Sobre el futuro de las Naciones Unidas
En el «planeta ONU», Europa tiende a perder peso relativo, aunque Occidente sigue ocupando puestos claves en el organigrama
La guerra de Ucrania y la pandemia de covid han sometido una vez más a una dura prueba a las Naciones Unidas. El Consejo de Seguridad, con cinco países miembros permanentes con derecho de veto, resulta absolutamente inoperante cuando, como en este caso, uno de los miembros es el agresor. En el lado positivo y respecto a la pandemia, la ONU ha jugado un papel relevante en la distribución de vacunas para países del sur, cuyas economías no les permitían la compra masiva de la mismas.
La ONU, tal como la conocemos hoy, recibe fuertes críticas que podríamos sistematizar en cuatro:
1. Es una institución anticuada, creada en 1945 en las postrimerías de la II Guerra Mundial por la Carta de San Francisco. En el Consejo de Seguridad están los «vencedores» de la época: Estados Unidos, la URSS (hoy Rusia), Reino Unido, China y Francia, pero de esto han pasado casi ochenta años. Los proyectos de reforma del Consejo, que es el órgano central de Naciones Unidas, han encontrado obstáculos insalvables.
2. Dentro de la ONU existen muchas agencias, que son profundamente ineficaces. Sus objetivos básicos son tres, a saber: la paz y la seguridad internacional, la protección de los derechos humanos y el desarrollo económico. En el tema de la paz y de la seguridad, bastaría señalar que a día de hoy existen más de cien millones de refugiados en todo el mudo. Y en cuanto a los derechos humanos bastaría con recordar las presidencias de Cuba o Venezuela en el Consejo que lleva este nombre.
3. Es una institución populista con tonos demagógicos, con 193 países con voz y voto. Tienen el mismo peso el voto de Alemania, o de la India que el de la islas Cook o Tuvalu. En esas condiciones, es fácil aprobar por dos tercios propuestas retóricas vacías de contenido, y muy complicado aquellas que tengan consecuencias reales económicas o políticas.
4. Se trata de una organización muy burocratizada con miles de empleados excelentemente pagados, con privilegios funcionariales de toda índole. Al secretario general, Antonio Guterres, le está siendo muy difícil institucionalizar la figura de coordinador residente que lidere cuando hay varias agencias de la ONU acreditadas en una determinada capital.
El presupuesto de la ONU tiende a aumentar (este año se pedía un crecimiento del 12 por ciento) y en él tienen peso específico las misiones de mantenimiento de la paz o los programas de desarrollo. Como cualquier organismo público tiene una dinámica de propagación. Un ejemplo es la Alianza de Civilizaciones, actualmente dirigida por el exministro Miguel Ángel Moratinos, resultante de una iniciativa hispano turca que hoy apenas tiene virtualidad. Acaba de celebrarse un foro regional de la Alianza en Marrakech en la que el antiguo ministro de Exteriores elogió la calidad democrática de las últimas elecciones en Guinea Ecuatorial.
En NN. UU. se aprueban a menudo sanciones a países que amenazan la seguridad, como las que se aprobaron contra Corea del Norte, que se han venido diluyendo con el paso del tiempo aunque estén todavía en vigor. Además el hecho de ser ya Corea del Norte potencia nuclear hace que la opinión internacional se haya vuelto menos crítica. En el caso de Irán, tampoco parece que las sanciones hayan ralentizado su programa nuclear, ni hayan excitado un mayor respeto a los derechos de la mujer. El tema de la efectividad de las sanciones es muy polémico, objeto de defensas o criticas apasionadas. Una resolución reciente incorporaba la cláusula humanitaria en la aplicación de las mismas.
Las guerras se han sofisticado y ya no son sólo los Estados los que combaten sino también una pléyade de grupos, armados, grandes o pequeños, que hacen uso del terror y la violencia. Se ha popularizado la expresión de «guerras híbridas» en las que se utilizan los ataques cibernéticos u otros medios sutiles como negar el uso del swift bancario a determinados países. La guerra económica incluye acciones sobre gaseoductos, el ataque a plantas generadoras de energía o infraestructuras básicas, o medidas para imponer bloqueos a la libre circulación de bienes. Poco puede hacer su secretario general que, como dice Pablo Ruiz-Jarabo, actúa como una especie de monarca europeo con discursos cargados de razón y frases bonitas, pero sin capacidades ejecutivas.
En el «planeta ONU», Europa tiende a perder peso relativo, aunque Occidente sigue ocupando puestos claves en el organigrama. Es el signo de los tiempos, y el sur se despierta y dice «yo también quiero». En términos demográficos crecen África y Asia a gran velocidad, y se estanca la población blanca caucásica. En su momento U Thant, Butros Galli o Kofi Annan fueron novedades de color en una organización cuyos primeros secretarios generales fueron un noruego y un sueco. Avanzan también países que como China tienen una historia de éxito y que poco a poco van imponiendo candidatos, resoluciones y una filosofía alejada del capitalismo liberal.
El proceso de cambio es imparable y ojalá sea para bien. Lo que está claro es que el fin de la historia que preconizaba Francis Fukuyama era sólo una ilusión y que el futuro pertenece a nuevos actores. Como China o India, donde nacen seis veces más niños que en toda Europa junta. O como Turquía, que con su potente peso demográfico y al ser miembro de la OTAN, puede desempeñar un interesante papel mediador en conflictos como Ucrania o Siria.
- Gonzalo Ortiz es embajador de España