Un año de genocidio en Ucrania
No debemos olvidar que sistemas totalitarios como Alemania o Japón en la Segunda Guerra Mundial tuvieron que sufrir la derrota y la rendición incondicional para convertirse en democracias prósperas y economías de gran éxito. ¿Por qué deberíamos negar esa posibilidad al pueblo de Rusia?
Hace ya un año que Rusia libra en Ucrania la guerra más destructiva y genocida en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Y aun así, seguimos oyendo a personas más preocupadas por que Putin salve la cara que por apoyar a Ucrania en su lucha por todos nosotros, los europeos. Vamos a intentar dejar las cosas claras.
Aunque los combates tienen lugar casi exclusivamente en territorio ucraniano, la guerra va dirigida contra Europa, contra nuestro sistema de valores, contra nuestros principios de democracia, derechos humanos y Estado de derecho. Solo tenemos que escuchar la retórica de líderes rusos como Medvédev, Shoigú o incluso el propio Putin, y podremos oír que Ucrania no es más que un trampolín. Las amenazas contra Moldavia, Polonia, los Estados bálticos y, en general, todos los demás países que forman parte de un sistema de valores occidental equivalen a una declaración de guerra contra todos nosotros.
El argumento ruso de que Ucrania es en realidad una parte de Rusia es completamente insostenible. Algo que permanece muy vivo en la memoria ucraniana, pero que Occidente casi ha olvidado, es el Holodomor. Eso fue la hambruna impuesta en 1932 y 1933 por la Rusia soviética al granero de Ucrania con el fin de inspirar terror y que costó la vida a casi 1,5 millones de personas, o lo que es lo mismo, a un 10 por ciento de la población. Esto fue un primer acto de genocidio contra los ucranianos. No es de extrañar que hoy en día Putin niegue que ocurrió.
Muchos políticos piden negociaciones para poner fin a la guerra. Para que éstas sean creíbles, todas las partes sentadas a la mesa tienen que tener un mínimo de credibilidad. Por desgracia, los dirigentes rusos no cumplen este requisito previo, ya que han roto todos y cada uno de los acuerdos que han firmado y garantizado en relación con Ucrania, su soberanía y sus fronteras, desde 1991. ¿Cómo puede alguien aceptar la palabra de Putin y sus compinches cuando ellos mismos no respetan ni una palabra de lo que han dicho?
Es más, como señaló el secretario de Estado estadounidense Anthony Blinken en la Conferencia de Seguridad de Múnich, es importante no confundir un alto el fuego con la paz. Considerando la situación actual, un alto el fuego consolidaría el dominio de Rusia sobre los territorios ocupados y solo serviría para dar un respiro a Putin que le permitiría prepararse mejor para la próxima guerra.
Si dejamos que Rusia se salga esta vez con la suya con una victoria real o percibida, estaremos renunciando a todos los esfuerzos por detener la proliferación de material nuclear. Todas las dictaduras, como Corea del Norte o Irán, sabrán que mientras puedan lanzar una amenaza nuclear creíble, podrán exigir impunemente lo que quieran. Se convertirán en intocables. Décadas de negociaciones para reducir la amenaza atómica se irán al garete.
En la Segunda Guerra Mundial, Stalin utilizó la primera reunión del Politburó no para hablar del curso de la guerra, sino sobre cuál tenía que ser el diseño de la postguerra. Deberíamos seguir este ejemplo y dejar determinados puntos inequívocamente claros como condición previa para el fin del conflicto armado.
Primero y más importante, la integridad territorial y la soberanía de Ucrania. El presidente Zelenski anunció que cualquier tratado de paz se basaría en un referéndum. Los ciudadanos de Ucrania nunca aceptarán la paz a cambio de una pérdida de territorio.
Segundo, el pago de reparaciones. Irak se las está pagando a Kuwait tras un ataque injustificado, de la misma manera que Rusia tendrá que pagar los daños por las infraestructuras destruidas, la pérdida de ingresos y, por supuesto, los refugiados, que tendrán que ser compensados por el calvario que están atravesando.
Y tercero, no debería darnos vergüenza hablar de un cambio de régimen en Moscú. Quienes sostienen que deberíamos volver a la situación anterior al 24 de febrero de 2022 intentan regresar a un cómodo estilo de vida en el que Rusia solo era una amenaza distante y, al mismo tiempo, nos proporcionaba energía barata, aunque eso nos colocara en una peligrosa dependencia. Tienen presente a sabiendas que los países de Europa central podrían tener que enfrentarse a otra guerra dentro de unos años, pero tal vez en circunstancias mucho peores. La única manera de evitarlo es mediante un cambio de régimen en Moscú. Y puesto que desde Occidente nos resulta difícil conseguirlo, tenemos que centrarnos en prestar apoyo a las fuerzas de la sociedad civil rusa que trabajan para llevar la democracia a su país. No es sencillo, ya que Putin ha logrado un control total sobre los medios de comunicación y la información en Rusia. Pero todavía hay estructuras que pueden llegar a la población rusa desde el exterior, como la organización de Alexéi Navalni o TVRain, que necesitan y merecen todo nuestro apoyo. No debemos olvidar que sistemas totalitarios como Alemania o Japón en la Segunda Guerra Mundial tuvieron que sufrir la derrota y la rendición incondicional para convertirse en democracias prósperas y economías de gran éxito. ¿Por qué deberíamos negar esa posibilidad al pueblo de Rusia?
¿Cuál es, en estos momentos, el futuro de esta guerra? Lo más probable es que Rusia intente crear un conflicto congelado mientras se aferra a las ganancias territoriales ilegales conseguidas desde 2014, y que luego espere a que Occidente se canse y deje de apoyar a Ucrania. A Ucrania le interesa mantener un frente dinámico y recuperar el territorio ocupado criminalmente por Rusia. Para mantener esta flexibilidad, necesita los carros de combate universales, los misiles de largo alcance y los aviones de combate que solicita. Nos encontramos en la situación increíblemente afortunada de que los heroicos ciudadanos de Ucrania estén librando nuestra batalla y dando su vida por nuestros ideales y principios. Lo menos que podemos hacer es proporcionarles los medios necesarios no solo para sobrevivir un día más, como ocurre ahora, sino para ganar la guerra. Por todos nosotros.
- El Archiduque Carlos es el jefe de la Casa Imperial de Austria y Real de Hungría