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28 de septiembre de 2024

El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Moscú, capital de la extrema derecha europea

La UE tiene a los peones del enemigo incrustados en el corazón de todas sus instituciones. La extrema derecha europea es Putin. No deja de tener su gracia. Eso sí, maldita gracia

Actualizada 01:30

A lo largo de medio siglo –con Stalin primero, con Kruschev después, con Brezhnev y el inicio del desmoronamiento a continuación, con Gorbachov y Yeltsin para cerrar la tragedia en ridículo–, Rusia fue el soporte (moral, como financiero, como organizativo) de la izquierda y de la extrema izquierda europeas: desde las confortables socialdemocracias nórdicas hasta la Rote Armee Fraktion de Baader y Meinhof. Eso define el largo conflicto bélico larvado al que llamamos Guerra Fría y cuya mortandad vicaria (en Asia, en África, en Latinoamérica) fue tan alta como la de cualquiera de sus dos predecesoras guerras mundiales.

En las cabezas europeas, eso ancló un malentendido. Que hoy pervive. Y que enturbia la mayor parte de los análisis acerca de nuestro sombrío presente. En un momento en el que todos los datos materiales de la Guerra Fría han sido trastrocados. Y en el que todos los países europeos serios tratan de restablecer ejércitos, hoy apenas decorativos. No entender eso nos llevará a errores críticos en la estrategia a seguir ante este clima de preguerra en el que vive un continente que, de pronto, se ha descubierto militarmente inerme.

Es un dato histórico. No valorable. Rusia fue esquilmada tras la caída del muro. Y es eso, hoy, lo que cuenta en el relato que, del fin de la horrenda dictadura, ha sido impuesto en la consciencia de los ciudadanos rusos por el poder vigente. Pero no, no es ya aquel «socialismo» –fase prologal del luminoso «comunismo» prometido por Stalin– lo que hoy esgrime el régimen de Putin como profético vengador de la afrenta. Lo que el dictador del Kremlin propone es el angelismo exactamente contrario –aunque idéntico en sus eficacias populistas–: retornar al más reaccionario de los regímenes tiránicos de los tres últimos siglos: el santo imperio zarista.

No, no tenemos derecho a autoengañarnos. Putin ha sido siempre transparente al respecto. No existe enemigo más duro del comunismo, ni del socialismo, ni de la más blanda socialdemocracia, que él. Porque su enemigo es Europa. Una Europa que se habría apoderado ilegítimamente de toda aquella blindada franja defensiva que Churchill definiera en su día como «un telón de acero» caído sobre el corazón del continente. Definido el enemigo –la Unión Europea–, definido el objetivo final –el sueño imperial ruso–, solo quedan los laberínticos pasos tácticos que preparen el asalto final a un adversario reblandecido hasta la médula. Y hasta la médula infiltrado.

Infiltrado. El debate presidencial francés de hace dos años se terminó en el momento en el que Marine Le Pen hubo de responder a una sencilla pregunta hipotecaria: «Ha contraído usted un préstamo de un banco ruso muy cercano al poder… Cuando habla usted de Putin, ¿no está usted acaso hablando de su banquero ruso». ¿En qué año pensaba el partido de Le Pen saldar el crédito millonario que le había concedido la banca rusa? Tartamudeos. La candidata del entonces Frente (ahora Agrupación) Nacional acababa de perder la presidencia. ¿Qué pasaría hoy ante la misma pregunta?

¿Qué pasaría en Hungría, qué en la confusa amalgama que la extremísima derecha, que ejerce el poder desde el Kremlin, ha ido financiando en todo el centro y el norte de Europa e intentó poner en pie en Cataluña?

Con Trump a punto de reinstalarse en la Casa Blanca, la situación se hace constrictiva. El que fue –y tiene todas las bazas para volver a ser– presidente de los Estados Unidos ha puesto sobre la mesa ya su envite. O Europa paga sus deudas militares o los Estados Unidos retirarán sus fuerzas de la defensa del continente. ¿Y alguien cree, de verdad, que Europa tiene capacidad militar alguna que le permita resistirse al avance del ejército ruso? Ucrania ha sido el primer ensayo. Y la UE tiene a los peones del enemigo incrustados en el corazón de todas sus instituciones. La extrema derecha europea es Putin. No deja de tener su gracia. Eso sí, maldita gracia.

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