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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Número 1 y Número 2 eran uña y carne

Nunca fue el caso Koldo, siempre fue el caso Ábalos, la mano derecha de Sánchez, el muñidor que negoció con los separatistas su asalto al poder en 2018

Actualizada 09:36

Algunas novelas y películas policíacas juegan con el señuelo de que la solución del caso está a la vista de todos desde el primer instante, sin que nadie repare en ello hasta que el sagaz detective de turno lo señala.

Algo así sucede con el 'caso Ábalos' (que es lo que hubo siempre, y no un 'caso Koldo'). El corpulento guardaespaldas y cortador de troncos navarro carecía del cargo y el talento necesarios para montar semejante tinglado corrupto, que se extendía por varias administraciones gobernadas por los socialistas. Resultaba obvio que el jefe de la trama era Ábalos. No hacía falta el concurso de la UCO para destaparlo, pues así lo había evidenciado el propio PSOE con sus decisiones sobre Ábalos Meco (cuyo segundo apellido podría dar nombre muy pronto a su próxima dirección postal, sita en Alcalá).

En enero de 2020, Sánchez toma una decisión extrañísima: echa del Gobierno y de la maquinaria del partido a José Luis Ábalos. La purga causa sorpresa y asombro entre los politólogos más avezados.

Sánchez estaba despidiendo sin pestañear y sin una sola explicación al leal compañero que lo había acompañado en la travesía del desierto cuando lo echaron de Ferraz; el camarada que lo secundó en la gran operación retorno cuando se le daba por amortizado. Estaba expulsando a su mano derecha, el muñidor que había negociado la moción de censura con los separatistas y la había defendido en el Congreso. Estaba cortando la cabeza del que era a todos los efectos su auténtico vicepresidente, al que además había entregado las riendas del partido. Estaba cesando al que el periódico sanchista El País definía así en una jabonosa crónica del 6 de junio de 2018: «Ábalos puede ser la parte más sólida y fiable del nuevo Gobierno (…). Ha ido asumiendo el rol predominante en el partido tras el secretario general, toda vez que Sánchez le ha encargado los asuntos de mayor calado».

Además, el 27 de febrero de este año, el PSOE expulsó a Ábalos del partido por negarse a entregar su acta de diputado. Es decir, antes de que la UCO lo situase al frente de la trama de Fomento, Sánchez y su partido ya consideraban que Ábalos era un fruto podrido que urgía podar.

Pero esa operación quirúrgica supone ahora un serio problema político. Pedro y José Luis, el «1 y 2» en las grabaciones de la UCO, eran uña y carne. Así que al echarlo a patadas, el PSOE está reconociendo que el más estrecho colaborador de Sánchez era en realidad un ilustre corrupto. Y ello nos conduce de manera inevitable al siguiente corolario: Sánchez, que llegó al poder con el pretexto de la corrupción del PP y con la promesa de regenerar la vida pública, acabó haciendo algo todavía peor de lo que denunciaba, pues hoy sabemos que el más burdo choriceo florecía en el ministerio con más presupuesto de todo su Gobierno.

«Los españoles no podemos tolerar la corrupción y la indecencia como si fuera algo normal. No podemos normalizar la corrupción».

«La corrupción merma la fe en la vigencia del Estado de derecho cuando campa a sus anchas o no hay una respuesta política acorde al daño que se ocasiona. La corrupción destruye la fe en las instituciones, y más aún en la política, cuando no hay una reacción firme desde el terreno de la ejemplaridad».

Estas frases fueron pronunciadas en mayo de 2018 en el Congreso, en la moción contra Rajoy. La primera es de Ábalos, hoy epicentro de una trama de mordidas en el corazón del Gobierno que salpica a medio PSOE. La segunda es de Sánchez, un presidente con su mujer imputada por posible corrupción y que tiene a su hermano y su fiscal general camino de ello.

Número 2 enfilará pronto la ruta que lleva al banquillo. Ya está fuera de la política a todos los efectos, aunque todavía se arrastre por la bancada del grupo mixto. Número 1, si tuviese un ápice de decencia, ya debería estar en babuchas en su casa tras una imprescindible dimisión. Y es que, como el propio Sánchez nos recordaba en 2018, «en cualquier democracia equiparable a la nuestra, la gravedad de los hechos no admitiría más salida que la dimisión inmediata del presidente».

Ábalos no era un tipo más que pasaba por allí. Sánchez y Ábalos eran uña y carne, los más estrechos colaboradores políticos, por lo que la caída de uno debe arrastrar al otro.

Padecemos a un presidente adicto al embuste, que prometió limpiar la corrupción solo para acabar chapoteando en ella y persiguiendo a los periodistas y jueces que la investigan. Ábalos es Sánchez.

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