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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Migas en la caverna

Mi opinión nada tiene que ver con los conocimientos, sino con mi particular sensibilidad. Jamás he presumido de ser montero ni de conocer el campo y sus circunstancias como el señor Polvorilla. Mi texto no pretendía ser magistral ni histórico

Actualizada 08:25

Me ha interesado mucho un texto firmado por don M.J. Polvorilla que he creído interpretar como una sabia réplica a mi humilde opinión acerca del noviazgo montero, opinión que no ha cambiado y que sigo considerando, además de una tradición prescindible, una auténtica cerdada. No obstante, el señor Polvorilla me ha abrumado con sus conocimientos, que vienen de los tiempos de las cavernas y que le han llegado hasta hoy gracias al boca a boca de miles de generaciones.

Ilustración de Barca

Barca

Después de acertar plenamente y con abrumadora agudeza cuando escribe que «ir de montería no es montear, como ir al fútbol no es jugar, –se le ha olvidado decir que ir a la Ópera no es cantar, y que asistir a una boda no es lo mismo que ser el novio–, nos alecciona y sorprende con el párrafo que sigue y asombra por sus conocimientos. «La primera reunión empresarial llevada a cabo por el ser humano en los anales de la historia, fue para marcar un plan de caza. Alrededor del fuego, un grupo de hombres marcó la estrategia cortando el aire, jugando con las depresiones del terreno, para llevar a las presas al lugar más ventajoso para los atacantes. Aquella fue la primera junta de monteros». Posteriormente, omite los detalles del sorteo y el desayuno de huevos fritos con migas, que lógicamente irían acompañados de un reconfortante café con leche y una copita de anís. Para marcar la estrategia, cortar el aire y llevar a las presas al lugar más ventajoso, había que ir bien desayunados.

De ahí salta al libro de la caza de Alfonso XI, para redondear sus amplios conocimientos. No obstante, el señor MJ Polvorilla se equivoca. Mi opinión nada tiene que ver con los conocimientos, sino con mi particular sensibilidad. Jamás he presumido de ser montero ni de conocer el campo y sus circunstancias como el señor Polvorilla. Mi texto no pretendía ser magistral ni histórico. Se trató de una denuncia de lo que considero –y creo tener el derecho de considerarlo–, una costumbre de muy mal gusto. Una costumbre –in vídeo veritas-, que al señor Polvorilla le divierte según se ha podido documentar visualmente en alguno de los reportajes que se han emitido por los canales especializados en la caza y la pesca, con hechos acaecidos en monterías organizadas por él. Ver como se usan las vísceras y la sangre de las piezas abatidas para pintarrajear el rostro del montero novato, no entra en el ámbito de los conocimientos, y sí en el espacio del pésimo gusto.

Su defensa de ese gusto la intenta sustentar en los conocimientos. Es público y notorio que muy pocas personas en España saben más de campo y montería que el señor Polvorilla. Pero no me parece justo que, para opinar de lo que pertenece exclusivamente a la libertad de opinar, haya que examinarse en la academia campera de tan sabio montero. Lo recuerda en otro párrafo, ya en el tramo final de su magnífica lección. «Pues eso, que cada uno hable de lo que conoce». Y termina con una frase muy de Richelieu, el maravilloso bar que tanto frecuenta cuando abandona el campo y honra a Madrid con su presencia.

«Estamos de caza, señores. No de aperitivos».

De acuerdo. Y también estamos de libertad de opinión y no de exigencia de conocimientos para intentar llegar a su altura. Y mi libertad me obliga a escribir que los noviazgos, aunque los cromañones se enfaden conmigo, son una porquería que mancha el señorío de quienes los promueven.

No obstante, enhorabuena por sus conocimientos, que no por su sensibilidad.

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