Sánchez, váyase ya
España no puede soportar más un Gobierno inmoral, ilegítimo e indecente, que deberá someterse al juicio legal e institucional que se merece.
Resulta ya prácticamente imposible seguir el hilo de la corrupción que colapsa al Gobierno de Pedro Sánchez y, sin ninguna duda, le aboca a un indigno fin, a la altura de su lamentable trayectoria iniciada hace ya casi seis años. Ayer se aportaron pruebas incontestables de su conexión personal con los miembros de la trama. El Debate publicó la conexión de Sánchez con Jacobo Pombo, que según el juez de la Audiencia Nacional es un intermediario en la trama de las mordidas. Pombo organiza un foro de liderazgo para jóvenes con un pobre seguimiento en redes. Pero, al parecer, muy atractivo para Sánchez y para Ábalos.
Así las cosas, a cada escándalo nuevo le sigue, cinco minutos después, otro de mayor enjundia, superado a su vez por uno más, aún más bochornoso, en un bucle infinito trepidante fruto, ante todo, del vigor de la prensa y de los periodistas independientes de España, aún más encomiables en comparación con quienes se han dedicado a fabricar propaganda remunerada para proteger a Sánchez.
En apenas unas horas ha quedado claro, por si alguien tenía dudas, que la corrupción no era un hecho aislado y que, como ha sostenido El Debate desde hace días, Koldo o Ábalos sólo eran la punta de un iceberg sintético en cuya cúpula está, obviamente, el propio Sánchez.
El repaso a las novedades es un vademécum del escándalo, recogido en autos judiciales, investigaciones de la Guardia Civil y revelaciones periodísticas incontestables que, juntos, componen un paisaje desolador.
De un lado, se constata que Sánchez, promotor y protector de Ábalos, participó en eventos de los promotores del «Cártel de las mascarillas» en pleno apogeo de su actividad mafiosa. De otro, trasciende que su propia esposa, Begoña Gómez, mantuvo reuniones con el denominado «conseguidor» de la organización y con uno de los mayores beneficiarios de dinero público concedido por el Gobierno. Algo inexplicable que en cualquier país serio obligaría a dimitir al jefe del Ejecutivo. Y, además de todo esto, se confirman indicios casi probatorios de irregularidades contables en las contrataciones impulsadas por Armengol en Baleares, Torres en Canarias y Marlaska en Interior.
A este cuadro final hay que añadirle todos los abusos narrados por unos pocos medios durante estos años, simbolizado en el caciquil y opaco uso de los recursos públicos por parte de Sánchez para crear una especie de régimen a su medida. Y coronado, por último, con la pavorosa deformación de la Constitución, del Código Penal y hasta de la cohesión nacional para pagar los plazos del chantaje separatista, sin cuyo abono Sánchez no sería presidente.
Nunca debió el líder del PSOE plantearse llegar al poder en esas condiciones. Y mucho menos intentar sobrevivir intervenido por esta espeluznante combinación de delirios políticos, obscenos negocios y tramas mafiosas.
El precio de haber aceptado esa hoja de ruta es, ahora, llegar a la meta con el mayor descrédito y la peor vergüenza exhibidas nunca por un presidente y un Gobierno, para vergüenza de un país que no se merece este espectáculo diario de sumisiones, latrocinios, mentiras y agresiones al bien común.
Sánchez debe dimitir, con urgencia, y su oscura etapa juzgada en todas las instancias legales e institucionales oportunas. Tanto oprobio no se resuelve ya ni con una convocatoria anticipada de elecciones que se antoja urgente. Además, España tiene derecho a hacerle pagar sus abusos y restablecer la decencia como regla innegociable de la actividad pública.