'Contrarrelativismo': la relativización de lo políticamente correcto
Entre no polarizar y optar por la verdad, debemos apostar siempre por la verdad, defiende el catedrático Elio Gallego
Hay un fenómeno al que me he permitido bautizar con el apelativo de contrarrelativismo, concepto que defino como «una ostensible desafección hacia la moral descristianizada imperante»; como segunda acepción de la definición, diría que se trata de «una forma de relativismo orientada a dudar de los valores anticristianos instaurados por la corrección política».
Hace escasos años, parecía que era anatema o delito mostrar cualquier tipo de discrepancia hacia los dogmas de lo políticamente correcto; pero uno ya puede manifestar su disconformidad públicamente y sentirse arropado por una porción significativa de la sociedad; aunque no le falten saboteadores de lo más enardecidos y maleducados, ya cuenta con el apoyo de muchas personas.
En aras de hacer un ejercicio de síntesis, el contrarrelativismo puede manifestarse de dos formas preponderantes: en primer lugar, el de quienes, al no tener unos valores muy definidos, se abrazaron a los bastiones de lo políticamente correcto, pero que, con el transcurso de los acontecimientos, se han terminado cayendo del guindo; en segundo término, el de aquellos a los que les ha sucedido exactamente lo mismo que a los anteriores, pero que han acabado encontrando -ante tal vacío- un refugio en la tradición cristiana occidental.
En resumen, este desencanto, a mi juicio, tiene dos estadios o etapas: el de aquellos que se quedan estacionados en el contrarrelativismo y el de quienes, a través de éste, optan por reconciliarse con la fe para ocupar el vacío ocasionado.
Aunque lo ideal sea pegar un brinco hasta el segundo escalón, cabe destacar que quienes se quedan estabulados en el contrarrelativismo ya han iniciado su proceso de conversión o de reconversión, por lo que se encuentran, por lo general, mejor encauzados que en su etapa anterior; y más en sintonía con la verdad, aunque tal acercamiento a la fe no cristalizase.
No obstante, es preciso matizar que estos últimos, también, corren el riesgo de abrazarse a filosofías o ideologías que no les hagan ningún bien, lo que supondría intercambiar un mal por otro; supuesto en el que habría que entrar a valorar sesudamente cuál de ambos males es más perjudicial.
El profesor Elio Gallego, catedrático de Filosofía del Derecho por la universidad CEU San Pablo, arroja luz sobre esta disyuntiva en una entrevista realizada por la revista Misión. La publicación en cuestión recoge un titular bastante esclarecedor, el cual reza así: «Entre no polarizar y optar por la verdad, debemos apostar siempre por la verdad». En el transcurso de la entrevista, hace la siguiente matización: «La polarización no es mala per se. Hay una polarización que supone discordia y enfrentamiento, y no cabe duda de que es mala. Pero hay otra buena, porque significa que una parte de la sociedad es capaz de plantarse y no convivir con una mentira sistematizada».
En las postrimerías de la entrevista, este pensador nos alienta «a no ser impacientes», porque «Dios es el protagonista de la Historia y no nosotros»; a lo que añade: «la educación de una comunidad y de una civilización no se da de un día para otro, pero sabemos que este proyecto de la Ilustración radical está llamado al fracaso y que los cristianos vamos a ser con seguridad quienes estemos en la vanguardia de la reconstrucción de las murallas derruidas. A esto estamos llamados y para eso nos tenemos que preparar».
Desde mi humilde punto de vista, el fenómeno del contrarrelativismo está contribuyendo a derruir las murallas anticristianas, algo que pavimenta el camino de su reconstrucción a la luz de la fe católica.
Si filósofos como Friedrich Nietzsche o Jean-Paul Sartre intentaron alejar a las gentes de la cristiandad, a base de postularse a favor de la nada (del nihilismo), para ocupar ese vacío con una moral completamente diferente, ahora, en mi opinión, está eclosionando la tendencia contraria: emerge un creciente relativismo hacia la nueva moralidad anticristiana que el propio relativismo creó; por esto, precisamente, he calificado este fenómeno de contrarrelativismo.
Otro aspecto interesante que aborda el citado catedrático de Filosofía del Derecho es el de alentarnos «a no ser impacientes», debido a que «Dios es el protagonista de la historia». Esta reflexión, bajo mi criterio, traza un eje de simetría con la Civitas Dei (o Ciudad de Dios) de San Agustín; en virtud de la cual el Señor intercede en auxilio de la Ciudad de los hombres para reconducir nuestro rumbo, pero sin anular la libertad humana. Huelga decir que, de no ser así, el mundo hubiera saltado por los aires hace mucho tiempo.