La farsa del fin de España
No nos engañemos: el régimen de la Constitución de 1978 está liquidado. Y ayer lo vivimos como farsa. Patético. Porque encima nos intentan convencer de lo bien que fue todo. No tienen perdón de Dios
Lo que ayer vivió España es una farsa patética que encarna el fin de la nación española, del Reino de España por emplear el término legal y para mí, el de mis afectos. Y el fin del Reino de la España constitucional consagrada por la aplastante mayoría de los españoles -especialmente de los catalanes, pues allí obtuvo la Constitución el más alto respaldo en 1978- se debe, no sólo a la voluntad secesionista de los independentistas a los que el Gobierno Sánchez ha ido haciendo una concesión tras otra. No. Lo más grave del espeluznante esperpento vivido ayer lo perpetró el Gobierno de la nación: Pedro Sánchez y el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Estuvieron desaparecidos todo el día. Como si aquí no pasara nada. Sólo tras la elección de Illa tuvo Sánchez a bien felicitarse en las redes por el patético desatino vivido. Vomitivo. Entre otras cosas porque demostraba su apoyo a lo visto a lo largo de todo el día.
Ahora nos intentan vender que la jornada fue un éxito porque el objetivo de Junts era que los Mozos de Escuadra detuvieran al prófugo Puigdemont y así se suspendiera la sesión de investidura como había anunciado que haría el presidente del Parlamento, Josep Rull, en uso de sus facultades. Y como no se le detuvo, se abortó su plan. Se ríen de nosotros a la cara. Lo que ayer vivimos fue un perfecto pacto a tres entre el PSOE, Junts y ERC. ¿Cómo si no iba a entrar en España Puigdemont, dormir en Barcelona al menos una noche, llegar al punto de concentración de sus seguidores por una calle totalmente vacía -como hemos podido ver en las redes- y después salir de allí acompañado por su abogado y desaparecer? Es increíble que ni el CNI ni ningún cuerpo policial lo tuviera controlado en las 48 horas anteriores. ¿De verdad ya no se dedica a esto el CNI? ¿Para qué lo tenemos?
Como bien ha señalado en el directo de ayer de El Debate Edurne Uriarte, «mientras Sánchez, Illa, Junts y ERC se ríen del Estado de derecho… hablan todos ellos de ‘la amenaza de la extrema derecha’». ¿Hay mayor amenaza para nuestra democracia que la que representa lo ocurrido ayer en Barcelona? Un prófugo de la Justicia ha entrado en la segunda ciudad del país tras anunciar que lo iba a hacer, ha pronunciado un discurso desafiante y ha desaparecido. ¿No va a decirnos el Gobierno de la nación si eso debe tener consecuencias? Se da la casualidad de que el consejero de Interior, Joan Ignasi Elena, sobre el que pueden caer responsabilidades políticas y penales por el incumplimiento de su mandato judicial de detener al prófugo, es un miembro de ERC de origen PSC. No le falta detalle. Él va a dejar el cargo así que será su sucesor quien tenga que asumir las consecuencias para el cuerpo de policía autonómica. Pero todavía tenemos que ver qué responsabilidades tiene el señor Elena como jefe de un cuerpo de policía que ha ignorado flagrantemente un mandato policial.
La gravedad de los actos sucedidos ayer nos impide dedicarnos al contenido del discurso del siempre melifluo Salvador Illa, el catastrófico gestor de la pandemia de la Covid, asunto hábilmente borrado de la memoria común por el Equipo Nacional de Opinión Sincronizada. Ayer tuvo los bemoles de arrancar su discurso «entroncando» su mandato con la «legalidad republicana». Con un par. Pero era todo tal disparate que eso casi parecía lo de menos. Porque lo que ayer vivimos fue profundamente indigno. Fue el final del régimen nacido de la Constitución de 1978. Pero para nuestra vergüenza, para ser un fin de régimen ni siquiera tuvo elementos que permitieran definirlo como trágico, o catastrófico, ni grande para los que lo imponían. Lo que vivimos ayer fue profundamente indigno, cutre y una traición de todos los que tuvieron protagonismo por acción u omisión. La pacífica convivencia de la que alardea Sánchez es esto: la traición. No nos engañemos: el régimen de la Constitución de 1978 está liquidado. Y ayer lo vivimos como farsa. Patético. Porque encima nos intentan convencer de lo bien que fue todo. No tienen perdón de Dios.