Ginebra de garrafón
España ha demostrado en numerosas ocasiones ser mejor que sus gobernantes. Aunque quizás nunca, desde las Abdicaciones de Bayona, España tuvo unos dirigentes tan predispuestos a vender los derechos de todos
En 1975, José Mario Barbero, amigo y emisario del Rey Juan Carlos I, se reunió con Santiago Carrillo en París para negociar que el Partido Comunista abandonase la dialéctica revolucionaria en favor de una aceptación de la monarquía y el impulso por parte de ésta del proceso democratizador que, con el tiempo, acabaría llamándose la Transición. En ese momento, no se daban en nuestro país unas condiciones que permitieran asegurar la integridad no sólo jurídica sino incluso física de ambas partes, ni garantías suficientes para la propia existencia del proceso negociador. La ausencia de democracia hacía que determinados asuntos sólo pudieran negociarse en el extranjero.
Por entonces, España era un régimen autoritario que, liderado por el nuevo jefe del Estado, comenzaba el camino hacia una democracia plena imposible de conseguir sin el concurso de todas las fuerzas políticas. Hoy, 48 años después, España es una democracia que ha comenzado el camino hacia un régimen incierto en el que se pretende excluir a todos los partidos de la derecha, mientras se convierte en socios de la gobernabilidad a independentistas y herederos de Batasuna.
Quizás la sucesión de escándalos y golpes de efecto del sanchismo haya elevado el nivel de tolerancia de una gran parte de los españoles, pero lo cierto y verdad es que nuevamente el futuro político de nuestro país se negocia fuera de nuestras fronteras, aunque esta vez no es un necesario golpe de ingenio, sino una humillación a las cuatro décadas de democracia que hemos vivido.
Los siete votos de Puigdemont que el presidente del Gobierno ha necesitado para ser investido han motivado que el PSOE abandone todos sus principios y posiciones para entregarse a unas exigencias dictadas por los independentistas que en 2018 atropellaron la ley en Cataluña y la democracia en España.
La reunión entre Santos Cerdán y Puigdemont fotografiada hace unas semanas y la última en Ginebra con la fiscalización de un mediador internacional son, sin matiz alguno, la hora más oscura vivida nunca por nuestro país desde que la democracia se impuso a los muros.
Puede que la miopía de la izquierda, obcecada en su obsesión por relegar a la derecha al ostracismo, nuble la visión de millones de españoles. Sólo el tiempo les aportará la claridad para reconocer que nada –ni su rechazo mordaz a la derecha– justifica que una democracia como la española se denigre a cambio de unos votos cuya enorme factura moral pagaremos durante décadas.
España ha demostrado en numerosas ocasiones ser mejor que sus gobernantes. Aunque quizás nunca, desde las Abdicaciones de Bayona, España tuvo unos dirigentes tan predispuestos a vender los derechos de todos mientras se cedía al chantaje de unos pocos.
Por ello, cuando se cumplen 45 años de la aprobación de nuestra última Constitución, es momento de sentirse orgulloso del marco de convivencia que crearon para nosotros la generación del 78 y decir con claridad que la nuestra es una democracia de primera que no estamos dispuestos a cambiar por ginebra de garrafón.
- Ignacio Catalá es diputado en la Asamblea de Madrid y administrador civil del Estado