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El puntalAntonio Jiménez

Begoña, la amnistía y la rana

No es necesario aguardar el final de la instrucción del juez Peinado sobre las actividades comerciales de Begoña Gómez para cuestionar la honradez de la «mujer del César» que, con lo publicado, está lejos de parecerlo y cada día más en entredicho

Actualizada 01:30

Hay elementos comunes que comparten el caso Begoña Gómez y la ley de amnistía aprobada por esa banda liderada por Sánchez y que, acertadamente, Rubalcaba apodó Frankenstein.

No es preciso esperar la resolución de los jueces sobre ambos casos para concluir que política, ética, estética, moral y democráticamente son reprobables. No hace falta conocer el dictamen último del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) sobre la legalidad de la ley de Amnistía , para denunciar la inmoralidad que ha supuesto haber legislado en favor de unos delincuentes a cambio de sus votos.

No es necesario aguardar el final de la instrucción del juez Peinado sobre las actividades comerciales de Begoña Gómez para cuestionar la honradez de la «mujer del César» que, con lo publicado, está lejos de parecerlo y cada día más en entredicho.

En los casos de la mujer de Sánchez y en la amnistía convergen consideraciones políticas anteriores a los dictámenes jurídicos que determinarán la responsabilidad penal en el primero, y su aplicación o no para los delitos de malversación y terrorismo en el segundo.

La amnistía es fruto de la necesidad de un dirigente político traidor, sin principios ni escrúpulos, con la que ha comprado su investidura. Por eso es una ley corrupta hecha para satisfacer el interés personal de quien ha rendido el Estado por los siete votos de unos delincuentes que tras su «victoria», proclaman que van ahora a por el referéndum de autodeterminación, convencidos de que el felón «monclovita» no dudará en concedérselo para seguir en el poder. Cosa que desmiente el cacareado final del «procés».

No hay que esperar, por tanto, a las resoluciones sobre las cuestiones prejudiciales que se van a plantear ante el TJUE y los recursos ante el Tribunal Constitucional para oponerse a una ley que antes de las elecciones generales del 23-J suscitaba el rechazo mayoritario de la sociedad y era inconcebible para todos, incluso para Sánchez y su partido.

De la misma forma, no es imprescindible saber si Begoña Gómez acabará juzgada por tráfico de influencias y corrupción en los negocios, que son los delitos por los que está siendo investigada, para inferir que ética y estéticamente es censurable su proceder, avalando ante el gobierno que preside su marido al empresario vinculado profesionalmente con ella y con el fin de que obtenga contratos del Estado.

Y más reprochable aún es haber registrado a su nombre en la Oficina de Patentes, al margen de la Universidad cuyo rector le advirtió de que era dinero público, el programa informático que tres empresas le regalaron para su máster en la Complutense con el sospechoso fin de comercializarlo en el futuro.

Un software que Begoña Gómez pidió a Indra, empresa participada por el Estado y controlada por Sánchez , Telefónica y el buscador Google y que le fabricaron gratuitamente por ser , sin duda alguna, la mujer del presidente.

Ambos asuntos, el de su mujer y la amnistía, Sánchez los está despachando sin dar explicaciones, ni asumiendo responsabilidad política alguna, tal y como evidenció cobardemente en el Congreso, donde no dio la cara en defensa de su infame ley. En cambio, apela constantemente , como cualquier populista, al victimismo para defenderse de una impostada máquina del fango movida por la ultraderecha.

Ante este estado de cosas, los ciudadanos indignados y contrarios a la autocracia a la que nos conducen Sánchez y sus socios, tenemos dos opciones: hacer como la rana de la fábula que acepta confortablemente, anestesiada por el calorcito, cocerse en la olla a fuego lento, sin escapar de un salto para librarse de una muerte segura, o reaccionar y movilizarse democráticamente en la calle y en las urnas votando masivamente contra Sánchez el 9-J.

La segunda opción es la que deberíamos ejercer todos cuantos nos sentimos concernidos por esta situación y estamos dispuestos a reaccionar en defensa de nuestras libertades y la democracia pero creo, y espero equivocarme, que la mayoría hará como la rana.

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