La ética de los cuidados en una sociedad desvinculada
El interés sincero por el otro eleva nuestra dignidad porque no luchamos por la mera supervivencia. Y una sociedad da muestras de su fortaleza ética cuando los hijos se desvelan por sus padres ancianos y por los más débiles de su entorno
No cabe duda que nuestra sociedad se ha vuelto profundamente individualista y cada uno busca su propio beneficio. El ideal de la cultura actual es el «yo» autosuficiente. Frente al paradigma de la independencia, es necesario redescubrir al ser humano como ser relacional. El olvido del otro pone al descubierto la necesidad de los cuidados. El ser humano recibe la vida como un don que ha de poner a disposición de los demás. La solidaridad social y el cuidado son la expresión del ser personas.
En el tiempo de pandemia hemos palpado la necesidad de los «cuidados». Porque la vulnerabilidad es constitutiva del ser humano. Dependemos unos de otros. El arte del cuidado no afecta solo al campo de la salud. Se trata de un compromiso ético y político con el otro y con el entorno. El «cuidado de sí» desligado del cuidado de una sociedad justa y del cuidado del medio ambiente es una versión muy pobre del cuidado que debe ser integral y generativo. Frente al riesgo de la desvinculación reivindicamos la relación como categoría central de la ética.
La era digital tiene sus riesgos, pero también ofrece oportunidades para construir una ciudadanía activa y responsable. Formemos personas capaces de cuidarse y cuidar al otro. Así la sociedad del bienestar dará paso a la sociedad de los cuidados. «Alguien me cuida, luego existo». El cuidado es generativo: cuando cuidamos, crecemos humanamente. El interés sincero por el otro eleva nuestra dignidad porque no luchamos por la mera supervivencia. Y una sociedad da muestras de su fortaleza ética cuando los hijos se desvelan por sus padres ancianos y por los más débiles de su entorno.
Es necesario que las instituciones piensen en términos de cuidados. Esto contribuirá a crecer en justicia social. Se trata de fortalecer los vínculos para luchar contra el gran problema del futuro: la soledad no deseada. Y no olvidemos que las políticas de cuidados no atañen exclusivamente al Estado. Es algo de toda la sociedad y el Estado no puede sustituir ni a la familia ni a la escuela.
Un ejemplo concreto de política de cuidados sería fortalecer los cuidados paliativos como alternativa a la eutanasia. Cuando a un moribundo se le cuida, vive más. La eutanasia corta el proceso vital; no es una práctica generativa sino degenerativa. La ética de los cuidados va ligada a una sobriedad ecológica: educar en un consumo responsable en lugar de priorizar el estado del bienestar. El Papa Francisco lo ha recogido en Fratelli tutti y Laudato si.
La ética del cuidar tiene, pues, una doble vertiente: se construye desde la experiencia del deber que uno siente frente a quien necesita ayuda y se apoya en la experiencia de felicidad que proporciona cuidarse bien y cuidar bien de los otros. La felicidad humana es frágil y efímera. Por eso requiere el equilibrio y el cuidado personal, social y natural. Sólo un ser humano puede cuidar a otro ser humano, pues el ejercicio del cuidar requiere la relación interpersonal, el rostro a rostro, la ineludible presencia humana.
La educación para el cuidado se aprende en la familia, núcleo natural y fundamental de la sociedad, si allí se vive en relación y en respeto mutuo. La familia es la esfera de los afectos y del cuidado. Pero la familia necesita ser ayudada para cumplir esta tarea vital e indispensable.
Frente a la indiferencia generalizada el Papa Francisco invita a promover una cultura del cuidado. «No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada». La doctrina social de la Iglesia ofrece a todos los hombres de buena voluntad un rico patrimonio de principios, criterios e indicaciones, para construir la «gramática» del cuidado: la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación. «La solidaridad expresa concretamente el amor por el otro, no como un sentimiento vago, sino como 'determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos'». “La cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz» (Mensaje para la 54 Jornada Mundial de la paz 1.01.2021).
- Manuel Sánchez Monge es obispo de Santander