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En primera líneaJuan Van-Halen

Una izquierda okupa, una derecha cainita

La intervención de Casado contra Abascal en el Congreso me pareció un regalo a Sánchez. Y lo que escucho a Abascal en esta campaña electoral, otro regalo a Sánchez

Actualizada 01:30

Conocí a Feijóo hace muchos años; era director del Insalud. Coincidimos en una cena de amigos en el Mindanao. Conocí a Abascal antes de que llegase a Madrid; se la estaba jugando en su tierra. No seré yo quien juzgue si fue o no oportuno el nacimiento de Vox. Tampoco juzgaré los motivos que llevaron a esa ruptura pero recuerdo declaraciones de Rajoy –otro amigo desde sus tiempos de presidente de la Diputación de Pontevedra– de que sobraban en el partido los no dispuestos a pasar por el aro… O algo así. En todo caso, no acudiré al pasado. Lo inquietante es el presente.

Estamos en vísperas de unas elecciones en Galicia. Llegan después de una derrota apabullante de la izquierda en los comicios municipales y autonómicos del año pasado en el conjunto de España. Una derrota que no sólo sorprendió a Sánchez; también le amedrentó. Al día siguiente convocó las generales lo que, si no somos ingenuos, le sirvió para impedir en su partido cualquier reacción subsiguiente a la derrota, hacer unas listas electorales suyas y sólo suyas en toda España, premiar a los cercanos y castigar a los díscolos. En definitiva, dar otra vuelta de tuerca a su poder sin precedentes en Ferraz.

¿Qué necesita Sánchez tanto como respirar en un momento en que le observa Europa, mantiene una vía muy arriesgada de amnistía con nombres y apellidos, diferencia terrorismos buenos y malos, y reitera enfrentamientos con la Justicia? Sánchez necesita enviar un mensaje a Europa que, aunque sólo lo crea él, pueda vender que el socialismo no está tan dañado en el camino de ser retirado de la circulación más pronto que tarde como ocurrió en tantos países europeos. Además, para apoyar su espantajo en el exterior Sánchez siempre contará con sus medios de comunicación caseros, algunos impresentables tipo «eres un icono, presi, ¡te queremos!» de la tal Inés Hernand, de TVE, insólitamente no cesada en un medio público que pagamos con nuestros impuestos.

Ilustración Sanchez y la derecha

Paula Andrade

La victoria en Galicia de Sánchez o de sus huestes –a él le da igual si es capaz de capitalizarlo a su favor– sería vendida como la derrota del PP. Y, por contra, como su triunfo, aunque no fuera ni justo ni cierto y fuese un perdedor más. En una situación normalizada la trampa no colaría, pero la realidad que vive España es todo menos normal. Parece a veces un Estado fallido en el que el mundo funciona al revés, y los buenos pierden mientras los malos ganan. Los narcos son jaleados cuando asesinan a unos guardias civiles que cumplían con su deber. Los políticos, incluidos los ministros, insultan a los jueces con nombres y apellidos. Policías y guardias civiles son procesados por el golpe independentista mientras los golpistas esperan la amnistía. Las decisiones del Gobierno son de traca, desde Marlasca a Marisu, desde Urtasun a Alegría, desde Rego a Yoli. Todos bajo el paraguas del triministro Bolaños, como el diablo de la botella.

Como fondo del retrato, la realidad de una política deshonesta, que se contradice a sí misma, y ha traspasado toda línea roja entre democracia y autocracia. Ya sabemos que la izquierda está de okupa. Lo quiere manejar todo. En un artículo anterior recordaba la frase de Pla cuando ganó las elecciones la derecha en 1933: «El señor Azaña y sus amigos creen que por el hecho de no gobernar ellos ya no existe la República». Lo mismo han opinado tantos dirigentes del PSOE, y sobre todo Sánchez. Es tema conocido y no merece la pena una antología de disparates. Si gobierna la derecha la democracia no existe, y por eso hay que evitarlo a toda costa. Y cuando escribo «a toda costa» no descarto nada. Ojalá no tengamos que arrepentirnos del buenismo.

Si la izquierda es okupa la derecha es cainita. Lo fue siempre. Ya lo fue en la Monarquía de Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII, con el paréntesis inteligente de dos personajes singulares: Cánovas y Sagasta. Sus sucesores no estuvieron a la altura. En el momento que vivimos la actitud cainita de la derecha es singularmente arriesgada. Y con unas elecciones a la vuelta de la esquina más. Todos cometemos errores. La intervención de Casado contra Abascal en el Congreso me pareció un regalo a Sánchez. Y lo que escucho a Abascal en esta campaña electoral, otro regalo a Sánchez. Aunque el mayor regalo de Vox a Sánchez fue su error al votar la distribución de los fondos europeos; su voto impidió que los fondos los distribuyese un organismo independiente como en otros países de la UE y dejó las decisiones en manos de Moncloa.

Si hubiesen llegado a acuerdos PP y Vox antes de las generales del pasado julio, según los expertos hubiesen asegurado la mayoría para gobernar. No nos engañemos, en Galicia el voto a Vox servirá para hacer ganar dos o tres escaños a la izquierda y no va a suponer escaño alguno para el partido de Abascal. Por los restos. Deberían haberse puesto de acuerdo previamente PP y Vox. Elegir la confrontación entre cercanos es, otra vez, un error. Una ofrenda gratuita a Sánchez. A no ser que no se busque sino marear la perdiz. Cuando la derecha sea mayor, crezca, se dará cuenta de que con esta fórmula es probable que no gane nunca unas elecciones generales. Las decisiones deberían tomarse con cabeza y realismo. La derecha no lo hace siempre:

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
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