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Editorial

Europa pone a Sánchez bajo sospecha

El Gobierno avergüenza a España al provocar un debate en Estrasburgo sobre la democracia española que tendrá consecuencias

Actualizada 01:30

Por mucho que los terminales mediáticos y políticos de Sánchez, cada vez más sumisos, resten importancia al debate sobre la amnistía en el Parlamento Europeo, su mera celebración es un triunfo para los detractores de la involución democrática que sufre España y una derrota para quienes la provocan.

Solo con otros tres países, Rumanía, Polonia y Hungría, se había tenido que discutir formalmente sobre la calidad de sus democracias, una lista muy corta que ahora engorda tristemente España por la deriva inaceptable de un Gobierno que, para existir, ha consentido degradar el Estado de derecho hasta extremos inconcebibles y alimentar las concesiones y expectativas de quienes aspiran a hundirlo.

El bochorno de Sánchez, que ha sido incapaz de comparecer como presidente del Gobierno español y como presidente de turno del Consejo Europeo para dar explicaciones, se remata con la seria advertencia del Comisario de Justicia, Didier Reynders, al respecto de que supervisará muy detenidamente la ley en cuestión y sus efectos.

No son meras palabras, por mucho que se envuelvan en la retórica diplomática habitual de Europa: es la única manera de decir, sin generar tensiones con un socio de la Unión, que se fiscalizará una decisión privativa de un Estado y se intervendrá si, llegado el caso, tiene consecuencias locales e internacionales perniciosas.

Y las tendrá, por supuesto. Porque el peaje aceptado por Sánchez solo es el comienzo de un tétrico camino en el que cada cesión alimenta la siguiente y deteriora los límites del Estado para frenar sus efectos, en un bucle sin fin asumido con negligencia por un presidente intervenido, de facto, en todas sus decisiones.

Además, la onda expansiva de la sumisión de Sánchez al separatismo alimenta, sin la menor duda, otros movimientos similares en países de Europa como Francia, Bélgica, Alemania o Rumanía, que verán en el caso catalán una oportunidad inmejorable de reforzarse.

El PSOE ha regado una semilla muy peligrosa para España, sin duda, pero también para Europa, bien conocedora de las formidables tragedias originadas por el hipernacionalismo identitario en las dos guerras mundiales o en la más reciente en los Balcanes.

Europa nunca reacciona rápido ni con estruendo, pero una vez pone su maquinaria en marcha, es difícil de parar sin que haya consecuencias: su capacidad normativa y su liderazgo económico le permiten presionar a Gobiernos como el de Sánchez sin provocar grandes polémicas públicas, y a eso hay que aferrarse para contar con su ayuda.

Porque además de la amnistía, en España se está ensayando un nuevo tipo de modelo político que, con la falsa apariencia de que encaja en la Constitución, en realidad apuesta por la eliminación de la separación de poderes, la persecución política a la alternativa y el monocultivo ideológico, tres características más propias de una autocracia latinoamericana que de una democracia occidental.

El buen trabajo desplegado en Estrasburgo y Bruselas por PP, VOX y Ciudadanos en este caso debe mantenerse, sin resuello, y acompañarse por iniciativas constantes en el Parlamento y en la sociedad civil que sostengan la resistencia al abuso. Porque Sánchez nunca reculará. Ni quiere ni puede ni probablemente sepa ya cómo hacerlo. Ha llevado todo demasiado lejos y tiene casi imposible el retorno a la moderación y el buen juicio.

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