones y omisiones dañinas. Eso explica, por ejemplo, la enorme cantidad de catalanes que recuerdan haber sido catalanistas y antifranquistas en la dictadura sin ningún asiento fáctico. Lo de Sánchez es diferente: ilustra la aberración antes mencionada, sí, pero posee el poder de reformar su memoria en tiempo récord. En ese sentido, como en otros, es inhumano.

Al ser verdaderas sus vertiginosas transformaciones, es el primero en creer sus mentiras. Invierte sus posturas a conveniencia en períodos tan cortos que deja a los suyos sin resuello ético. Todavía resuena el eco de una firme aseveración –la amnistía es inconstitucional, gobernar con Podemos me impediría dormir, nunca pactaré con Bildu– cuando ya está defendiendo lo contrario. Pero defendiéndolo sinceramente, con plena convicción. Su última mutación es fruto de la necesidad de contentar a todos los partidos contrarios a la unidad de España y a la Constitución. Pues bien, Sánchez ha devenido realmente un radical de extrema izquierda. No olviden que la nueva izquierda woke abraza los nacionalismos de secesión; de ahí que la presencia en su bloque de la extrema derecha supremacista catalana y vasca no impida a los medios del régimen presentar tranquilamente tan heteróclito conjunto como «progresista».

La prueba de que sus alteraciones son reales, de que no son impostadas, está en la de otro modo inexplicable serie de actos y declaraciones contrarios a sus intereses realizados en el brevísimo tiempo que le separa de la investidura. Incorporar a notorios antisemitas a su Gobierno en el actual contexto, encabezar el apoyo a Hamás (hecho reconocido por la propia organización terrorista) rompiendo a conciencia la coordinación de la UE al adelantar su reconocimiento unilateral del Estado Palestino, o enemistarse gratuitamente con Italia y Holanda son decisiones perniciosas para España, pero también le dañan a él, que encara la legislatura convertido en un paria internacional con nuevos enemigos por él mismo creados. Si no creyera realmente en las causas de la extrema izquierda le bastaría con no meterse en jardines innecesarios e ir cumpliendo con sus socios. Pero, en esta metamorfosis, Sánchez, amén de golpista, es un activista radical.

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