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Enrique García-Máiquez

Me encanta equivocarme

Sería feísimo, por mi parte, protestar porque Trump no defendiese lo suficiente la causa de la vida, cuando no la defendió, y ahora, que lo está haciendo ejemplarmente, no elogiárselo

Actualizada 01:30

Un amigo me manda en tiempo real y sin solución de continuidad cualquier noticia sobre Donald Trump y J. D. Vance luchando a brazo partido contra el aborto. Felizmente, no son pocas. Ni tiempo me da de apuntarlas todas, pero sí éstas: Trump firmó órdenes ejecutivas que reactivan políticas antiaborto de su primer mandato; restringió la financiación federal a organizaciones extranjeras abortistas; revocó dos órdenes ejecutivas de Biden que promovían el acceso al aborto, ordenó unirse a la Declaración de Ginebra; indultó a dos docenas de personas condenadas por activismo provida; anunció que un Departamento de Justicia reformado investigará los ataques de la izquierda radical contra iglesias y centros de embarazo en crisis y respaldó la Ley de Protección de Sobrevivientes de Aborto Nacidos Vivos, que requiere que los profesionales de la salud traten a los niños nacidos vivos durante un intento de aborto con el mismo grado de atención que en un parto normal. Resulta impresionante. También destaca el primer discurso como vicepresidente de Vance. Fue en la Marcha por la Vida.

¿Por qué me lo manda todo-todo mi amigo y tan, tan, tan y tan de inmediato? Porque durante la campaña escribí un artículo anunciando que yo, si pudiera votar, no votaría a Trump –a pesar de mis amplias simpatías– por su sobrevenida tibieza en defender el derecho a la vida. Era una estrategia, como explicaba allí: «El electorado proabortista no solo es mayoritario, sino que, además, no le votará si lo enfrenta, mientras que el provida, por la doctrina del mal menor, que frente a Kamala es evidente, pasará por el aro». Yo entendía que hoy por hoy hacerse el sueco con el aborto es una jugada ganadora, pero me resistía a participar. Como dijo Peter Altenberg: «Es triste ser una excepción. Pero más triste es no serlo».

Aquel artículo cosechó grandes entusiasmos, pero muy escasos. En cambio, sumó numerosos desacuerdos, igual de grandes o más. Unos, porque yo me atreviese a afearle a Trump solo aquello, y otros, porque no votase a Trump con un voto que, por otra parte, no podía dar. Mi amigo fue de estos últimos, y no me perdonaba, aunque bien que reconocía yo en el mismo artículo el mérito de los nombramientos para el Tribunal Supremo que permitieron revertir la sentencia Roe vs. Wade, piedra angular del abortismo mundial. Y además recalcaba que sería un insulto a los millones de víctimas usar este bandazo de Trump para justificar el voto a quienes jamás han dado ningún bandazo porque nunca defendieron la causa de la vida.

Lo bueno es que ahora, tras ganar las elecciones, Trump y Vance están realmente dando la batalla como nadie y como nunca. ¿Me molesta que mi amigo me lo subraye tanto? En absoluto. Estoy encantado de equivocarme. Pocas veces soy pesimista y si consigo equivocarme justo en esas ocasiones, pues mejor que mejor. Si se bajó el tono por una estrategia electoral –que salió buena–, pero se tiene claro lo importante, yo, que no sé nada de estrategias, me alegro. Además, no me equivoqué tanto, porque yo no votaba a Trump por la táctica de camuflaje.

¿Quiero mandar un aviso con este artículo a mi amigo para que deje de arrearme todos los discursos, las firmas, los gestos y las propuestas de Trump y de Vance, por piedad? De ninguna manera. Que siga. Se lo agradezco de veras. Ojalá me mande muchísimos más.

Su empujón me salva. Sería feísimo, por mi parte, protestar de que Trump no defendiese lo suficiente la causa de la vida, cuando no la defendió, y ahora, que lo está haciendo ejemplarmente, no elogiárselo, como si yo fuese de la COPE. Me apresto, pues, a aplaudírselo. A fin de cuentas, valoro más las acciones que las proclamas, las medidas que las consignas, la verdad que mi opinión y mucho más mi admiración agradecida que mi no voto hipotético.

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