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TribunaGonzalo Ortiz

La Nakba (Catástrofe)

Como enunciaba la Declaración Balfour, el pueblo judío merece un Estado propio, pero no a costa de las poblaciones no judías

Actualizada 01:30

Acaba de publicarse en España un interesante libro Cien años de guerra en Palestina obra de Rashid Khalidi, autor palestino musulmán que, sin embargo, busca un relato objetivo de lo que efectivamente es una serie de guerras que ya duran más de un siglo.

En 1917, acabada la Primera Guerra Mundial, al Imperio Británico se le asigna una parte del hasta entonces territorio turco de Palestina, en forma de mandato, con las directrices del acuerdo franco británico Sykes-Picot. La Declaración Balfour de 1917 contiene el compromiso británico de crear un «hogar judío» en Palestina «sin perjuicio de los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes».

Desde esa fecha y hasta 1939 todo serán facilidades para la emigración judía hacia Palestina. El mandato de 1932 sólo reconoce a los judíos el derecho a la independencia. La población árabe de Palestina se ve amenazada sin que llegue a materializarse una identidad nacional equiparable a las que van surgiendo en Líbano, Siria, o Iraq, por ejemplo. La Comisión Peel reafirmó que el pueblo palestino no tiene características nacionales y sólo se reconocen «comunidades religiosas». Otro Libro Blanco en 1939 va a intentar limitar la emigración judía y la venta de terrenos prometiendo instituciones administrativas en el plazo de cinco años y autogobierno.

La Segunda Guerra Mundial cambia radicalmente el panorama. El mundo se «culpabiliza» de las matanzas nazis y miles de judíos de la Diáspora empiezan a emigrar a Palestina. Ello supone que poco a poco los británicos pierden el timón del proceso y que las Naciones Unidas ya en 1948 con el apoyo de EE. UU. y de la URSS declaren la partición. Surge el Estado de Israel con miles palestinos desposeídos (unos 700.000 ) en la tragedia que los árabes llaman la Nakba (Catástrofe).

Han pasado 75 años con múltiples guerras y varios comunes denominadores: las IDF (las fuerzas armadas de Israel), siempre acaban imponiéndose y acaban aplastando a los árabes. Aunque la existencia de Israel se ha visto amenazada por los sucesivos conflictos, al final, siempre se ha visto reforzada. Desde Ben Gurion hasta ahora, la violencia se ha impuesto a cualquier otra alternativa. Las rivalidades interárabes han debilitado la causa palestina, que salvo quizás con Arafat, ha carecido de líderes de categoría. A menudo las explosiones de rabia palestina (como las dos intifadas) han alejado las posibilidades de acuerdo. Y los Estados Unidos, el gran aliado de Israel, apoyando sin cortapisas, ha dejado que el Estado judío marque el curso de los acontecimientos.

El ataque indiscriminado de Hamas el pasado 7 de octubre (han pasado ya 5 meses), demuestra que a pesar de los avances logrados con la normalización de las relaciones con Israel, con los llamados acuerdos de Abraham (más Egipto y Jordania ), la herida de la Nakba en Palestina sigue tan purulenta como siempre. La ocupación total previsible de Israel de Gaza es un nuevo capítulo sangriento que levanta la polvareda de nuevos odios y repite el guión: cólera desenfrenada de elementos extremistas palestinos, reacción masiva y desproporcionada de Israel, y agravamiento de los enconos.

Como dice Shlomo Ben Ami en su libro Profetas sin honor cada vez parece más lejana la solución de los dos Estados y siguen abiertos los cuatro temas de una ecuación «imposible»: delimitación territorial, seguridad para Israel, vuelta de los refugiados y estatus de Jerusalén. El académico, que fue ministro de Asuntos Exteriores israelí es «profunda y amargamente» crítico con los palestinos y autocrítico con Israel. Coincide con Khalidi en las culpas propias y en que se han perdido demasiadas oportunidades de llegar a un arreglo.

En estos días se confirmaba la dimisión en bloque de los ministros de la Autoridad Palestina, presidida por Mahmud Abas. Ni él ni Benjamin Netanyahu pueden liderar iniciativas de paz de largo alcance. El acercamiento entre Arabia Saudita e Israel ha quedado paralizado. Son cada vez más fuertes en Estados Unidos las voces que critican la forma de actuar del Gobierno y del alto mando israelí. El secretario de Estado Blinken, en misión constante en la región, está seriamente preocupado por una situación, que Rosemary di Carlo calificó en 2019 de proceso «estancado en una peligrosa parálisis que está alimentando el extremismo y exacerbando las tensiones».

Las incursión de los terroristas de Hamas en los asentamientos israelíes fronterizos ha puesto de relieve que también Israel tiene fragilidades. Y que Hamas ha destinado dinero de la cooperación (y de la UNRWA) a construir costosos túneles, y para un rearme masivo que le permite disponer de miles de misiles. El mundo contempla la falta de escrúpulos de Israel, al atacar objetivos civiles (incluso hospitales) si sus objetivos militares lo aconsejan. Y es evidente la tremenda expansión de las colonias israelíes en Cisjordania (en la actualidad más de 600.000 colonos).

Hay procesos de descolonización que han tenido éxito, al menos relativo: desaparición de los llamados «tratados desiguales», salida de unidades militares de la potencia colonial y progresivo control de los recursos propios. En otros, como el Sahara occidental o Palestina, la presencia de la antigua potencia colonial ha venido a ser sustituida por otra. Como enunciaba la Declaración Balfour, el pueblo judío merece un Estado propio, pero no a costa de las poblaciones no judías. Estos derechos están, una vez más, en peligro cuando Israel se dispone a ocupar toda Gaza y mantener su presencia asfixiante en Cisjordania. ¿Quién podrá parar la guerra ? ¿Qué presidente de los Estados Unidos, apoyando como siempre a Israel, será capaz de arbitrar un futuro de paz entre palestinos e israelíes? ¿Quién podrá convencer al Gobierno israelí, a los palestinos y a los Estados de la Liga Arabe, que es necesario llegar a unos acuerdos justos y definitivos? Demasiadas preguntas de casi imposible respuesta en un conflicto que dura ya más de 100 años.

  • Gonzalo Ortiz es embajador de España
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