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Enrique García-Máiquez

Dale limosna, mujer

El dueño de un bar normal invierte su dinero y, si desea un local más grande, invierte más dinero o lo pide prestado con hipotecas y avales al banco riguroso. Pablo Iglesias, exvicepresidente de España, se monta un crowdfunding

Actualizada 01:30

Pablo Iglesias anda pidiendo dinero para mudarse a un bar más grande. Con tanto énfasis lo pide que hasta se ha presentado en el congreso de Podemos (el anterior se lo fumó) para pedir lo suyo. Lo ha hecho con un gran despliegue de retórica, pero lo básico es que el bar Garibaldi se le ha quedado pequeño. «Contra el vicio de pedir está la virtud de no dar», reza el refranero, quizá simplificando mucho la cuestión, que tiene más enjundia. Vayamos por pasos.

Iglesias no entiende el mercado libre o le es indiferente, porque quiere que su bar Garibaldi, frente a la competencia, se dope con el líquido de las donaciones de sus seguidores. El dueño de un bar normal invierte su dinero y, si desea un local más grande, invierte más dinero o lo pide prestado con hipotecas y avales al banco riguroso. Pablo Iglesias, exvicepresidente de España, se monta un crowdfunding. No nos cabe duda a quién nos lo pediría directamente si siguiese teniendo la llave de los presupuestos y los hilos de la Agencia Tributaria. Echando de menos esos cables, lo pide a los suyos. Pero la querencia es recibirlo de gratis. La incomprensión o el desprecio de la economía de mercado es palpable.

No son las únicas incomprensiones. Decía José María Pemán que él estaba dispuesto a dar limosna al que se la pidiese «por el amor de Dios», pero no tanto a quien se la exigiese por su cara bonita. Pemán, por supuesto, era partidario del método clásico. Iglesias, por supuesto, no. Y como tampoco es plan de pedir al menos descaradamente por su cara bonita, dadas las circunstancias y dada su cara, pide limosna por la gracia de Gramsci.

Ha explicado que no quiere mudar de local para ganar más dinero («¿Dinero?, qué asco»), sino para cambiar la hegemonía cultural y la-la-lá (por eso regalará una canción a los que suelten guita). El verdadero objetivo es influir en los juegos de poder, ha dicho en el estribillo. Y para enardecer a los coros, ha comentado que su noble propósito es hacer lo mismo que el Opus Dei, aunque para la revolución. Mentar al Opus Dei siempre les trae cuenta. Así que se propone estar en «todos los ámbitos» y habla de crear escuelas y campamentos como hace el Opus, pero va a empezar por su bar.

No tengo nada en absoluto en contra de que quienes quieran pagarle el local apoquinen. A fin de cuentas, a lo mejor se lo gastaban en cosas peores, como se dice. Claro que me gustaría que esos generosos mecenas y contribuyentes y Pablo Iglesias asumiesen el trasfondo ideológico que hay sustentando el gesto revolucionario y recreativo del bar. Están ejerciendo algo tan contrarrevolucionario como la libertad económica, la autonomía individual y hasta la libertad de empresa. En una economía intervenida no habría Garibaldis de balde ni exvicepresidentes de España pasando el platillo después de su actuación gubernamental.

Y ya desde el análisis político, tenemos que apuntar a otro factor interesante. La movida del bar descoloca la seriedad política de la refundación de Podemos, que podría tener bastante miga. Del mismo modo que la adquisición del chalet aquel cortó de improviso las alas al Iglesias en el poder y lo hundió en cierto desprestigio, cabe que lo de pedir para el bar vaya a cerrar o, al menos, a embarrar los caminos para el éxito del quinto congreso de Podemos. Si, a cambio, consiguen el nuevo bar, pues bueno, menos dará una piedra, y se lo celebraremos por partida doble. Yo, ya puestos, hasta voy un día.

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