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TribunaAntonio Bascones

¿Hay luz al final del túnel?

Si oímos a algunos políticos nos daremos cuenta que lo que hoy dicen, cambia lo que se dijo ayer y seguramente lo que se dirá mañana. Todo es relativo y depende del cristal con que se mire

Actualizada 09:16

España está en un momento crucial de su historia. En los últimos años hemos asistido a unos cambios tan profundos, tan intensos, que significan una transformación total de los parámetros que pivotan sobre el alma del pueblo español. Toda esta metamorfosis toma cuerpo de naturaleza en los entresijos de la educación de las personas. Se intentan mudanzas en los conceptos y principios, evoluciones en todo el entramado de la sociedad, con lo que al cabo de unos años lo que aparece es otra cosa distinta y con toda claridad mucho peor. Se corroen las entrañas del armazón moral que cambia la ética de las personas. Es una destrucción de lo que se entiende como valores, un lento desgaste que, poco a poco, horada lo más granado de una sociedad pujante. Martin Luther King decía que «nuestras vidas empiezan a acabarse el día que guardamos silencio sobre las cosas que realmente importan».

Todo esto entra en el comportamiento basado en el relativismo. Todo vale y todo depende de los ojos con los que se mira. Ya lo dijo el poeta Ramón de Campoamor: «En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira». ¡Qué verdad tan grande! Si asistimos a las explicaciones sobre los distintos acontecimientos que, un día tras otro suceden, vemos que las opiniones difieren y se adaptan al entorno. «Estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros». Relativismo en estado puro. Adaptación sobre la marcha, ¿se puede pedir más? Esta forma de actuar se ha reincorporado a nuestro patrimonio genético y forma parte de nuestro ADN, por lo cual actuamos de una manera natural, sin dar importancia a nuestros actos y decisiones. No tenemos nada más que ver la palabra que más suena en español: «Vale». Parece que no tiene importancia, pero significa un proceso de adaptación que va a dirigir nuestra vida y que, en un futuro, horada lo más notable que tiene la persona: su opinión, su coherencia.

Con la aceptación del relativismo atacamos el compromiso que tienen las personas con los fundamentos sobre los que pivota una ética en la sociedad. El compromiso, el esfuerzo, el tesón y la responsabilidad se han transformado en algo relativo, algo que puede ser o no ser, algo que se puede aceptar o no.

La crisis económica pasará, de eso no hay duda, pero la de los valores es más complicada y necesita una generación para un cambio profundo. Al niño hay que inculcarle, desde pequeño, estos valores de la ética, del servicio a los demás, del trabajo bien hecho y así, de esta manera, después de muchos años, habremos cambiado la sociedad. El culto al dinero, a la mentira, al concepto de que todo es relativo y no hay diferencia entre lo bueno y lo malo, entre lo bien realizado y lo dañino, son conceptos que debemos reemplazar. Es necesario transmitir esta enseñanza a las generaciones venideras y aquí es donde los padres tienen una gran responsabilidad. La educación en familia, desde los primeros balbuceos, es esencial en la formación de la personalidad. Hay que desterrar el buenismo que entraña el relativismo tanto moral como intelectual.

Por ello, es necesario prepararse para cambiar la colectividad, cada uno a su nivel y, para ello, nada mejor que empezar por los jóvenes, por nuestros hijos, por los alumnos. En una palabra, por nuestro entorno. Enseñar que el nihilismo moral no conduce a nada, debe formar parte de nuestro comportamiento. Allá donde estemos, allá donde trabajemos, allá donde enseñemos, es necesario suprimir el relativismo. La fuerza del compromiso es la base del crecimiento de la sociedad. Hay que sentar las bases de cuál es el camino correcto que debemos seguir, los valores que debemos defender, los principios que debemos tener y, en consecuencia, las decisiones que debemos adoptar.

La ingeniería social, que está imperando en ciertos grupos, está armada y trabaja para conseguir cambios en la sociedad. Esto no conduce a nada positivo. Debemos combatirla con la palabra medida, con la prudencia del que lleva los valores morales en su existencia, en su devenir, con el ejemplo de nuestras actuaciones y sobre todo con la coherencia de nuestras decisiones. Todo esto hay que llevarlo a cabo en nuestro trabajo, en nuestra profesión, en nuestro entorno, en nuestras tertulias y comentarios. Poco a poco, iremos transformando este galimatías moral en el que no se sabe dónde está el bien y donde el mal, qué es lo bueno y qué es lo malo. La sociedad está desorientada, pues no la proporcionamos los parámetros correctos que debe seguir. No sabe, a ciencia cierta, dónde está lo correcto, pues da la impresión de que todo vale y todo es así porque es válido y es lo mejor para todos. De esta manera, nadie se para a pensar que hay otros caminos por los que andar, otros prados que pisar y otras fuentes de las que beber.

Si oímos a algunos políticos nos daremos cuenta que lo que hoy dicen, cambia lo que se dijo ayer y seguramente lo que se dirá mañana. Todo es relativo y depende del cristal con que se mire.

Hace días un artículo en este periódico repetía las palabras de Víctor Hugo: «Cambia de opinión, mantén tus principios; cambia tus hojas, mantén intactas tus raíces». Es una frase lapidaria de gran profundidad ética y moral. Debería encauzar nuestro camino en la vida.

¿Hay luz al final del túnel? Sí, esperemos que, la haya y que nos envuelva con su resplandor vivificador.

  • Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España
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