Onassis y Piedrabuena
Y Honorio Piedrabuena desayunó con Onassis. —Lo que hizo usted ayer me pareció muy osado e inteligente. Un tipo que se atreve a tanto, tiene que valer. Le propongo que se venga a trabajar conmigo
Piedrabuena era un tipo simpático, listo, algo ludópata y con el dinero justo para entregarse a la buena vida sin extralimitar sus gastos. Piedrabuena y un grupo de amigos decidieron viajar a Montecarlo para arriesgar unas perras en su famoso casino. Montecarlo está muy bien, pero no resulta tan divertido como parece. Se estornuda en Montecarlo y se contagian del catarro en Francia. Destacan tres grandes hoteles, dos tradicionales y uno más moderno. El Hotel de París, más triste que Rentería durante un apagón, el Hermitage, bastante más acogedor, y el Loews, que tiene un pequeño casino de máquinas tragaperras y en el que, aguardando a un pelmazo con el que me había citado para hablar de Reaseguros —fui presidente de una sociedad reaseguradora sin tener ni puñetera idea de qué trataba el negocio—, deposité cuatro monedas de cinco francos y armé la gorda. Comenzaron a salir monedas por todas partes, se acercó un señor muy monegasco es decir, antipatiquísimo, que se situó a mi lado con una bolsa en la que introducía las monedas, me acompañó hasta la Caja, y una amable señorita me entregó en billetes —todavía del Banco de Francia— más de 20.000 francos. Una fortuna. No he vuelto a jugar a las maquinitas.
Montecarlo está muy limpio, no tiene suburbios , y su gran atractivo es el Museo Oceanográfico con un acuario maravilloso. Cuenta con una Guardia Real uniformada por un modista militar muy alejado de la estética castrense, y un casino, eso hay que reconocerlo, impresionante, donde los millonarios se juegan hasta los calzoncillos. Cuando pierden hasta los calzoncillos, acuden a sus casas o al hotel, se ponen otros calzoncillos y siguen jugando ante el gozo de los empleados. Y en el bar reservadísimo, tomaba Piedrabuena una copa con sus amigos.
Se rumoreaba que por ahí pululaba Onassis, don Aristóteles, que había llegado en su barco 'Cristina', atracado en el Club Náutico. Y el bueno de Piedrabuena tenía convencidos a sus amigos de que era íntimo del multimillonario griego, que por otra parte, hablaba un español perfecto con acento argentino. Los amigos de Piedrabuena dudaban, con bastantes motivos, de esa amistad tan alentadora. —Si fueras amigo de Onassis, trabajarías para Onassis, no como director de una pequeña sucursal del Banesto en el barrio de Tetuán—. Piedrabuena sintió, en determinado momento, la necesidad de visitar el cuarto de baño para trasvasar de su vejiga a la loza del receptáculo urinario el whisky que demandaba el abandono de su cuerpo. Y en el salón adyacente, estaba Onassis. Piedrabuena, que no era tímido precisamente, se acercó al naviero griego y resumió su situación. —Señor Onassis, no le voy a pedir nada. Me llamo Honorio Piedrabuena, soy español, y tengo engañados a mis amigos, a los que he asegurado que usted y yo somos amigos desde hace muchos años. Solo le ruego, que si acude al bar, me salude como si nos conociéramos. Recuerde, don Aristóteles. Honorio Piedrabuena—.
De nuevo en el bar, Piedrabuena no comentó el milagroso encuentro. Y minutos más tarde, Onassis, acompañado de una bella mujer, accedió al bar. Al reparar en Piedrabuena, se detuvo: —¡Hombre Honorio! ¡Qué gran alegría encontrarme contigo después de años sin saber de ti? ¿Qué tal estás, Piedrabuena?—. Y se fundieron en un abrazo. Onassis insistió. —¿Dónde te alojas? Mañana te espero a las 8.30 en el restaurante del Hermitage para desayunar contigo—. Los amigos no daban crédito a lo que estaban viviendo.
Y Honorio Piedrabuena desayunó con Onassis. —Lo que hizo usted ayer me pareció muy osado e inteligente. Un tipo que se atreve a tanto, tiene que valer. Le propongo que se venga a trabajar conmigo. Ya le encontraré un buen empleo en mis empresas. La semana que viene estaré en Londres, en el Hotel Hyde Park. ¿Le parece bien el próximo miércoles a las 18 horas en el bar del hotel? Le espero, Piedrabuena—.
Se jubiló como director general de una empresa de Onassis. Y sus amigos, besaban por donde Piedrabuena pasaba. Todavía existían grandes españoles.
Honor y gloria a Piedrabuena, que en paz descanse, y que será probablemente, el mejor amigo de San Pedro.