Isabel Celaá al Vaticano: inoportuno, injusto e improcedente
Si la acción exterior de España es un desastre, fruto de la insolvencia de un Gobierno contaminado por un partido próximo a los peores regímenes del planeta; la degradación de sus embajadores solo puede empeorar la tendencia
El Gobierno ha colocado a su exportavoz y antigua titular del Ministerio de Educación, Isabel Celaá, en uno de los destinos diplomáticos más relevantes, gratos y apreciados, como embajadora de España ante la Santa Sede.
Más allá del agradecimiento de Pedro Sánchez por los servicios prestados, es difícil encontrar una sola razón que justifique un nombramiento a todas luces improcedente que, por enésima vez, subordina los intereses de España a los caprichos o necesidades personales de su presidente.
Para empezar, Celaá llega al puesto a una edad en la que, por definición, los embajadores de carrera se jubilan obligatoriamente, con un agravio inaceptable que pervierte las normas y consagra el nepotismo en un ámbito especialmente necesitado de liturgia.
Celaá no es el único caso ni Sánchez el único presidente socialista que ha convertido la diplomacia española en otro negociado partidista, hasta el punto de que otros dos exministros ocupan delegaciones tan relevantes como la Organización de Estados Americanos o la UNESCO, con Carmen Montón y José Luis Rodríguez Uribes, respectivamente.
Hasta seis políticos, alguno repudiado del Gobierno por falsificar su currículo como Montón; han sido recolocados en distintos destinos, a solo ya tres casos de los nueve que Zapatero designó con la misma falta de idoneidad, idéntico partidismo y similares efectos catastróficos.
A todos esos inconvenientes, que tiene soliviantada a la carrera diplomática con toda la razón, Celaá le añade otros propios que convierten su nombramiento en un despropósito absoluto.
Porque fue ella quien impulsó una lamentable ley educativa, la LOMLOE, inspirada y redactada con el único fin de agredir a la Religión para marginarla y, además, arrinconar despectivamente a la educación concertada, elegida por millones de familias e imprescindible para sostener el sistema público, incapaz de asumir el coste de una alternativa cuyos usuarios financian con sus impuestos, además, un servicio del que no son usuarios.
Enviarla a El Vaticano con esa hoja de servicios no solo describe a la beneficiaria, encantada ahora por disfrutar de un destino cuyos valores denigró como ministra, sino también el sectarismo clientelar de un presidente irrespetuoso con las normas, caprichoso con los recursos ajenos e insensible a los intereses del Estado.
Si la acción exterior de España es un desastre, fruto de la insolvencia de un Gobierno contaminado por un partido próximo a los peores regímenes del planeta; la degradación de sus embajadores solo puede empeorar la tendencia. Con el impulso personal de Sánchez y la aquiescencia de su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, capaz de enfadar a sus propios diplomáticos con tal de dar satisfacción a su frívolo jefe.