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Yo no me olvido

Pero, claro, asumir el coste político de ser responsables era menos rentable que dejar que miles se abrazaran en las calles, compartiendo consignas y partículas virales a partes iguales. «Nos va la vida en ello», sentenció Carmen Calvo

Actualizada 10:26

Yo no me olvido. Aunque quieran enterrarlo bajo montañas de propaganda, programas prime-time revisionistas y titulares oportunamente olvidadizos. Aunque prefieran que la memoria colectiva se diluya entre el hastío y la resignación, yo no me olvido. No me olvido de las mentiras, de la improvisación, del cinismo con el que jugaron con la salud de un país entero mientras se protegían tras discursos vacíos y decisiones, criminal y deliberadamente, tardías.

Era febrero de 2020. En Italia, los hospitales colapsaban, las morgues se desbordaban y el mundo entero observaba, con una mezcla de horror y estupor, cómo el virus se extendía sin control. Mientras tanto, aquí, en España, el Gobierno jugaba a la política con la salud pública.

Sabían lo que ocurría; lo tenían en sus manos, en informes, en cables diplomáticos, en datos oficiales, en advertencias médicas. Pero había una cita inamovible: el 8M.

Las manifestaciones feministas eran intocables, porque el marketing «progresista» (que nada tiene que ver con el progreso) no podía permitirse ceder ante la realidad. «España es un país feminista», decían, mientras en los pasillos del poder se intercambiaban silencios y voces cómplices, conscientes de que permitir esas concentraciones masivas era jugar a la ruleta rusa con la vida de la gente.

Pero, claro, asumir el coste político de ser responsables era menos rentable que dejar que miles se abrazaran en las calles, compartiendo consignas y partículas virales a partes iguales. «Nos va la vida en ello», sentenció Carmen Calvo con una desfachatez profética. Mientras tanto, se mantenían activos alrededor de 250 vuelos diarios entre España e Italia, permitiendo la entrada de miles de pasajeros procedentes de un país ya desbordado por la pandemia. No fue hasta el 10 de marzo que el Gobierno decidió prohibir los vuelos directos desde Italia, medida que entró en vigor el 11 de marzo. Luego vendrían los muertos, los contagios desbordados, las UCI saturadas. Entonces, cuando ya no hubo forma de ocultarlo, se confinó a la población en casa con la misma prepotencia con la que, días antes, se la había empujado a la multitud.

Carmen Calvo y Begoña Gómez en la manifestación del 8-M de 2020

Carmen Calvo y Begoña Gómez en la manifestación del 8-M de 2020EFE

Y si creían que el despropósito acababa ahí...... !Ilusos!

En plena emergencia sanitaria, cuando los profesionales se fabricaban mascarillas con bolsas de basura y los ancianos morían solos en residencias que olían a abandono, el gobierno encontró en la pandemia un filón de oro. ¿Quién necesita transparencia cuando se pueden hacer negocios con contratos a dedo? Cerraron el Portal de Transparencia, amparándose en la urgencia del momento, y con ello abrieron la puerta a una feria de pelotazos. Empresas de amigos, intermediarios sin experiencia, facturas infladas, material defectuoso comprado a proveedores opacos........ juergas y putas.

Todo un espectáculo de corrupción envuelto en el celofán de la crisis. Y, mientras tanto, nosotros, encerrados, algunos ingenuos hasta aplaudiendo en los balcones, como si los vítores ahogaran el hedor de la podredumbre política.

Y pensar que, en febrero, mientras el virus se preparaba para devorarnos, el portavoz de la pandemia, Fernando Simón, declaraba con tranquilidad: «En España solo habrá uno o dos casos». La temeridad con la que se mintió y se improvisó es algo que no podemos permitirnos olvidar.

Yo no me olvido. Y no lo haré, porque la amnesia colectiva es el caldo de cultivo de la impunidad. Porque no basta con sobrevivir; hay que recordar quiénes fueron los que jugaron con nuestras vidas. Ojalá lo paguen, en público o en privado.

130.000 muertos «oficiales» pesan sobre la conciencia de quien no tiene alma.

Alessia Putin-Ghidini es abogada y profesora en Derecho

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