El marido engañado
Los Sánchez son cuatro; los padres dos. Suman seis. Y seis invitados completarán la mesa. Encantadores todos ellos. «Chapote», «Anboto», «Mobutu», Bienzobas, Guridi y Lexuri Gallastegui, aunque la última sólo fue condenada a 1.476 años de prisión
Pocas cosas más patéticas que un orgulloso y poderoso marido engañado. Doy por hecho que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, desconocía las actividades financieras y universitarias de su esposa. Cuando supo de ellas, ya era tarde. Sánchez maneja a su familia con mano de hierro. Cuando fue informado de las irregularidades de su hermano, el eximio músico y director de orquesta, reaccionó con firmeza y contundencia. Aquel año no le convidó a la cena de Nochebuena en La Moncloa, un horror. Los Sánchez reúnen a sus familiares todos los años en Nochebuena, para celebrar el nacimiento del Niño Jesús. Son gente de profundísimas convicciones cristianas, y a las 12 en punto, en la frontera que separa el 24 y el 25 de diciembre, toda la familia canta villancicos populares. Celebran la Navidad sin regalos, sin árboles con bolas y lucecitas y sin Papá Nöel. El servicio de Seguridad del palacio de La Moncloa, sabe que la llegada de Santa Claus con sus renos voladores y sus carros repletos de juguetes, está terminantemente prohibida. Es más, si aparece el gordo, tienen orden de disparar. Este año que viene, tampoco invitará a su hermano, por obvias razones de comodidad.
En el comedor de La Moncloa no caben más de doce comensales. Los Sánchez son cuatro; los padres dos. Suman seis. Y seis invitados completarán la mesa. Encantadores todos ellos. «Chapote», «Anboto», «Mobutu», Bienzobas, Guridi y Lexuri Gallastegui, aunque la última sólo fue condenada a 1.476 años de prisión, pero se trata de un detalle con la mujer vasca trabajadora. Para asesinar a tantos inocentes hay que trabajar mucho, y al presidente del Gobierno le conmueve el esfuerzo. Otro motivo más para no sentar en la mesa a su hermano, que no da con un palo al agua. Los seis invitados de la ETA han aceptado la invitación siempre que no se les obligue a cantar los villancicos, porque ellos, sinceramente, no creen en Dios, y además no están dispuestos a cantar en español. A Sánchez le ha parecido bien. «Es un paso más hacia la normalidad».
Pero no todo pueden ser alegrías. Empieza a sentirse mosqueado con los contactos y las cátedras de su mujer. –A ver, Pichona, que no me encajan algunas cosas-; –dime, pichonzuelo–; –te digo y te pregunto. ¿Qué es eso de la cátedra? ¿Quién es Barrabés? ¿Qué hiciste en el 'África Center' del Instituto de Empresa? Y sobre todo, ¿Qué es el fundraising? Esta mañana, cuando Cerdán me leía la prensa, me ha dejado perplejo que exista un juez que te está investigando por tráfico de influencias y otras cosas. Podías haberme dicho algo. Te has pasado, Pichona, y yo, sin enterarme–. –La verdad es que no quería darte un disgusto, que ya sabes, Pichonzuelo mío, lo que me duele y hiere incomodarte–. –De acuerdo, Pichona, pero que sea la última vez–.
No se ha enterado. Quienes acusan al desanimado esposo puenteado de estar al corriente de las barrabasadas o «barrabesadas» de su compañera en la vida y el lujo, lo hacen de mala fe. Un hombre capaz de soltar a 40 terroristas y perdonarles 380 años de prisión para «normalizar las cosas» no puede asustarse porque su esposa, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y el Teide sea el techo de España, haga negocietes con Barrabés, el IE, y la Universidad Complutense.
Es de esperar que, para Navidad, las relaciones se hayan arreglado. ¿Qué numerito!