La función arbitral y moderadora del Rey
El Rey debe ejercer una influencia, derivada de su auctoritas, a favor de un entendimiento entre los partidos con el fin de presentar un candidato consensuado
Hay quien se pregunta sobre la función del Rey en todo este tortuoso proceso de investidura. Hay un cierto paralelismo con la situación que se vivió en 2015, cuando –según Sánchez– nadie ganó las elecciones (PP 123, PSOE 90, Podemos 68, Ciudadanos 40, ERC 9, CDC 9, PNV, 6, IU 2, Bildu 2, CC 1). Ante esta situación, Sánchez –y todo está escrito en su Manual de Resistencia– requirió a Rajoy para que, como candidato más votado, se presentara a la investidura. Pero el presidente en funciones informó al Rey que no aceptaba su nominación ante la falta de apoyos. Sánchez fue ovacionado en su Comité Federal cuando anunció que nunca permitirían la investidura de Rajoy con su abstención.
Sánchez reconoce que él tampoco tenía apoyos suficientes porque para sumar los votos necesarios tenía que pactar con Podemos, algo que consideraba imposible pues Pablo Iglesias la noche electoral «salió enarbolando el derecho a decidir de los catalanes». El Comité Federal del PSOE había fijado sus propias «líneas rojas», dejando bien sentado que «la autodeterminación, el separatismo y las consultas que buscan el enfrentamiento solo traerán mayor fractura a una sociedad ya dividida y, por tanto, son innegociables para el PSOE. La renuncia a esos planteamientos es una condición indispensable para que el PSOE inicie un diálogo con el resto de las formaciones políticas».
Como es sabido, recuerda Sánchez, el ciclo de consultas en la Zarzuela se inicia con el grupo parlamentario más pequeño y se concluye con el mayor, «un ritual lento, pues lo lógico sería comenzar por el que más votos tiene y despejar las dudas con rapidez y agilidad». Por este motivo, es decir, por no haber comenzado con Rajoy, fue el penúltimo en acudir a la cita real. En su Manual de resistencia relata que se quedó asombrado cuando el monarca le informó que Pablo Iglesias iba a proponerle un Gobierno de coalición con unas exigencias inaceptables: vicepresidencia, un ministerio para IU, creación del Ministerio de la Plurinacionalidad para el máximo dirigente de los Comunes catalanes defensor del referéndum de autodeterminación de todos los pueblos de España que así lo desearan, el CIS y otras «menudencias». Sánchez no estaba dispuesto a plegarse: «Es por lo menos contradictorio gobernar con alguien de quien no te fías, y en el peor caso se puede interpretar que quieres formar parte del Ejecutivo para controlar al otro partido». Lo más «humillante» era que Iglesias dijera que «si yo llegaba a presidente del Gobierno sería una 'sonrisa del destino', que yo le tendría que agradecer».
Como ya he dicho, el Rey propuso a Rajoy ser candidato, pero éste rechazó presentarse ante su evidente fracaso. Sánchez criticó con contundencia la «espantada» del líder popular. «Aquello resultaba demasiado: era una vuelta de tuerca que superaba todo lo que había hecho hasta entonces, que bloqueaba las instituciones parlamentarias y de Gobierno y colocaba a la Corona en una posición imposible. La situación en que quedaba el país era de bloqueo absoluto, pero además endosaba a la Corona la resolución de un escenario muy complejo».
Esa misma noche Sánchez recibió la llamada del Rey. A partir de ese momento «en aquellas semanas de infarto se fraguó entre Felipe VI y yo una relación de complicidad que superó, y sigue superando a día de hoy (1918), lo institucional». Fue entonces cuando «nos reconocimos como las personas que íbamos a sacar al país del riesgo de bloqueo». Y añade: «…Aquello a lo que me comprometí con él lo hice. En efecto, cumplí mi palabra».
Pero los hechos han demostrado que no fue así. El Rey no podía prever que al cabo de un tiempo los socios de Sánchez iban a ser los mismos que con tanta firmeza había rechazado. Por eso, en estos momentos críticos para España, el Rey debiera recordar a Sánchez su propia doctrina sobre el poder arbitral y moderador: «Los socialistas, pese a las reservas de parte de nuestra militancia con la institución monárquica, siempre hemos entendido que la colaboración con la Corona resulta fundamental, y más en el delicado momento en que se encontraba nuestro país».
Felipe VI no puede abdicar del deber de ejercer ese papel moderador y arbitral. El Rey como Jefe del Estado es el símbolo de su unidad y permanencia. Y estoy de acuerdo con el profesor Javier Tajadura en que el Rey debe ejercer una influencia, derivada de su auctoritas, a favor de un entendimiento entre los partidos con el fin de presentar un candidato consensuado. Pero la lógica del sistema parlamentario no puede avalar un gobierno antidemocrático fruto de la voluntad de quienes no ocultan su propósito de destruir el orden constitucional. Esa amalgama de comunistas, filoterroristas vascos y golpistas catalanes, junto a la burguesía nacionalista de ambas comunidades es un peligro para la democracia española. Ninguno se arrepiente de lo que hicieron y no renuncian a volverlo a hacer. Es el momento de arbitrar y moderar. Y el Rey no debe olvidar que juró ante las Cortes, en su proclamación, desempeñar fielmente sus funciones, cumpliendo y haciendo cumplir la Constitución. No es baladí que la unidad indivisible e indisoluble de la nación española sea el fundamento mismo de nuestra Carta Magna.
- Jaime Ignacio del Burgo fue senador constituyente, diputado y presidente del Gobierno de Navarra. Autor de Asalto a la democracia (La Esfera de los Libros).