Un año de guerra en Ucrania
Rusia no sólo no ha conseguido sus objetivos iniciales, sino que se han producido resultados opuestos
El 24 de febrero se cumple un año de guerra en Ucrania. La «acción militar especial» emprendida por el ejército de Putin, que preveía un rápido desenlace y la toma del poder en Kiev de un Gobierno afín, se frustró. Como dice el general Francisco Gan Pampols, la decisión fue equivocada y la ejecución peor.
Entretanto ha pasado un año. Occidente apoyó a Zelenski desde el primer momento y no dio por buena la invasión rusa. Ucrania resistió y no se repitió el vergonzoso espectáculo de Afganistán cuando su presidente Ghani huyó llevándose un considerable botín. Suecia y Finlandia, países tradicionalmente neutrales, pidieron su ingreso en la OTAN. El ejército ucraniano consiguió parar la embestida rusa, con notable apoyo militar de Estados Unidos, Reino Unido y Polonia sobre todo. China e India se beneficiaron de recursos energéticos rusos pero prefirieron adoptar una considerable distancia con respecto al conflicto. Fueron saboteados los oleoductos Nordstream que llevaban gas ruso a Alemania. Se produjo un terrible éxodo de refugiados, estimado en la actualidad en 5 millones de personas, singularmente mujeres y niños ya que los varones fueron llamados a filas. Y tuvo lugar un número enorme de muertes de civiles y militares, estimado en 180.000 rusos y 100.000 ucranianos, cifras realmente aterradoras.
Pero no se extendió el conflicto a otros países vecinos. Rusia amenazó con utilizar el arma nuclear, pero no lo hizo. El invierno se está soportando con las incomodidades derivadas del menor suministro energético y una generalizada subida de los precios. Zelenski sobrevivió sin grandes dificultades internas, aunque murió en un extraño accidente de helicóptero el ministro de interior. En Rusia, Putin afianzó su poder y procedió a sucesivas purgas en la cúpula militar a medida que se producían resultados desfavorables. La opinión pública occidental, proclive al agotamiento, mantuvo sin embargo el apoyo a la causa ucraniana sin que en la calle hubiera protestas de los antibelicistas.
La guerra, porque no merece otro nombre, ha puesto de relieve la debilidad europea, porque no se hubiera podido defender Ucrania sin el apoyo de los EE. UU. Pero la guerra debilitó a Europa, que tuvo que asumir unos gastos tremendos (los que se derivan de los suministros militares y los que se producirán en la necesaria reconstrucción). Occidente está comprando gas norteamericano más caro que el ruso lo que desbarata la política energética alemana, el país mas potente de la Unión Europea, que había fiado su desarrollo a unas relaciones estables y armónicas en el campo energético con la Federación Rusa.
El pretexto ruso para iniciar la guerra fue el de considerar que existía una «amenaza existencial», ya que Ucrania formaría parte indeleble del alma rusa. Estos móviles recuerdan poderosamente a los que llevaron a Hitler a la «Operación Barbarossa» en 1941: necesidad de un «Lebensraum» («espacio vital», según Haushofer), y de paso desembarazarse de los judíos. Putin, en esta línea, ha considerado existencial apoderarse del Donbass y «desnazificar» Ucrania, para él dominada por políticos de esta catadura.
Transcurrido un año de la guerra podemos llegar a algunas conclusiones:
1. Las nueve rondas de sanciones contra Rusia de la UE no han conseguido el resultado de quebrar la economía rusa. En realidad, no sabemos cuál es la capacidad de ambas economías de financiar la guerra. (Esquilo, «la primera víctima de la guerra es la verdad»).
2. No hay perspectivas de negociaciones de paz, pero seguro que existen contactos a todos los niveles. Tanto Zelenski como Putin se mantienen irreductibles en sus respectivas posiciones pero ¿seguirán los EE. UU. manteniendo su apoyo? ¿y hasta cuándo los países de la UE? Para Ucrania la guerra es también amenaza existencial. Sin salida al mar Negro o sin su corazón industrial queda en entredicho la viabilidad del país.
En el momento presente parece que ninguno de los dos contendientes puede ganar la guerra. Los misiles rusos se orientan hacia centrales eléctricas, hospitales u otros objetivos en los que la muerte de civiles desanime a la población. Las infraestructuras de Ucrania están bastante dañadas. Pero Ucrania no puede conquistar Rusia dada su profundidad y tiene que limitarse a una guerra defensiva. Rusia tampoco puede ganar la guerra si se mantiene el apoyo de los EE. UU., confirmado estos días en Munich (15-18 de febrero) por el secretario de Defensa Lloyd Austin y el general jefe de la Joint Chiefs of Staff Mark Milley.
Hay cuatro grandes personalidades enfrentadas que llevan el peso de la guerra. En el ámbito político los presidentes Putin y Zelenski, el primero empeñado en conseguir la integridad de la «Madre Rusia» y el segundo obstinado en recuperar las cuatro regiones, y Crimea, que han caído en manos de los rusos. En la parte militar se ha considerado el liderazgo del general ruso Valeri Gerasimov y en el lado ucraniano el general Valeri Zaluzhnyi. Las guerras no se ganan siempre en el campo de batalla, sino también en la retaguardia, y en la resistencia y empeño de su líderes.
Para el profesor Mearsheimer, el autor de «la trampa de Tucidides», que llevaría a una inevitable guerra entre China, potencia ascendente, contra América, potencia declinante, la actual guerra tiene un resultado impredecible y es un caso de guerra por terceros (war by proxy) en la que Rusia es la punta de lanza de China para calibrar la resistencia de los EE. UU. El resultado final podría ser el de tablas, similar a lo que ocurrió con la guerra de Corea en 1953.
Rusia no sólo no ha conseguido sus objetivos iniciales, sino que se han producido resultados opuestos: el primer objetivo era debilitar a la OTAN, (que se verá reforzada con nuevos miembros), el segundo objetivo era hacer Ucrania más dependiente de la Federación Rusa (por el contrario se ha producido un abismo de rencor) y el tercer objetivo era recuperar el estatus de gran potencia (la realidad es que Rusia se ha desprestigiado internacionalmente y han aflorado los fracasos militares rusos del pasado).
- Gonzalo Ortiz es embajador de España