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TribunaAgustín Domingo Moratalla

La desmitificación teológica de la Inteligencia Artificial

Entre la IA y la IE nos encontramos con el ‘problema’ de mi cuerpo, que también es un ‘misterio’. Recordemos con Gabriel Marcel que el cuerpo no es algo que ‘se tiene’, sino algo que nos permite ser y estar

Actualizada 01:30

Estas primeras décadas del siglo XX están resultando sorprendentes para todos los ámbitos del saber y la cultura. Una de las últimas sorpresas ha procedido del «ChatGPT», producto de las investigaciones en los llamados sistemas de Inteligencia Artificial (IA). Aunque el nombre de ‘inteligencia’ es inapropiado porque si es ‘Inteligencia’ no puede ser ‘artificial’, el término agrupa una serie de productos tecnológicos con los que algunos quieren desplazar, emular, sustituir o modificar la inteligencia (natural) humana (IN). En estas primeras décadas del siglo XXI nos encontráramos en transición hacia una nueva época de la cultura y humanidad que se llamaría ‘poshumanismo’, de camino a una superación de la inteligencia natural y corporal (IN) por la inteligencia algorítmica (IA) como ‘superinteligencia’ (transhumanismo)

Desde la compra del pan hasta las instrucciones de la cocina, pasando por los aprendizajes escolares, todo ‘avance’ social parece relacionado con ella. Los tecnocientíficos del pasado siglo que comenzaron a promover herramientas, dispositivos y programas en apoyo a las decisiones humanas (lo que realmente y con precisión es la IA), comprobaron que el ‘término IA’ legitimaría socialmente y otorgaría plausibilidad a sus proyectos (A. Turing, J. McCarthy). De ahí que John Searle unos años más tarde pidiera distinguir entre IA fuerte y débil. El término tiene capacidad para seducir imaginarios cultuales anoréxicos y fecundar de nuevo ideologías y utopías. Tiene todos los componentes de los mitos para alimentar las creencias vulgares, más preocupadas por los 'negocietes' de enriquecimiento rápido (sofistas) que por la verdad (Sócrates).

Asistimos a la creación de un potente mito cultural de dimensiones políticas globales que debe ser desenmascarado por la Filosofía y la Teología contemporánea. Además de la Algor-Ética que nos reclama el Papa Francisco, hace falta una racionalidad filosófica y teológica que podría reconstruirse, entre otras, con la tradición de la Noología zubiriana. Los procesos no son tan sencillos. La accesibilidad del ChatGPT, sus posibilidades para generar/traducir textos y la aparición de continuos avances algorítmicos ‘aplicados’ (nuevos biomateriales, prevención de enfermedades, gobernanza social, imaginario comunicativo, prolongación de la vida, etc.) nos empujan a las puertas de una nueva racionalidad y potencial Renacimiento. Ya Maritain y Mounier, con la creación de la revista Esprit se propusieron el siglo pasado ‘Rehacer’ el Renacimiento (1929).

No sabemos si ahora, al ponerse a prueba una ‘desaparición’ del hombre (final del humanismo, muerte del hombre, Nietzsche) y no simplemente su descentramiento (cuestionamiento del antropocentrismo prometeico de la modernidad), se trata de repensar, reconstruir o ‘superar’ el Renacimiento. Algunos teóricos del poshumanismo quieren que miremos en esa dirección (N. Bostrom). Otros nos recuerdan que, a pesar de ser tiempos de aceleración, alienación y desvinculación (H. Rosa, Z. Bauman) se nos plantean oportunidades al saber en general y a la Filosofía y Teología en particular. Oportunidades con poder desmitificador, vinculadas a la pasión por la verdad, al cuidado y la promoción cotidiana del bien, vinculadas quizá con la cultura slow, el silencio o la resonancia como caminos para la belleza. Oportunidades que apuntalan las posibilidades de una transformación responsable de la IN y, por tanto, de la ‘inteligencia espiritual’ (IE).

Preguntarse por el lugar de la Inteligencia espiritual (IE) en este mercantilizado contexto algorítmico y cibernético (IA) puede resultar refrescante, oxigenante, clarificador y hasta culturalmente resistente para desmitificar los nuevos sueños tecnológicos. La IE plantea la pregunta por la razonabilidad, autenticidad y habitabilidad en este universo digital. Dos posibilidades emergen:

a.- Son divergentes e incompatibles la IA y la IE. La habitabilidad en el mundo algorítmico exige ruptura, desconexión, retiros, ejercicios espirituales y una nueva eco-teología desligada de los parámetros de la aceleración/crecimiento/alienación.

b.- Son compatibles y convergentes porque el conocimiento teológico serio y riguroso siempre ha supuesto una reflexión (Logos) sobre la «naturaleza» (Onto-logía) de Dios como un Super-ser (Onto-teo-logía), un Dios relacionado con el poder de lo real, todopoderoso, providente y omnisciente. Los que, de nuevo, nos situaría los sistemas de apoyo a la decisión propios de la IA en el camino poshegeliano de la razón total.

Desde Santo Tomás o Ramón Llull hasta Teilhard de Chardin o Xavier Zubiri, las bases y fundamentos de la espiritualidad exigen una renovada, atractiva, critica y sentiente teoría de la inteligencia sin apellidos: la Noología. Si a ello añadimos que, hasta ahora, los sistemas de IA se han construido sin pensar el concepto de ‘tiempo’ que manejan, como si pudiera plantearse el problema del tiempo sin el misterio del alma, la verdad y la conciencia; como si todo el tiempo fuera el tiempo de los relojes o los planetas y como si no hubiera un tiempo vivido y narrado. Modo de entender el tiempo que, desde Jean Patocka, nos ayuda a pensar Europa.

Entre la IA y la IE nos encontramos con el ‘problema’ de mi cuerpo, que también es un ‘misterio’. Recordemos con Gabriel Marcel que el cuerpo no es algo que ‘se tiene’, sino algo que nos permite ser y estar. Cuerpo que para los sistemas de IA es puro «hardware» en vías de ser sustituido por un nuevo «software» cuando derrotemos al dolor, las enfermedades, el envejecimiento y la muerte (lo que significa retornar al dualismo materialista y mecanicista). Cuerpo que para la IE aparece como algo perfeccionable y que algunos defensores de las espiritualidades de calderilla fusionan de manera indolora en el macro-bio-cosmos energético. Entre unos y otros, el ciudadano normal y el creyente con sed de verdad, bondad y belleza, incluso con inquietudes teológicas y ganas de tener una espiritualidad robusta compartida, no deja de gritar, con don Miguel de Unamuno, ¡Socorro, que me quitan mi yo!

  • Agustin Domingo Moratalla es Catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia. Investigador principal del proyecto ‘Ética del Cuidado en tiempos de Inteligencia Artificial’. Presidente de EBEN-España.
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