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TribunaGonzalo Ortiz

Descrédito y desorden en política exterior

Los resultados del 23 de julio han supuesto un giro radical que ha desvelado finalmente las motivaciones ocultas en política exterior

Actualizada 01:30

El pasado sábado día 2 de diciembre, en una entrevista publicada, el profesor francés Benoit Pellistrandi afirmaba que «la agenda interna ha prevalecido sobre todo lo demás y no ha habido políticamente una presidencia española de la Unión Europea». Cuestión tan grave como la ley de amnistía, íntimamente ligada con la necesidad imperiosa de Sánchez de conseguir siete votos de Junts, ha puesto patas arriba a la diplomacia española .

Pero la cuestión no viene de hoy, sino «ab initio», desde la toma de posesión del actual presidente de Gobierno en junio de 2018. Con Borrell como ministro de Asuntos Exteriores parecía en algún momento que se mantenía el curso de la defensa de la unidad de España y la consiguiente condena del golpismo separatista. Pero pronto se pudo apreciar que en el Instituto Cervantes se cambiaba de óptica y se empezaban a promocionar con fuerza las lenguas cooficiales. Luego se suprimieron las restricciones crediticias y la Generalitat reabrió primero sus antiguas delegaciones y después empezó a expandir su red internacional... con ayuda del propio Gobierno español.

Teóricamente, Puigdemont seguía siendo prófugo, pero desde el gobierno no se apoyaba al juez Llarena cuando tuvo una demanda en su contra, y a mediados de la pasada legislatura el Gobierno presionó al Tribunal Supremo para que condenase a Junqueras y sus cómplices no por «rebelión» sino por «sedición». A continuación, se eliminó del código penal el delito de sedición y se atenuaron las penas por malversación de caudales públicos. Luego llegaron los indultos, en una serie de movimientos que sirvieron para dar nueva vida al independentismo, muy golpeado y dividido tras el desastre de 2017.

En cuanto a la política exterior, manteniendo la alianza con Estados Unidos y la buena relación con la Unión Europea, hubo también significativos movimientos de aproximación al populismo izquierdista del Grupo de Puebla con el incidente de la embajada de México en Bolivia, el aterrizaje inexplicado de Delcy Rodríguez en Barajas, y las manifestaciones de simpatía y camaradería con presidentes como Amlo, Petro, Lula, Alberto Fernández o Gabriel Boric.

Los resultados del 23 de julio han supuesto un giro radical que ha desvelado finalmente las motivaciones ocultas en política exterior. Por una parte, ha adquirido una nueva relevancia el expresidente Zapatero que reúne en su palmarés el estrepitoso fracaso de su gestión en España con la amistad de los más infames autócratas americanos. ZP es, además, el gran precursor del nuevo guerracivilismo y de la política de aproximación al separatismo para gobernar España indefinidamente. Por otra parte, y éste es un hecho gravísimo, el PSOE ha «impuesto» la oficialidad del catalán, del gallego y del vasco en el Congreso de los Diputados incluso antes de la reforma del reglamento. Esto conducirá inevitablemente a la desaparición de la nación española. Para la política exterior tan grave es este cambio de rumbo como lo ocurrido en 2017, con un ministro que porfía ante la Unión Europea para que ésta acepte el disparate de las cuatro lenguas oficiales. No se conoce el caso de políticos que actúen con tal descaro contra los intereses de su país.

Por otra parte, el despliegue exterior del Gobierno catalán (a la que seguirán otras autonomías) contradice lo previsto en la Constitución Española en el sentido de que la acción en el exterior del Estado es competencia exclusiva (la actual composición del Tribunal Constitucional podría sin duda «justificar» lo contrario).

Escribía el pasado 3 de diciembre Antonio Caño que «España se rompe, se está rompiendo ante nuestros ojos». La ruptura tiene, al menos, cuatro frentes:

1. Desaparición de la división de poderes y del Estado de derecho.

2. Conversión de España en un país multinacional en el que País Vasco, Cataluña (hasta 8 naciones según Iceta ) con derecho a organizar referéndums de autodeterminación.

3. Desastre económico y grave endeudamiento, oculto por el «manguerazo» permanente del Banco Central Europeo, el control del INE y las ayudas financieras de la Unión Europea.

4. Quiebra de nuestra reputación exterior con la infamia de los verificadores internacionales (incomprensible en latitudes democráticas).

De todo ello no parece haberse dado cuenta la Unión Europea ni el comisario Reynders, a quienes al parecer sólo preocupan la modificación del delito de malversación y la gestión de los miles de millones de euros de financiación covid. Pero se olvidan que la Unión Europea establece a sus miembros, como condición sine qua non, el ser democracias, división de poderes que se les viene exigiendo a Polonia y a Hungría.

Entre tanto se multiplican los tropiezos grandes o pequeños en política exterior. Sigue siendo inexplicable la cesión de Sánchez a Marruecos de soberanía sobre el Sáhara. Se enrarecen las relaciones con Argelia y en las últimas semanas con Israel y con Italia. Ante el giro de 180 grados en política interior hay que enviar a las embajadas un prontuario para explicar la falta de consistencia en la defensa de los intereses nacionales. En la Unión Europea (como en Estados Unidos) no se acaba de entender el posicionamiento de Sánchez en el conflicto de Gaza («repulsa» de Israel, «felicitación» de Hamás). Finalmente la victoria de Milei en Argentina es otro tropiezo, ya que el Gobierno español había apoyado descaradamente al candidato Massa.

Descrédito y desorden. La política exterior española está en el momento más bajo de los últimos 45 años. Cuando el presidente de Gobierno acaba de publicar un nuevo libro autobiográfico, Tierra firme, la realidad es que se mueve en aguas cenagosas. Como dice el profesor Pellistrandi «el traspiés del viaje de Sánchez a Oriente Medio ha dado una imagen absolutamente calamitosa de la diplomacia española».

  • Gonzalo Ortiz es embajador de España
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