Vox no, ETA sí
Sánchez está haciendo el ridículo en Europa, dejando a España por los suelos en América y mostrando sus vergüenzas en casa
A Pedro Sánchez le preocupa mucho la unidad de Ucrania, pero menos la de España, quizá porque la primera le ayuda a recrear gratis una imagen falsa y vanidosa de líder internacional y la segunda le retrata como un desguazador de segunda: hay que tener arrestos para echarse a la chepa una gira en la que básicamente daña a España, por significarse como escudo humano contra Donald Trump, mientras en su país diluye las fronteras, aceptando que Puigdemont levante aduanas al llegar a Cataluña.
En Sánchez siempre hay un antagonismo obsceno entre lo que él, y quienes viven de él, piensan de sí mismos, y lo que realmente son: una colección de tipos sin principios capaces de echarle la culpa a una vieja atropellada en un paso de cebra si el conductor era su patrón, iba bebido y se dio a la fuga, que es lo que hace el líder socialista cada vez que coge el coche.
El mismo sindiós se da cuando, al volver de Bruselas con compromisos aceptados que no puede cumplir, se enfrenta a su realidad: la del presidente con menos diputados propios de la historia, una gacela deudora de las hienas que pretende hacer creer que su Gobierno es un banquete de veganos en perfecta sintonía.
Por eso abre ahora una «ronda de contactos»: no le importa nada el consenso y mucho menos compartir los asuntos de Estado, como se vio con el regalo unilateral del Sáhara a Mohamed VI, meses después de que fuera espiado, al parecer por la inteligencia marroquí.
Se rebaja a ver al jefe de la oposición, al que tiene vetado desde diciembre de 2023, porque con sus aliados solo puede entenderse si, a cambio de prestarle los votos que no le dieron las urnas, les permite ser racistas, sacar a etarras de la cárcel, atracar económicamente a los españoles y convertir el BOE en la hoja de reclamaciones atendidas de todos los enemigos de España.
Y en ese contexto, además, se permite vetar a Vox, socio o amigo de los partidos europeos con los que pactó para que Teresa Ribera, en lugar de carne de banquillo por su temeraria desaparición durante la dana, llegara a vicepresidenta europea. La cercanía de Abascal a Trump le plantea una contradicción, que es defender a la vez al campo español de las políticas suicidas de Bruselas mientras se toleran los aranceles asesinos de la Casa Blanca, pero no le invalida como atlantista ni mucho menos le acerca a Putin: quienes se negaban a aumentar las ayudas a Ucrania eran otros.
Los mismos que ahora quieren sacar a España de la OTAN, cerrar las bases militares y congelar el gasto en Defensa. Los mismos que llaman asesino a Israel y empatizan con Hamás. Los mismos que no quieren más armas para Europa pero no les preocupaba el arsenal de ETA. Y los mismos, en fin, que van de paladines de los derechos humanos y luego aplauden con las orejas la represión de Venezuela.
En todo este conflicto geopolítico internacional, en el que a buen seguro se nos escapan muchas cosas, España se está retratando como un país alocado que busca el choque con Trump y luego, al reunirse consigo mismo, se encuentra que han de auxiliarlo quienes, cinco minutos antes o después, van a volver a ser fascistas, mientras los socios de Gobierno solo se preguntan si sobra por ahí algún misil para terminar de bombardearnos. Y Sánchez ya rebusca en el polvorín, no vaya a ser que se enfaden.