La Iglesia de Juan Pablo II muere en la batalla entre tradicionalistas y 'wokes'
Juan Pablo II, icono del catolicismo polaco, se ha convertido en protagonista de memes, mientras la juventud católica del país se polariza entre lo 'woke' y el tradicionalismo
Dawid Gospodarek, periodista de la Agencia de Prensa Católica polaca y profesor de ética y religión en un instituto de Varsovia reconoce el desconocimiento y la indiferencia de las nuevas generaciones frente a la Iglesia y su anuncio: «Los jóvenes que siguen mis cursos apenas saben quiénes son Adán y Eva», declara.
La constatación suena paradójica en el país del papa Juan Pablo II (1978-2005) y uno de los más católicos de Europa, donde el 84% de los polacos se declaran creyentes y un 42% practicantes, según el instituto de sondeos CBOS.
Secularización creciente
Sin embargo, los números ocultan un vertiginoso descenso de la práctica religiosa: del 69% al 23% entre los jóvenes de 18 a 24 que, desde 1992 hasta el 2021, reconocen su desinterés por el anuncio de la Iglesia y la fe católica.
«La Iglesia polaca tuvo un papel crucial en la emancipación frente al régimen comunista en los años ochenta», pero «tiene una postura de superioridad y una estructura congelada que rechaza la modernización; los polacos que crecieron en una sociedad abierta no se reconocen en ella», señala Stanislaw Obirek, teólogo y antropólogo en la Universidad de Varsovia.
Los jóvenes han dado la espalda masivamente a una institución «en crisis», manchada por una cascada de escándalos y por relación con el poder político.
Juan Pablo II, un meme
Síntoma de esa tendencia es que el Papa Juan Pablo II, antaño icono máximo del catolicismo polaco, se ha convertido en protagonista de incontables memes, a cada cual más ridículo.
Para los jóvenes católicos, mostrar su fe es complicado. «Me resulta imposible hablar de religión con mis amigos porque se ríen de mí, lo encuentran anticuado», confiesa Weronika Grabowska, estudiante de Economía de 25 años, que solo ha podido desarrollar su plenitud espiritual a la edad adulta en la comunidad ecuménica de Taizé y los dominicos de Varsovia.
«Si un cura me reprochara vivir con mi compañero sin estar casada, me entristecería. Y luego buscaría otro sitio», explica la joven.
'Wokes' contra tradicionalistas
La sexualidad y los derechos reproductivos subyacen en la mayoría de las tensiones entre iglesia y sociedad y los derechos LGBTIQ+ empiezan a ser una cuestión emergente.
«En los años noventa, la homosexualidad era considerada pura invención de un Occidente decadente», cuenta Robert Samborski, antiguo seminarista que fue orientado hacia el sacerdocio, «por defecto, como se mandaba a todos los jóvenes a quienes no les interesaban las mujeres».
«Me gustaría que la Iglesia católica alemana me adoptase», bromea Uschi Pawlik, católica bisexual que colabora con la fundación Fe y Arcoíris y se declara «poco optimista» sobre la capacidad de reforma de la Iglesia polaca a los dictados de la mentalidad 'woke'.
Grupos como el de Pawlick quieren cambiar el catolicismo polaco, apostando por una visión progresista contraria a la jerarquía y a la ortodoxia católica tradicional, en aras de un aperturismo ideológico como el del polémico Camino Sinodal alemán, al que el Papa Francisco ha tenido que llamar al orden, desde una extensa carta en 2019, en la que habló de «erosión» y «declive de la fe» en el país, animando a los fieles que se conviertan, rezaran y ayunaran, (además de proclamar el Evangelio), hasta el último comunicado en el que el vaticano desautoriza las pretensiones de cambio alemán, ya que "no tienen poder para obligar a los obispos y a los fieles a asumir nuevas formas de gobernar y nuevos enfoques doctrinales y morales».
Sin embargo, no todos los jóvenes creyentes son progresistas. Algunos se aferran a una visión tradicional del mundo y ven Polonia en su imaginación alterada de nostalgia y nacionalismo, como el último bastión de un catolicismo que, en realidad, pierde su histórica influencia en el país.
Para Piotr Ulrich, la condena de las relaciones extramatrimoniales, la homosexualidad, el aborto y la fecundación in vitro no son ni podrán ser objeto de debate alguno, mientras asegura que «la fuerza de la Iglesia debe residir en difundir un mensaje claro, y no en diluir su identidad», sin advertir, acaso, que no es el mensaje de la Iglesia lo que ha cambiado desde su fundación, sino la modalidad de difundirlo. El resultado y los «frutos por los que se conoce» dicho mensaje a lo largo y ancho del mundo, pueden darnos la idea de la fidelidad o de la traición al anuncio real del Evangelio, tal y como Cristo deseaba cuando envió a los Doce por los caminos.