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02 de julio de 2024

Un mundo felizJaume Vives

Vocación en vías de extinción

Deberíamos valorar, conservar y favorecer la existencia de establecimientos como el Hotel Xabier, mesones como el de Cándido, restaurantes como Venta de Aires y otros muchos, todos ellos excepcionales

Actualizada 01:30

La semana pasada tuve ocasión de conversar con Aurora, madre de familia numerosa y ejemplar, que lleva toda una vida dedicada a la hostelería.

Regenta un hotel muy querido por nuestra familia, con un aroma especial, enclavado en un bello paraje de Navarra. En el Hotel Xabier hacen las cosas como se hacían antes. Comer allí es un anticipo del banquete celestial.

Me contaba María José, una de las hijas, que, tanto en bodas y eventos como en días normales, desde las ensaladas hasta los solomillos, todos los platos se preparan al momento. Nada de dejarlos hechos antes y recalentarlos en el momento de servirlos. Da igual que sea para un comensal o para ciento setenta.

Claro que el trabajo hecho así se complica mucho, para algunos innecesariamente, pero ellos quieren que sus clientes coman y beban como en casa de la abuela. Quizá por eso uno de los hijos, Santiago, ganó el premio al mejor sumiller de Navarra en 2023.

Me contaba Aurora cómo ha empeorado el trato que les dispensan los clientes. Y no me sonaba a chino, imagino que al lector tampoco. Nos hemos acostumbrado a que, en un restaurante, los camareros tengan que hacer realidad nuestros deseos y órdenes, y no solo eso, sino que debe ser ipso facto.

Es como si al entrar en un restaurante la paciencia y la comprensión se nos fueran por los poros. Empezamos rápido con las miradas, los malos gestos, las impertinencias y lo que haga falta.

Con mucho tino me decía que a nadie le pasa lo mismo cuando tiene que esperar media hora en la cola de El Corte Inglés, pero tener que esperar diez minutos en un restaurante nos parece una afrenta imperdonable.

Otros se quejan de los precios, como si organizar un restaurante, un hotel, una carta, una plantilla, un servicio de atención veinticuatro horas al día o la limpieza de decenas de habitaciones fuera un regalo del viento.

Y si a esto le sumamos los salarios que en algunos lugares se pagan, los turnos dobles, la inexistencia de vacaciones o las horas extras, algunas veces sin remuneración, lo raro es que todavía quede alguien en España que quiera dedicarse a esa profesión.

Y es una pena porque, lo que para algunos es un trabajo sin mayor importancia, es un arte que, de no existir, no podríamos comer la comida de la abuela más que en su casa.

Pero es gracias a esa vocación –en vías de extinción– que en España podemos comer en multitud de sitios como si estuviéramos en casa de la abuela, aunque a veces tengamos que esperar diez minutos ¡oh, gran cruz la nuestra!

Deberíamos valorar, conservar y favorecer la existencia de establecimientos como el Hotel Xabier, mesones como el de Cándido, restaurantes como Venta de Aires y otros muchos, todos ellos excepcionales tanto por la comida que ofrecen como por el trato que dispensan a sus clientes.

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