Andrés Calamaro
Debemos cuidar y apoyar a todos aquellos valientes que, aun sabiendo que serán señalados, cancelados y ajusticiados en la plaza pública de las redes y de algunos medios, tienen el coraje de opinar libremente
Probablemente todos ustedes hayan tenido una época de sus vidas que desearían borrar de su memoria. Una etapa oscura que, afortunadamente, vertieron hace mucho en el contenedor más profundo de sus recuerdos y que solo en contadas ocasiones reaparece como una reminiscencia para decirles que no todo puede ser tan bonito.
Yo identifico esa lóbrega fase con mis quince años. Durante aquella etapa de mi vida me tocó vivir algunas cosas complicadas y darme cuenta de que la infancia ya había pasado. Para empezar, tomé conciencia de mí mismo. Una revelación que llega a edades dispares, aunque a algunos nunca les llega, pero que siempre asusta de igual modo, ya que tras la epifanía del YO siempre llega la otra sorpresa inevitable que nos atormenta hasta el final: la muerte es real y antes o después todos sucumbiremos a ella.
Ante este panorama desalentador, comprenderán ustedes que mi primera reacción fue la de refugiarme en mundos imaginarios a través de la lectura y, sobre todo, en la compañía de mis amigos. Y aunque aquellos bálsamos ayudaron bastante en su momento, lo cierto es que nunca consiguieron alejarme lo suficiente de la realidad como para lograr no despertarme sobresaltado y sudoroso en mitad de la noche pensando en el existencialismo. Pero entonces sucedió lo que a mí me pareció un milagro y que me sacó de golpe de aquel legañoso letargo.
Durante el verano de 2002, en Comillas, a mi amigo Juan y a mí nos apadrinó su primo Alfonso. Tenía tres años más que nosotros, coche y muchas historias divertidas que contarnos. Era como nuestra Mary Poppins particular, solo que mucho mejor. Nos dedicábamos a deambular de un sitio a otro en coche y, la verdad, lo pasábamos estupendamente.
Alfonso era y es un gran aficionado a la música, así que todos aquellos paseos los aderezaba con canciones que hasta entonces a mí me resultaban totalmente desconocidas. Pasé de escuchar «Aserejé», «Ave María» y «Torero» a «Jamming», «Bankrobber» o «Bohemian Rapsody». Sonidos que yo nunca había escuchado, o al menos no con atención, y que me abrieron un nuevo mundo de posibilidades. Pero claro, toda aquella magia pasó a un segundo plano cuando de repente nos puso una canción que para mí iba a ser el detonante de todo lo que vino después.
«Donde manda marinero» (Alta Suciedad) tenía algo que me conmovió profundamente. Noté un sentimiento muy fuerte en la persona que lo cantaba y enseguida me identifiqué con lo que yo intuí como un intenso sufrimiento. Yo «sabía» que él también había tomado conciencia de sí mismo y «sabía» que esa persona comprendía lo que yo estaba pasando.
Así que desde ese momento nunca he podido parar de escuchar a Andrés Calamaro. Y es una fortuna que aquella epifanía me sucediera con él, pues el genio argentino ha compuesto cientos de canciones dispuestas a ayudar al que lo necesite en cada uno de sus estados anímicos. No hay más que escuchar el que para mí es su mejor disco, Honestidad Brutal, para darse cuenta de lo que les digo.
Y claro, una vez conocí su obra, inevitablemente me sumergí en la persona y sucedió algo raro en estos casos; la persona me gustó incluso más que sus canciones.
Iconoclasta, dandy, lector insaciable, bohemio, pozo de sabiduría musical, amante de los toros, el lenguaje y la buena mesa, entre otras cosas, Calamaro muy pronto se convirtió para mí en un referente en cuanto a lo que a criterio se refiere.
Y esto no quiere decir que no sepa las cosas que Calamaro ha hecho mal en su vida, claro que soy consciente de ellas, pero qué quieren que les diga, me dan exactamente igual. Todos tenemos a nuestros intocables. Yo, por mi parte, tengo dos: Winston Churchill, que salvó a occidente de la hecatombe y Andrés Calamaro, que salvó a Gonzalo del aburrimiento.
Durante estos años he escuchado muy atentamente sus opiniones y tengo que decir que, aunque no esté de acuerdo con alguna de ellas, creo que todas responden a una meditación profunda sobre el tema que tratan. Es decir, Andrés raramente abre la boca o saca la pluma para decir tonterías. Y eso, hoy en día, en la era de las estupideces y las opiniones vacías, superfluas e infundadas, es una auténtica joya.
Y es por eso por lo que la izquierda odia a Calamaro y antes lo amaba. Ellos creían que Andrés era suyo, pero poco a poco el músico fue contradiciéndolos con sus palabras y actos. Él no es de nadie más que de sí mismo.
Fíjense en lo que ha pasado en España con Joaquín Sabina. En una rueda de prensa el cantante tuvo la osadía de decir que ahora no es tanto de izquierdas porque tiene ojos y oídos para ver las cosas que están pasando. ¿Se imaginan el resultado de esa opinión libre? Pues lo de siempre: excomunión directa del redil del pensamiento único sin posibilidad de redención. Juzgado y ejecutado por menos de veinte palabras.
Por eso, tampoco nos debe extrañar el linchamiento que ha recibido Calamaro esta semana como consecuencia de unas palabras que dijo al despedirse de sus seguidores en un concierto en Mérida: «Vuelvo, si puede ser, el día en que Rubiales y Jennifer puedan acercarse a menos de 200 metros y con Amaral mostrando las peras».
Esta despedida, que encierra chanza y crítica social, pero que, estarán conmigo, tampoco es un crimen de lesa humanidad, ha sido utilizada por los valientes y anónimos caballeros andantes de las redes sociales, ayudados por muchos de los medios tradicionales, para abofetear virtual y masivamente al argentino. Y con esta ya van muchas, demasiadas. Las perlas que le han dedicado van desde «vuelva a fumar, Calamaro», «es un auténtico memo» «¿siempre fue derechón camuflado de rockstar?» «Andrés ha vuelto a la farlopa y en cantidades industriales» hasta «archivado en el cajón de viejos fascistones afarlopados, junto a Sabina y Bosé» «siempre ha sido facha» o «un asqueroso menos». En fin…
Hoy el criterio y el pensamiento divergente es más importante que nunca. Por eso, debemos cuidar y apoyar a todos aquellos valientes que, aun sabiendo que serán señalados, cancelados y ajusticiados en la plaza pública de las redes y de algunos medios, tienen el coraje de opinar libremente.
Andrés Calamaro es un artista con muchos años de carrera exitosa a sus espaldas y su opinión, cuanto menos, merece un respeto. Si tienen la oportunidad, no solo escuchen sus canciones, sino lo que dicen sus canciones. No se arrepentirán.
- Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista