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TribunaJosep Maria Aguiló

Mi kit de supervivencia constitucional

La comisaria europea de Preparación, Gestión de Crisis e Igualdad, Hadja Lahbib, fue incluso un poco más allá y bromeó diciendo que este lote tan completo debería incluir igualmente «todo lo necesario para cocinar unos espaguetis a la puttanesca: pasta, tomate y aceitunas»

Actualizada 01:30

La primera vez que me planteé muy seriamente la posibilidad de llegar a adquirir un kit de supervivencia no fue el pasado mes de marzo, sino el mes de noviembre de 2023, coincidiendo con la nueva sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.

Previendo entonces que finalmente habría un acuerdo entre 23 partidos distintos —incluidos los 16 que conformaban Sumar— para garantizar la «estabilidad» en este nuevo mandato, estuve indagando durante aquellos días por internet para ver si tal vez existiría la opción de poder comprar un kit de supervivencia constitucional, con el objetivo de intentar resistir heroicamente hasta noviembre de 2027, una resistencia que seguramente sería algo más factible con la ayuda de los partidos de la oposición.

Tras varias semanas de intensa búsqueda, no encontré ningún kit de supervivencia específico para salvaguardarme a mí, a millones de españoles y por supuesto también a la Constitución de posibles inclemencias más o menos apocalípticas, aunque también es cierto que vi que los kits estándar más vendidos contenían algunos elementos más que aprovechables para ayudar a sobrellevar lo mejor posible la pasada y presente situación política en España.

Así, pude comprobar que la mayoría de esos estuches contienen casi siempre un botiquín de primeros auxilios, una brújula de última generación, una linterna para poder moverse con soltura en la oscuridad, unos auriculares de protección, unos tapones para los oídos y unos bastones de emergencia. Algunas mochilas cuentan, además, con objetos ya más especializados, como por ejemplo unos prismáticos de largo alcance, un taburete plegable, una cuerda paracord de dos milímetros, una bolsa de hidratación, un encendedor de pedernal e incluso a veces también una pequeña tienda de campaña.

Ante la posible eventualidad de tener que pasar, tal vez, algún tiempo fuera de casa, descubrí que hay igualmente macutos que incluyen un infiernillo —no confundir, por favor, con el que estaríamos viviendo ahora—, un pelador de patatas y otro de tomates de la huerta, un vaso plegable que se puede reciclar, una taza y una olla de acero inoxidable, una cantimplora de aluminio, un set de cubiertos y hasta un salt & pepper, que no sabía lo que era, aunque todavía ahora no lo acabo de tener aún del todo claro.

Si comparo aquellos kits con el que acaba de proponer recientemente la Unión Europea, debo reconocer que este último no está tampoco nada mal, pues nunca está de más tener también en nuestro piso agua embotellada, latas en conserva, baterías, cargadores, radios de pilas de onda larga, documentos de identidad plastificados, juegos de mesa, dinero en efectivo, medicamentos, cerillas, artículos de higiene o tabletas de yodo.

La comisaria europea de Preparación, Gestión de Crisis e Igualdad, Hadja Lahbib, fue incluso un poco más allá y bromeó diciendo que este lote tan completo debería incluir igualmente «todo lo necesario para cocinar unos espaguetis a la puttanesca: pasta, tomate y aceitunas». A mí los espaguetis me encantan, pero posiblemente la vertiente estrictamente gastronómica del asunto quedaría aún mucho mejor cubierta si pudiéramos incluir también un surtido de ibéricos o de quesos y otro de polvorones.

Aun así, ya saben ustedes que el kit recomendado desde Bruselas sólo serviría en caso de guerra, de ciberataque o de desastre natural, y además para un periodo de únicamente 72 horas, por lo que tampoco se ajustaría del todo a lo que estoy buscando desde hace un año y medio.

Partiendo de esa base, estos días he llegado a la conclusión de que para confeccionar mi propio kit de supervivencia constitucional tendría que añadir, en principio, cuatro o cinco elementos más. Dichos elementos serían un ejemplar plastificado de la Constitución, que además pudiera ser llevado en el bolsillo sin ser detectado por el Gobierno, dos pequeñas banderas plegables —una española y otra de la Unión Europea—, una pulsera de la suerte y unas fotos antiguas en color sepia de la época de la Transición.

En mi kit habría también, dado mi marianismo irredento, un muñequito de Mariano Rajoy deudor de los muñequitos de Elvis que hace unos años había en los salpicaderos de los coches y que se hicieron especialmente populares entonces. En el caso del muñequito de Mariano, movería la cabecita de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, como para dar a entender su sorpresa y su perplejidad, que hoy sería también un poco la nuestra.

No todos mis amigos y conocidos coinciden en mi idea de que tal vez sería bueno contar a partir de ahora con un kit como el que les acabo de detallar. De hecho, algunos de ellos están tan felices desde noviembre de 2023, que imagino que lo que deben de tener en casa desde entonces es una especie de cotillón de uso diario muy parecido a los que se compran o se reparten en Nochevieja, con sus adornos, sus disfraces, sus máscaras, sus confetis, sus serpentinas y sus matasuegras.

También es igualmente verdad que algunos buenos amigos socialistas me han mostrado su franca predisposición para empezar a confeccionar en breve un kit de supervivencia constitucional. En ese sentido, mi felicidad sería ya casi completa si el presidente del Gobierno abrazase también algún día esa loable causa, pero me temo que nunca llegarán a ver mis ojos ni mis lentillas una apasionada y sincera defensa suya de la Carta Magna.

  • Josep Maria Aguiló es periodista
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