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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El subalterno de la nada

Con el viento calmo, simpatía arrolladora; con el vendaval serrano, distancia y precaución. Pero ser subalterno de la nada y sentirse feliz con tan menguada situación, es un martirio que no descansa

Actualizada 01:30

Urtasun es un comunista descolocado, porque siendo un señorito de la «gauche divine», un lechuguino a destiempo del «Up & Down», es ministro por cuota. Se trata, pues, de un subalterno. Frank Nitti fue subalterno de Al Capone, que en el mundo del crimen organizado, era un tipo. Koldo ha sido subalterno de Sánchez y Ábalos, y no puede sentirse orgulloso. Pero han sido y son, subalternos de algo. Urtasun es un subalterno de la nada, porque su jefa y protectora es una ausencia permanente que responde al nombre de Yolanda, y al apellido de Díaz. Y están los subalternos de los grandes maestros de la tauromaquia, imprescindibles toreros de plata o de azabache, artistas de lidias, querencias y rehiletes. Ser subalterno de El Juli, dice mucho de El Juli y del subalterno. Antonio Vázquez, hermano de Pepe Luis, de Manolo, y de Rafael, fue mucho más grande de subalterno que de matador de toros. Claro, que lo era de don Antonio Ordóñez Araujo, el más grande torero que ha parido madre. Rondeño y como todos los hijos de aquella milagrosa serranía, sometido a los vientos. Con el viento calmo, simpatía arrolladora; con el vendaval serrano, distancia y precaución. Pero ser subalterno de la nada y sentirse feliz con tan menguada situación, es un martirio que no descansa. ¿Por qué soy ministro de Cultura? Y tendrá que buscar su repuesta en la dura realidad. Soy ministro de Cultura porque el pacto de Sánchez con Sumar así lo ha decidido. Y no ha sido Sánchez, sino Yolanda Díaz, la nada, la cabeza hueca, la bochornosa analfabeta de Fene, la que me puso ahí.

Picasso era comunista, como el asesino Ché Guevara, con José Bergamín, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Joaquín Sabina y… la intemerata. Profundos aficionados y enamorados de la tauromaquia. Otros no, y con todo su derecho. Pero a Urtasun, el subalterno de la nada, el mimado y grosero niño medio bien de Barcelona, que es especie habitual, decidió al ser nombrado por cuota ministro de Cultura, que la Cultura era él, sus gustos y preferencias, y que aquello que no entendía o valoraba, carecía de valor cultural. Y se cargó el Premio Nacional de Tauromaquia, si bien, por imposición del protocolo, tuvo que asistir a la entrega del último Premio, y se topó con el toro más peligroso que puede embestir a un grosero. Un educado maestro retirado, que con arte y buenas palabras se pasó al ministro de cuota, un manso de aúpa, por verónicas, lopecinas, lances, chicuelinas, derechazos, naturales, y pases de pecho hasta que llegó el momento de la estocada culta que hizo rodar al ministro sobre el albero sin precisar descabello. El Rey aplaudía, la Reina aplaudía, el público aplaudía, y el subalterno de la nada, se negó aplaudir al maestro.

«Señor ministro, usted no aplaude, pero yo le saludo. La tauromaquia es inclusiva, la Cultura es del pueblo, no pertenece a ideologías políticas y su obligación como ministro es protegerla, promoverla, y defenderla por encima de sus gustos personales. Feo detalle, señor ministro, en una persona de su situación y responsabilidad».

Y el Rey entregó al maestro el premio acompañado de una clamorosa ovación.

Al ministro Urtasun se lo llevaron a la puerta de arrastre las mulillas entre la indiferencia del público.

Enhorabuena, torero. Por tu arte y tu señorío.

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