Cuando la tragedia se consuma
Exceptuando los cuatro o cinco rostros visibles de cada partido, los españoles no tenemos ni idea de quiénes son esos señores que supuestamente se sientan en los escaños para representarnos
Una vez la tragedia se ha consumado, una pregunta recurrente sobrevuela nuestras cabezas: ¿cómo es posible que de 121 diputados socialistas ni uno solo haya sido capaz de votar en contra de la investidura-amnistía de Pedro Sánchez? Para el ciudadano medio no es comprensible que personas a las que presuponemos cierta preparación y criterio, ya sé que es mucho presuponer, hayan cedido sin titubear ante el mayor atentado contra el Estado de derecho que este país pueda recordar.
La respuesta es muy sencilla y la tenemos en nuestro propio sistema de representación. A diferencia de lo que sucede en otros países democráticos como, por ejemplo, Inglaterra, donde los ciudadanos votan por circunscripción a la persona (uninominal) que les representará en el Parlamento británico, en España seguimos admitiendo como válidas las «listas cerradas» elaboradas en los partidos políticos. Aquí se votan siglas, no personas.
Mientras que en Inglaterra un político tiene que competir primero con compañeros de partido para optar a ser candidato y después con sus rivales políticos para alcanzar el escaño de su circunscripción en el Parlamento, en España son única y exclusivamente los intereses partidistas los que designan a las personas que van en las listas. Y esta, aunque a priori pueda no parecerlo, es una diferencia muy grande, casi abismal, que hace que, en vez de tener una cámara de diputados libres, en realidad, tengamos esclavos de partido. Sin competencia solo queda la arbitrariedad.
En Inglaterra, por bueno seguimos con este ejemplo, cada ciudadano conoce a su representante perfectamente. Si ese ciudadano tiene algún problema en su circunscripción se dirige a su parlamentario directamente y si esa persona lo ha hecho mal durante su mandato el ciudadano tiene la capacidad de castigarlo en las urnas para que no sea reelegido en las siguientes elecciones. Es decir, los políticos tienen que rendir cuentas de verdad. ¿Ustedes conocen a sus representantes? ¿Saben qué diputados representan a su región en el Congreso? No, ¿verdad? Pues yo tampoco y son 350. La realidad es que, exceptuando los cuatro o cinco rostros visibles de cada partido, los españoles no tenemos ni idea de quiénes son esos señores que supuestamente se sientan en los escaños para representarnos.
Pero no es que sea nuestra culpa, sino que, en realidad, es el propio sistema partitocrático de España el que está concebido así para que los diputados no sean más que simples marionetas al servicio del partido al que representan. Y esa es, para mí, la gran tragedia de nuestra democracia y lo que deberíamos cambiar sin perder un solo minuto.
Los diputados socialistas que han votado sí a Pedro Sánchez en realidad son rehenes incapaces de tomar decisiones por su propia cuenta. La gran mayoría de ellos entraron muy jóvenes en las juventudes del PSOE y a medida que sus «carreras» avanzaban comenzaron a recibir cargos suculentos cada vez más altos y mejor remunerados. Muy pronto se dieron cuenta de que si se portaban bien y hacían lo que el partido les dijese podrían vivir muy bien de la política el resto de sus vidas. Y así lo hicieron.
Pero nada puede ser tan bueno para siempre. Lo que en su juventud les parecía un regalo, ahora, para muchos de ellos, se torna en algo mucho más pernicioso de lo que es muy difícil o casi imposible escapar. No es raro encontrar políticos que tras muchos años ejerciendo diferentes cargos están deseando abandonar la vida pública para ser libres. Personas que, tras indagar un poco fuera de la política, se dan cuenta rápidamente de que con sus capacidades nadie en el sector privado les va a pagar el sueldo ellos creen que merecen. Y claro, con las cargas que la vida ha ido colocando sobres sus hombros a lo largo de los años (niños, hipotecas, colegios, etc), al final desisten y comprenden que la opción de abandonar su partido simplemente no existe.
Y esto como se pueden imaginar no solo sucede en el PSOE. Todos los partidos son cómplices de esta corrupción sistémica que conscientemente impide a las personas pensar por sí mismas.
Lo que en la Transición funcionó por causas muy concretas ahora se ha demostrado un tremendo fracaso. Que la ambición enfermiza de un solo hombre pueda poner de rodillas a toda una nación es culpa únicamente de la incapacidad de nuestros diputados de ceder a su propio sentido común. No debemos seguir permitiendo que nuestros representantes públicos sean esclavos de sus partidos. No tiene ningún sentido. El sistema de representación debe cambiar con urgencia para que los ciudadanos podamos saber quiénes nos representan y que esas mismas personas puedan rendir cuentas ante los electores de forma individual. Solo así podremos seguir avanzando en democracia.
- Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista