España se desenvuelve entre el odio y la nada
Es necesario regresar al debate sosegado, al intercambio de opiniones que sirvan de amalgama para un enriquecimiento de la sociedad, para la consecución de objetivos positivos que lleven al progreso más que a la inutilidad e ineficacia de las actuaciones
Hemos llegado a un punto en el que el ambiente está tan crispado que caminamos por un sendero en el que una de las lindes es el odio y la otra, la nada. Esto es la reducción a lo absurdo donde todo se va en aire y humo, pero sin llegar a nada positivo y creativo. En estos últimos años, los políticos y parte de la sociedad se comportan de una manera poco edificante. El enfrentamiento dialéctico llega a extremos tan graves que las expresiones, de unos y otros, se utilizan como arietes enfrentados que dejan mucho que desear. El dogmatismo y la ideologización son los protagonistas, frente a la ponderación e inteligencia, de la vida actual.
El problema que se presenta es que esto cala en lo más profundo de los valores de la persona, pues el odio y el rencor son lacras que solo facilitan un menoscabo de los rendimientos morales, ahogando cualquier atisbo de virtud o bonhomía de las personas. Todo este entramado va tomando cuerpo de naturaleza en la personalidad de los jóvenes que llegan a la mayoría de edad entre improperios, insultos y agravios entendiendo todo esto como algo natural que hay que mantener y desarrollar. Estas actitudes pivotan sobre la ética de la actividad profesional, sobre la respuesta que cada individuo da a los problemas y redunda en unas réplicas frívolas e insustanciales que terminan en la negación del rendimiento. No hace falta nada más que entrar en las redes sociales para ver ejemplos de lo que afirmo. Muchos de los comentarios son destructivos y no aportan nada, siendo, por otro lado, una manifestación de la estulticia de quien los hace. Da pena leer estos comentarios. Vuelvo a insistir, una vez más, que todo es consecuencia de la educación recibida desde la niñez. Es en las familias, y en los centros educativos, donde se puede labrar, moldear, la personalidad de los educandos y de esta manera cuando lleguen a la edad adulta, en la que estén en condiciones de opinar, lo puedan hacer con una reflexión moral.
La Ley de Memoria Histórica es una buena prueba de ello. ¿Qué finalidad tenía reavivar este recuerdo? ¿Qué motivos había para ello? No se acaba de comprender cómo después de casi setenta años se revive un episodio del cual una gran mayoría de españoles no han conocido nada más que por transmisión oral de sus padres o por lecturas. ¿Qué razones hay para cambiar el recorrido de la historia? ¿Por qué se intenta eliminar del conocimiento hechos históricos como la civilización de América o el reinado de los Reyes Católicos? ¿Cuál es el trasfondo para anular el nombre de ciertas calles que no son nada más que un reflejo de los hechos históricos y de la cultura? Y curiosamente se trata de excluir del callejero a personalidades relacionadas con una parte de la sociedad y no de la otra. Reactivar estos odios, revitalizarlos cuando no resucitarlos, no conducen a nada y solo el nihilismo moral y el intelectual, serán su desenlace.
Es necesario regresar al debate sosegado, al intercambio de opiniones que sirvan de amalgama para un enriquecimiento de la sociedad, para la consecución de objetivos positivos que lleven al progreso más que a la inutilidad e ineficacia de las actuaciones.
Si volvemos la vista atrás, ¿qué nos queda de estos años en los que el odio campa por sus respetos en nuestras sociedades? ¿Cuál habría sido el progreso que hubiéramos tenido de no mediar estas posiciones negativas y destructivas? Con seguridad ahora estaríamos en otro punto diferente y mucho más positivo. Gran parte de los problemas actuales hubieran desaparecido y no existiría, de desarrollar por parte de políticos la inteligencia, un enfoque desfavorable de los problemas. La miopía intelectual llega a un punto en el que los problemas se distorsionan y acaban con el nihilismo estéril que no conduce a nada. En esto estamos en el momento actual. Que acabe depende de todos nosotros.
- Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de doctores de España