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Enrique García-Máiquez

Kit de supervivencia

En el kit oficial hay cosas interesantes, como el dinero en efectivo, obsérvese, recomendado por los mismos que están deseando digitalizárnoslo por completo

Actualizada 01:30

Cuando he ido a documentarme para mi artículo sobre el kit de supervivencia que yo propongo, esto es, otro distinto a la cosa que se le ha ocurrido a la UE, compruebo que ha sido una idea masiva. No voy a ser muy original, pues, en mi planteamiento, lo que indica que la idea se percibe como una necesidad general. Y doble: primero, la de burlarse un poco de la propuesta peregrina de Europa, pero, enseguida, percibir que necesitamos un kit de supervivencia, aunque otro.

Burlarse, pero no del todo. En el kit oficial hay cosas interesantes, como el dinero en efectivo, obsérvese, recomendado por los mismos que están deseando digitalizárnoslo por completo. Una contradicción contante y sonante. La idea de la navaja suiza tampoco me desagrada, aunque yo soy más partidario del hacha del padre de familia en la puerta de su casa con sus hijos, como proponía Ernst Jünger. Y unas cerillas y un hornillo jamás son una tontería.

Sin embargo, un kit para sobrevivir 72 horas en caso de una hipotética emergencia nuclear se queda corto (por las 72 horas) y ancho (por la emergencia nuclear). La impresión es que quieren impresionarnos para que pasemos por el aro de sus malabares con los presupuestos y demás movidas totalitarias. Como parece que lo del miedo no lo están consiguiendo, concentrémonos en las 72 horas.

Hagamos una crítica constructiva y propongamos el kit de supervivencia que necesitamos para sobrevivir como hombres libres de una civilización con un pasado glorioso y con un futuro de esplendor si le dejan. Para empezar, incluyamos en el kit La Ilíada. Han pasado 2.787 años más o menos desde su creación, que se estima ocurrió sobre el año 762 a.C., así que su virtualidad para la supervivencia está garantizada. Da para 24.423.720 horas, aproximadamente. En consonancia con el tono homérico, metamos la ya mentada hacha de Jünger, al que Dominique Venner calificó como miembro de honor de la orden secreta de la caballería implícita. Si no se suma el hacha talmente, vale con la navaja y con la orden secreta. ¿En qué consiste? En la disposición de mantener contra viento y marea la libertad interior, la claridad de nuestra conciencia, nuestro amor a la verdad y nuestra predisposición a la belleza.

Para sobrevivir hay que incorporar al kit el convencimiento de lo que queremos salvar. Y estar orgullosos de nuestra historia y cultura. Sería bonito que nos repartiésemos el trabajo, como en la espléndida novela Farenheit 451, y que cada cual escogiese un libro, un cuadro o una ópera que ella o él iba a salvar personalmente. Creo que si yo tuviese que escoger, dejando la Divina comedia para alguien con mejor memoria que yo y mejor italiano, me inclinaría (reverente) por Las coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique. Con esto de repartirnos el trabajo entre todos, meteríamos en el kit de marras también el sentimiento de comunidad, que nos importa mucho.

Decididos a sobrevivir, no olvidemos la supervivencia eterna. No hay que dejarse fuera una buena Biblia ni la fe ni la esperanza, que no abultan nada, ni pesan, sino que engrandecen y elevan.

Observo que en el kit económico-europeo se aconsejan unos botellines de agua. Me parece natural, qué remedio. En el nuestro, sigamos el ejemplo de Noé, el pionero del arca de supervivencia, e incluyamos el vino, que como explicaba sir Roger Scruton, es la esencia de la civilización por un buen racimo de razones: traslada a la copa las raíces del terruño, consiste en tiempo trascendido y aporta una cadena de gloriosas transfiguraciones (del agua en uva, en mosto, en vino joven, en vino hecho, en hombre alegre que lo bebe y en comunidad que brinda y celebra). Hay que meter vino. También jamón, por parecidas razones. Y pan. Dejarse de barritas energéticas con pastillas de yodo.

Si queremos sobrevivir más de 72 horas, tenemos que equipar el kit con ironía para las medidas peregrinas de una clase política muy preocupada por su propia supervivencia y la de sus políticas. Y una ingenuidad magnánima para defender de verdad lo que somos y queremos seguir siendo.

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