Propaganda, propaganda (y más propaganda)
Se camuflan los escándalos reales inventando otros nuevos, se silencia al adversario y se repetirán las mismas mentiras hasta que pasen por verdades
A estas alturas, todos sabemos bien cómo funciona la máquina de la propaganda gubernamental. No es algo improvisado. Todo está bien planificado y atiende a unos principios que se ven muy claros. En primer lugar, hay que simplificar y cosificar al adversario, convirtiéndolo en un enemigo único y muy peligroso al que toca plantar cara.
Los propios errores y defectos han de ser achacados a ese enemigo, sin cortarse lo más mínimo. Si las malas noticias sobre el Gobierno y su entorno se desmandan, se vuelve necesario inventar de inmediato otras nuevas, que distraigan la atención del público sobre los líos que agobian a quienes gobiernan.
Para luchar contra el enemigo con el ariete de la propaganda es menester presentar cualquier menudencia que se tercie como si fuese una grave amenaza para el pueblo.
Es muy importante evitar los mensajes sofisticados. La propaganda debe ser simple, al nivel del miembro más pánfilo de la audiencia a la que te diriges. Los eslóganes no han de requerir esfuerzo mental alguno. Cuando más básico y visceral sea todo, mucho mejor.
No hay que dispersar los mensajes. El número de ideas que se transmite ha de ser pequeño. Además, las consignas elegidas se han de repetir constantemente. Se debe machacar una y otra vez el mismo mantra, sin atisbo alguno de duda, porque una mentira muy repetida acabará considerándose una verdad.
Cuando las acusaciones que penden sobre el Gobierno y su entorno sean tan evidentes que resulta imposible negarlas, la vía de salida es tratar de silenciarlas. También es preciso opacar toda noticia que pueda favorecer al adversario.
Por último, hay que meter con calzador en la cabeza de la gente la sensación de que la ideología que postula el Gobierno coincide precisamente con lo que piensa todo el mundo. Existe un consenso social acorde a lo que se postula desde el poder. Solo algunos enemigos del pueblo a los que tenemos que combatir se atreven a cuestionarlo.
(PD: Ay, ¡qué lectores tan fachosféricos y malpensados son ustedes! No, no, en modo alguno. Para nada. Siento desengañarles: toda la estrategia de propaganda que hemos enumerado en los párrafos anteriores no es la del Gobierno de Sánchez y el PSOE. Lo que hemos ofrecido es un resumen exacto de los principios de la propaganda según Joseph Goebbels, para más señas, el ministro del ramo de Hitler, un fanático que se suicidó a los 47 años junto con toda su familia —su mujer y sus seis hijos pequeños— en el búnker de Berlín del dictador, el 1 de mayo de 1945).
(PD2: Permítanme una última divagación absurda que me ha venido a la mente. El presidente de Corea del Sur decretó ayer la ley marcial por unas horas para intentar zanjar a la brava dos problemas que le acuciaban: un caso de corrupción que implica a su mujer y la negativa de la oposición a apoyar sus presupuestos. ¿Les suena? ¿Se les haría raro que algún personaje de algún otro país tomase un día un camino parecido? En efecto: lo tremendo es que ya no tanto).