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en primera líneaGonzalo Cabello de los Cobos Narváez

Isabel Díaz Ayuso debe esperar

De todas las fiestas y reuniones de amigos absurdas que tuvieron lugar el domingo de las elecciones, sin duda, la más estúpida de todas fue la que tuvo lugar en la calle Génova. Yo no daba crédito a lo que veía

Actualizada 09:44

Si su intención era echar a Pedro Sánchez del Gobierno y el pasado domingo daba por seguro que el resultado electoral iba a ser favorable a sus intereses, lo único que queda es reconocer que esta semana, cada vez que se ha mirado al espejo por las mañanas, una especia de payaso rechoncho y animado le ha devuelto jocoso y burlón su mirada. Porque se puede hacer más el ridículo, pero estarán conmigo en que es ciertamente complicado. Yo, por lo menos, me he sentido así.

Fue una noche terrible, la verdad. En mi caso vi el recuento electoral en casa de unos amigos. El plan, como la victoria, parecían infalibles. Como íbamos a ganar, la idea era comenzar la noche con una cervecita y algún tímido cacahuete y terminar descorchando algunas botellas y abriendo unos sobres de jamón, en medio de una felicidad y un éxtasis poco conocidos. Por cierto, una nimiedad si lo comparamos con los fiestones veraniegos que se gestaron por todo el territorio patrio.

Ilustración Isabel Díaz Ayuso

Lu Tolstova

Fiestas temáticas con espetos, porras familiares con sorteo incluido, asados abundantes o, directamente, copas a todo lo que da la maquinaria. El triunfo estaba tan asegurado que, estoy seguro, hubo más de uno que aprovechó la coyuntura y decidió echarse al coleto más copas de las aconsejadas antes de tiempo previendo que, para cuando su mujer se diese cuenta del tamaño de la merluza, la felicidad sería tanta que, en vez de un puntapié en el trasero, recibiría un largo y cálido abrazo lleno de comprensión y ternura. Pero no. El puntapié llegó igual. Para el pobre borracho y para todos nosotros.

Cuando llevábamos un 10 por ciento de los votos escrutados comencé a intuir que tenía que ir desempolvando el maquillaje de clown. Cuando llegamos al 50 por ciento ya llevaba puesta la peluca verde, la nariz roja y los divertidos zapatos morados de la talla 62. Con el 95 por ciento de los votos escrutados todos convinimos que lo mejor era unirse y montar una compañía de payasos.

Pero de todas las fiestas y reuniones de amigos absurdas que tuvieron lugar el domingo de las elecciones, sin duda, la más estúpida de todas fue la que tuvo lugar en la calle Génova. Yo no daba crédito a lo que veía. Mientras que todo el electorado antisanchista parecía concurrir a un funeral, los asistentes al festival de Génova, 13 daban saltos eufóricos y lanzaban cánticos de alegría. Tras los resultados todo eran chanzas y abrazos.

Tanto es así que aquella fiesta me recordó a la famosa escena de Zoolander en la que el pobre Derek, convencido de que iba a ganar el premio a «Mejor modelo masculino del año», no reparó en que el encargado de nombrar al ganador no dijo su nombre sino el de su terrible oponente, Hansel. Estaba tan cegado con su propia victoria que no escuchó lo que la realidad le decía y subió al escenario feliz y contento a recoger un premio que, en realidad, no le correspondía. El ridículo, como sucedió la pasada noche en Génova, fue espantoso.

Isabel Díaz Ayuso fue la única que pareció entender que la derecha no tenía nada que celebrar. Su cara lo decía todo. Una cara que, por todo lo que transmitía, demuestó que ya está preparada para asumir el mando del Partido Popular y el liderazgo de la derecha.

Pero que esté preparada no significa que tenga que hacerlo ya. Sería un grave error. La política, bien lo sabe Pedro Sánchez, es un juego de estrategia y de tiempos y, por tanto, no conviene presionarla más de la cuenta. Tal y como están las cosas en este momento, creo que no ha llegado la hora de Ayuso. Enfrentarse a cuatro años de sanchismo sin un escaño en el Congreso es poco realista. La derecha no puede quemar su mejor baza en caliente como respuesta a una catástrofe. Lo inteligente es esperar.

Si Feijóo quiere hacer un verdadero servicio a España deberá aguantar como líder de la oposición toda esta siniestra legislatura. Su misión es complicada, pues, por un lado, tiene que aplacar la voracidad insaciable del sanchismo y, por otro, diseñar un cambio de liderazgo sensato y silencioso en el PP que permita a los españoles tener la primera presidenta del Gobierno de España. Isabel Díaz Auso sí, pero no ahora.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos Narváez es periodista
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