En una galaxia muy, muy lejana…
Había un político que un día planteó a los suyos: ¿Debemos permitir que el pueblo vote lo que no le conviene y se pierdan todos los avances conseguidos?
En una galaxia muy, muy lejana, en un futuro remoto, había un planeta integrado en una confederación de democracias, denominada Flandesconstellation. El planeta se llamaba H y sufría un viejo problema con unos insurgentes tribales. Eran contrarios al poder central e intrigaban para crear virreinatos estancos, con argumentos casi racistas de desprecio a sus vecinos y en favor de oligarquías pueblerinas.
El planeta H había adoptado el modelo de monarquía bicameral, con un soberano bueno, pero simbólico. Así que quien gobernaba era el primer ministro, Ególatrus I. Había llegado al poder sin el respaldo del pueblo en las elecciones, pero tomándolo gracias a una alianza impensable con los insurgentes xenófobos, que lo mantenían maniatado en su puesto a cambio de unas crecientes exigencias contrarias al bien común.
Además de mantener esa alianza suicida, Ególatrus comenzó a perder la mesura y fabular con que quizás podría gobernar el planeta H de manera vitalicia. Se sintió por encima de las leyes y se entregó el nepotismo más tosco, convencido de que nunca se sabría y sintiéndose bien protegido por su fortísimo aparato de propaganda. Ante su mal ejemplo moral, su familia y sus colaboradores más estrechos se lanzaron a prácticas corruptas.
Para tratar de conservar el poder, Ególatrus se dio cuenta de que tenía que acorralar a su oposición política. Lo hizo pervirtiendo todas las instituciones del planeta para someterlas al control férreo de su partido. Además, lanzó unas leyes de control social que regulaban todo, hasta los comportamientos íntimos de los habitantes del planeta H. Pero su medida más astuta fue colocar a uno de sus lacayos al frente del más alto tribunal del planeta, el que establecía qué era acorde o no la Carta Fundacional. Mediante esta estratagema, Ególatrus podía dejar en papel mojado las sentencias que habían condenado a los suyos por corrupción e iba reescribiendo poco a poco la Carta Fundacional, sin respetar los cauces establecidos para ello en tiempos políticos más limpios.
Pero cuando parecía que Ególatrus I lo tenía todo controlado y se había convertido en intocable, sucedió que unos literatos independientes comenzaron a publicar informes digitales donde revelaban la red de corrupción que rodeaba al presidente. El mandatario respondió con un brote del cólera. Tras unos días de extraño retiro, en los que amenazó al pueblo con privarlo de sus providenciales servicios, retornó a la palestra anunciando leyes para atar en corto a los jueces y literatos independientes que lo habían desafiado investigando y denunciando sus arbitrariedades.
Ególatrus I comenzó a desgastarse, a sufrir un creciente descrédito entre los ciudadanos, saturados de su corrupción y constantes engaños. ¿Qué hacer ante una pérdida de popularidad tan peligrosa de cara a las urnas? ¿Debe Ególatrus I jugar limpio incluso a riesgo de perder el poder? ¿O algunas veces toca asumir acciones «especiales» para salvaguardar un bien superior?
Se acerca el día de las elecciones presidenciales en el planeta H. El presidente Ególatrus I reúne a su equipo más estrecho y les habla así: «Estas no son unas elecciones cualquiera. Si triunfan las fuerzas regresivas del Lado Oscuro, todos los avances y derechos que hemos traído al planeta H en estos años podrían perderse. Entraríamos en un periodo tenebroso. Volvería un pasado atroz que gracias a nosotros había quedado atrás. Y ante esta disyuntiva, yo os pregunto: ¿Sería admisible tomar algunas medidas especiales en el recuento electoral para evitar que el Lado Oscuro pueda llegar al poder? ¿Acaso el fin no justifica los medios? Algunas veces, compañeros y compañeras, el pueblo se confunde y necesita ser ayudado por su propio bien. Una autoridad con más conocimiento debe corregir sutilmente las decisiones electorales cuando resultan equivocadas».
El comité central del partido escucha demudado la propuesta de pucherazo de su líder. Pero tras unos segundos de silencio embarazoso, el ministro más lisonjero, de gafas de pasta negra y pelo enlacado en punta, prorrumpe en un sonoro aplauso de aprobación, que de inmediato es secundario con fervor por el resto del comité. El proyecto de avance queda así blindado. El mal no ganará de ningún modo. El progreso debe continuar a cualquier precio. Sin casi notarlo, el planeta H iba a convertirse en una semi dictadura.
THE END
(Evidentemente, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia).