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En primera líneaPedro Fuentes

La ausencia de Cicerón

No aspiramos al «Estado ideal». Nos conformamos con un Estado normal, de gobernantes humanos, cuerdos y veraces

Actualizada 03:25

Arribamos tiempos de guerra como si la barbarie fuera una moda impuesta por el pereclitar de nuestra civilización; una extraña maldición que padece un mundo en descomposición. No somos ni más sabios ni menos vergonzosos, ni más bondadosos ni menos perezosos, ni mas elocuentes ni menos sentenciosos.

El ciudadano de a pie solo intenta sobrevivir en una sociedad descafeinada de valores.

El Gobierno del «buenísimo falsario» nos desgobierna con el desatino digno de un Ejecutivo fragmentado por su coalición. Somos ciudadanos presos de la esquizofrenia de los que se atreven a ultrajar todas las virtudes de las Humanidades, despojando al ámbito educativo de su propia esencia: el conocimiento suplantado por la ideología. Nuestra juventud se queda huérfana al descartar el pensamiento filosófico.

Decía Cicerón: «El Estado ideal es aquel en el que los mejores buscan la gloria y el honor y evitan la ignominia y el descrédito, y si no hacen el mal no es tanto por miedo a los castigos que imponen las leyes como por la vergüenza que ha dado el hombre a la naturaleza y que nos hace temer la crítica justificada».

Los «mejores» es una raza en extinción provocada por la decapitación pública de las Humanidades de nuestro endeble sistema educativo y de esta «mezquina logia» que iguala el afán de progresar como individuo a la discriminación de los más desfavorecidos; gloria y honor de gestas del pasado disfrazadas de la demagogia política de una falsa elocuencia panfletaria pergeñada desde los despachos de Gobierno. Ignominia son las ideas desprovistas de verdad que se venden en mercados de flores marchitas... ¿Qué es la feminidad de la pobreza? ¿Qué es todo esto del «genero»? ¿Qué significado comportan sus leyes? ¿ Qué crítica justificada están ustedes dispuestos a asumir? ¿Ministros que calumnian a los jueces? Nos hemos quedado ausentes de la elocuencia, del deber, del esfuerzo, de la identidad propia del individuo y, así, perderemos el relevo generacional profesional de este país, el derecho al libre pensamiento y el anhelo legítimo de prosperidad.

Ilustración: Cicerón

Lu Tolstova

Primero arremetieron contra el orden constitucional y ahora contra la integridad del ciudadano, durmiéndonos con el hedor de las disputas separatistas, terroristas, abortistas, laicistas, de oratoria falsaria por falta de conocimiento y palabra. Pero el mayor mal perpetrado es el que ustedes le están haciendo a la esperanza de nuestro país; a nuestros jóvenes.

Les están vendiendo el elixir de la alienación del individuo desde la proyección de su mal ejemplo y de su malévola libertad sectaria. Desde su nihilismo y odio enmascarado hacia la bondad que el ser humano posee. ¿Es necesario que les enumere sus desmanes? Están perpetuados en su propia hemeroteca.

Señores del Gobierno, deberían de dejar descansar sus rotativas de disparates, de ideas portentosas en el descrédito.

No más... señorías. No nos conviertan dogmáticamente en hombres incapacitados para pensar. No nos construyan como máquinas al mismo tiempo que nos abrazan con sus promesas de liberación, magia de opresores devenidos de sus «molinos de viento».

No es una ensoñación de un ciudadano de la calle. La prensa extranjera habla de ello, de sus malos ejemplos, de su falta de integridad, de su irresponsabilidad. Ya, nos están haciendo un daño irreparable porque su banalidad es extrema. «España está fracasada» y ustedes no tienen «sentido de Estado». Evidentemente no aspiramos al «Estado ideal». Nos conformamos con un Estado normal, de gobernantes humanos, cuerdos y veraces. ¿Dónde estás Cicerón?

  • Pedro Fuentes es humanista
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