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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Conciertos y puestos

Centenares de familias viven de los puestos de venta de objetos que iluminan los graderíos durante el partido. Son los mismos que venden sus cosas en los partidos que se disputan en el estadio del Atlético, del Rayo y del Getafe

Actualizada 01:30

Entiendo las protestas de los vecinos del estadio Santiago Bernabéu contrarios a la celebración de conciertos, y su exigencia de insonorizar a la gran ballena madridista. Pero no comprendo su oposición a los puestos de venta de banderas, bufandas, gorros y otros objetos los días de fútbol. Son más de los que eran, pero llevan ahí cincuenta años, no provocan incidentes, y forman parte del espectáculo.

Hace años, siendo presidente del Real Madrid Ramón Mendoza, Antonio Mingote me acompañó a un Real Madrid-Atlético de Madrid. El genio quedó pasmado ante el bullicio del exterior del Bernabéu. Su último recuerdo futbolístico, guardado desde niño, era el del campo de O´Donell con Zamora de portero. –Me aburrí. Pero esto de ahora es impresionante. Merece la pena venir y volver a casa cuando empiece el partido–. Ya en la tribuna, miraba fascinado al público, con sus banderas, pancartas, cánticos y demás exhibiciones forofas. Se hizo madridista, aunque el equipo de su preferencia hasta aquel día era el Teruel. –¿En qué división compite el Teruel?–, me preguntó. –Ni puñetera idea, Antonio–, le respondí con mi habitual crudeza y sinceridad. –Pues si no sabes en qué división juega el Teruel, no entiendes de fútbol–.

En el segundo tiempo, un jugador del Atlético, Futre, fue expulsado por un encontronazo provocado por Buyo, portero del Real Madrid. –Han expulsado a Futre–, le informé–. –¿Cómo sabes que lo han expulsado?; - porque el árbitro le ha mostrado una cartulina roja–; y Antonio exclamó admirado: –¡Te fijas en cada cosa!...

Pero le asombró más lo de fuera que lo de dentro. Se rió mucho cuando un equipo metía un gol y los jugadores se abrazaban. –Con lo que ganan, lo lógico es que metan goles. No es lógico que se abracen por cumplir con su obligación. Es decir, yo termino mi dibujo diario para ABC. Es mi deber. Y si, por casualidad, me parece que he dibujado bien y que el resultado es gracioso, corro por el pasillo, levanto los brazos, doy un salto y me abrazo a Isabel. ¿No te parecería una tontería? Si un futbolista cobra 50 millones de pesetas a cambio de meter goles, ¿ por qué se alegra tanto cuando mete uno? Es su obligación–. El partido seguía y Antonio no dejaba de admirar los graderíos. –A esa señora gorda que tenemos a la derecha con una camiseta del Atlético le va a dar un soponcio–. –Sucede que su equipo va perdiendo–; –Y qué más da–.

Centenares de familias viven de los puestos de venta de objetos que iluminan los graderíos durante el partido. Son los mismos que venden sus cosas en los partidos que se disputan en el estadio del Atlético, del Rayo y del Getafe. En cada ciudad, y alrededor del recinto donde se juega un partido de fútbol hay puestos de venta. Y no le hacen daño a nadie. Otra cosa es un concierto de esos que impiden dormir a los vecinos y agudizan la inseguridad en el entorno. Ese problema es del Real Madrid, que tiene la obligación de insonorizar el estadio. Pero la obsesión contra los «puesteros» se me antoja injusta, absurda y contraproducente. Ellos venden la sal del fútbol, la ilusión de los niños y el colorido del espectáculo. Y sólo hacen daño a los bolsillos de quienes voluntariamente se lo vacían para cumplir con la alegría o la tristeza.

Cuando el partido es aburrido, el espectáculo está en los graderíos. Y los «puesteros» son responsables de esa segunda opción.

En memoria del genial Mingote.

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