Helsinki II
En esta más que delicada circunstancia convendría en imaginar un sistema de entendimiento que en el corto plazo evitara la confrontación y en el medio y largo plazo sentara unas bases razonables para evitar la repetición de posibles eventos cataclismáticos
El Acta Final de Helsinki, origen de la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación en Europa, fue firmada en 1975 por los jefes de Estado y de Gobierno de los 35 países que desde 1972 habían participado en las duras negociaciones para alcanzar un acuerdo que permitiera definir un marco político de estabilidad y paz en los tiempos de la «distensión», superados los peores momentos de la Guerra Fría. El Acta, un texto de sesenta páginas, recoge, entre otros aspectos de las relaciones entre los Estados miembros, los diez principios que deben regir las relaciones entre ellos, tales como la renuncia al uso de la fuerza, el respeto a las fronteras estatales existentes, solo alterables por medios pacíficos y de mutuo acuerdo, el respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales y el derecho de todos los Estados participantes a la neutralidad o a formar o no formar parte de los tratados de alianza.
La CSCE, que celebró la tercera de sus reuniones en Madrid entre 1980 y 1983, fue un elemento importante en la normalización de las relaciones entre el este y el oeste en los años finales del siglo XX y su misma existencia explica en gran parte la culminación pacífica de procesos tan básicos para la actual configuración europea como fueron la reunificación alemana o la desaparición de la Unión Soviética. No todo fueron éxitos en su andadura y poco si algo pudo hacer para desarticular la brutal violencia que sufrieron los pueblos balcánicos en el proceso que llevaría a la desaparición de Yugoeslavia. Pero la validez de sus principios y el reconocimiento de su capacidad presente y futura fueron reafirmados en 1990 por los Estados participantes en la llamada Acta de París, documento por el que la Conferencia itinerante -CSCE- se convertía en Organización permanente -OSCE- hoy con base permanente en Viena y que cuenta con 57 Estados participantes, evidente resultado del añadido ex yugoeslavo y ex soviético. Entre ellos, y es importante señalarlo, figuran los Estados Unidos y el Canadá, además de Turquía. Constituye la más amplia de las organizaciones regionales europeas y la única en ese marco en donde comparten voz y voto conjuntamente americanos y rusos, además de la proyección euro asiática.
El marco actual de sus competencias es amplio y complejo e incluye desde la observación de los acontecimientos en las fronteras entre Rusia y Ucrania hasta el seguimiento de los procesos electorales en algunos de los países miembros, amén de incursiones en terrenos sociales y económicos. No tiene capacidad ejecutiva y sus decisiones se adoptan por el consenso de todos los participantes. Ello en gran parte explica la relativa oscuridad de su existencia y la renovada presencia de crisis cuya evolución y desenlace se produce fuera y en contra de las bases que sentó el Acta Final de Helsinki, como ocurrió en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán o está actualmente ocurriendo frente a Ucrania como consecuencia de los despliegues militares rusos en zonas fronterizas. Pero ello no debe hacer olvidar que la CSCE/OSCE ha encarnado un poderoso sistema de contención en las tentaciones agresivas de unos o de otros en el territorio continental y que incluso en momentos delicados del espacio post soviético fue la protagonista y base de los acuerdos que facilitaron la desnuclearización de Ucrania, Kazajstán y Belarus al propiciar la entrega de las armas nucleares soviéticas desplegadas en sus territorios a la Rusia heredera del sistema, a cambio del respeto a la integridad territorial y a la independencia política de los tres países.
El acuerdo estaba garantizado por los Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia. Es patente la violación por Moscú del compromiso contraído en 1994 al ocupar la península de Crimea. Como son asimismo evidentes las violaciones del Acta Final que el Kremlin comete en sus relaciones con Georgia y Moldova. Y son constantes las intervenciones de un buen número de países miembros de la Organización en el seno de la su Comisión Permanente al poner preocupadamente de relieve la gravedad y el alcance de tales acciones. Debieran contar con más proyección mediática de la poca que actualmente tienen.
Conviene recordar todo ello ante la gravedad que reviste la situación en el este de Europa, con la posibilidad de que Rusia decida una intervención militar en Ucrania con la finalidad de apropiarse de parte de su territorio. Las advertencias procedentes de los Estados Unidos y la Unión Europea sobre las consecuencias que ello traería recaen fundamentalmente en la amenaza de sanciones económicas, pero no faltan sectores en ambos lados inclinados a predecir una reacción militar en el caso de que lo peor tuviera lugar. Y en esta más que delicada circunstancia convendría en imaginar un sistema de entendimiento que en el corto plazo evitara la confrontación y en el medio y largo plazo sentara unas bases razonables para evitar la repetición de posibles eventos cataclismáticos, que podrían acarrear una grave amenaza para la paz y la seguridad en Europa y en el mundo.
Los tiempos han cambiado, los actores son en gran parte diferentes, las necesidades revisten formatos distintos, pero el recuerdo de lo que en su momento significó la Cumbre de Helsinki en 1975 viene a cuento para apuntar la conveniencia de planear algo parecido: una nueva negociación sobre la seguridad y la cooperación en Europa que, respetando y profundizando sobre los términos del Acta Final, pueda sentar las bases razonables de entendimiento y cooperación en términos mutuamente aceptables y beneficiosos para una comunidad regional, e internacional, hoy más que nunca necesitada de paz, estabilidad y cooperación. Sería la segunda edición de Helsinki, un, a modo abreviado y gráfico, Helsinki II. No estaría de más que fuera España, que tanto aprendió y aportó del y al Helsinki I, se atreviera a tomar la iniciativa al respecto. Vale la pena intentarlo.
- Javier Rupérez es embajador de España