Continente y contenido
Pero más que los jugadores, lo que cansa es el cansancio del entrenador, incapaz de reaccionar, aburrido, gris y, en el fondo, deseando volar para disfrutar, después de un descanso merecido, de su prestigio
Es más importante el contenido que el continente. Lo he comprobado en muchas ocasiones. Casas maravillosas, espaciosas, aparentes, con jardines perfectamente cuidados, y en su interior… muy poquita cosa. Maravillosos hogares sin libros, con alguna pared sirviendo de colgadura a una estafa de galería de arte dedicada a «la pintura para ricos», cuyo más alto valor representa Tapies. Como aquella aspirante a Miss España, posteriormente dedicada a la pintura, y que, a la pregunta de Antonio Mingote acerca de sus preferencias pictóricas le respondió. «Pinto como Velázquez, pero en más moderno y con muchísimos más colores». Casas sin biblioteca, con libros de gran formato ocupando sitio en las mesas desnudas para adornar soledades. Al contrario que otras, menos aparentes, rebosadas de bibliotecas, con las paredes ocupadas de dibujos y cuadros, recuerdos de varias generaciones, abarrotadas de contenidos.
Años atrás —todavía no había renacido El Debate—, escribí un artículo que originó toda suerte de improperios contra mi opinión. «Ese maravilloso estadio que está construyendo el Real Madrid hay que llenarlo de contenido. Tan asombroso continente sin contenido carece de sentido».
Es muy complicado poner pegas a la maravillosa culminación del nuevo Bernabéu. Pero ese nuevo Bernabéu merece más atención en su orientación deportiva. Ya sé que el Real Madrid —soy madridista desde dos días antes de nacer y lo serán mis huesos hasta que Dios disponga despertarnos—. Y en el pasado, me presenté a la presidencia del Real Madrid contra Ramón Mendoza, y mi amigo Ramón, según me demostraron más tarde, me hizo un «Maduro». Pero me felicito siempre que recuerdo aquella derrota, que supuso mi salvación, y sobre todo, la del Real Madrid. Al gran escritor y poeta malagueño, Manuel Alcántara, le preocupaba la resurrección. Y lo escribió en una soleá llena de gracia y hondura.
Si gritan ¡A levantarse!
A mí, que no me despierten.
Escribo con la resaca de la cogorza balompédica que nos agarramos el pasado domingo los madridistas. Se han ganado muchos trofeos en los últimos años, pero el Real Madrid, que tiene a media docena de futbolistas formidables, juega con mucho aburrimiento. Siempre hacia atrás, pausadamente. Cuando sale a la contra es muy bueno, pero sale poco, porque los contrarios lo tienen muy estudiado. Y creo yo, con toda sinceridad, que se está equivocando. Un vestuario como el del Real Madrid es muy difícil de gestionar, como el del Barcelona, el Bayern o el Liverpool. Y si el pasado año —a pesar de su Liga de Campeones y demás triunfos—, ya mostraba cansancio Ancelotti, en la presente temporada, sólo por la calidad de algunos jugadores —Mbappé, Bellingham, Valverde, Courtois, Brahim, y alguno más—, estamos arriba. Pero con muy pocas posibilidades, por cansancio natural, de llegar a la cima. Ancelotti está agotado, no confía en la juventud y usa y abusa de futbolistas que ya no dan más de sí. El gran Modric, el petardo de Tchouameni, y el pelmazo de Vinicius, por el que todavía hay una oferta en firme. Pero más que los jugadores, lo que cansa es el cansancio del entrenador, incapaz de reaccionar, aburrido, gris y, en el fondo, deseando volar para disfrutar, después de un descanso merecido, de su prestigio. Un Barcelona tramposo, arruinado y sin recursos ha hecho un equipo de fútbol que juega al fútbol. Nosotros, nos conformamos con nuestro inmediato ayer.
Hay que invertir igual de bien en músculos que en ladrillos. Y darle un nuevo aire a un sistema de juego que está acabado. Más que italiano, Ancelotti parece un prusiano amable apresado por su método, su empecinamiento en no cambiar jugadores hasta el minuto setenta, y su desconfianza hacia todo lo que amenace una renovación. Ha sido excepcional y merece una excepcional despedida. Pero su fútbol ya está muy visto.
Continente y contenido. Hay fuerza y dinero para conseguir lo segundo, tan necesario e imprescindible para mantener lo primero.
Ya me están tirando las primeras almohadillas a la cabeza.