Cuando la familia del Papa Francisco se salvó del trágico naufragio del 'Titanic italiano'
A dos días de su publicación, Esperanza, la autobiografía del Papa Francisco, revela episodios personales y su impactante historia familiar
A dos días de la publicación mundial de Esperanza, la esperada autobiografía del Papa Francisco que se traducirá en más de 100 idiomas, varios diarios italianos han adelantado fragmentos que revelan episodios personales, familiares y reflexiones profundas del Pontífice. En esta obra, escrita en colaboración con el periodista Carlo Musso, Francisco repasa su infancia, su devoción por su tierra natal, su sentido del humor y momentos que marcaron su vocación, como su primer contacto con la realidad carcelaria.
«Sigo sintiendo un amor idéntico, grande e intenso por Argentina», confiesa el Papa en uno de los extractos publicados, reafirmando su arraigo a su país y a la historia de su familia, marcada por la emigración. En el libro, recuerda cómo sus abuelos y su padre, Mario, escaparon de una tragedia. Habían comprado los billetes para embarcarse en el buque Mafalda, conocido como el 'Titanic italiano', que zarpaba de Génova el 11 de octubre de 1927 con destino a Buenos Aires.
Sin embargo, al final no pudieron hacer el viaje, ya que no lograron vender a tiempo todas sus pertenencias. El 'Mafalda' nunca llegó a destino: el 25 de octubre de 1927, mientras el barco navegaba a lo largo de las costas de Brasil, una explosión devastadora estremeció las cubiertas, hundiendo el transatlántico y dejando cientos de víctimas. «No se imaginan cuántas veces he dado gracias a la Divina Providencia por ese cambio de planes», reflexiona el Pontífice.
Cómo la cárcel se convirtió en una de sus prioridades
Francisco también narra un episodio impactante de su juventud: el suicidio de un antiguo compañero, «el más inteligente y dotado de todos», encarcelado tras disparar a un amigo del barrio. Bergoglio relata cómo sus visitas a la cárcel para acompañarlo fueron su «primera experiencia concreta con la realidad de la prisión», un encuentro con el sufrimiento humano que marcaría su trayectoria sacerdotal y su posterior empeño en la pastoral carcelaria.
De hecho, por deseo expreso del Papa, la primera Puerta Santa que se abrió en diciembre, después de la de la basílica de San Pedro, fue en la cárcel italiana de Rebibbia. Para él, es crucial vivir la esperanza con los presos, quienes no solo enfrentan «la dureza del encarcelamiento», sino también «el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en no pocos casos, la falta de respeto».
El Papa Francisco dedica una parte significativa de su autobiografía a reflexionar sobre el valor del sentido del humor como herramienta para enfrentar la tristeza y la «sana ironía» como medicina contra el narcisismo. «Los narcisistas se miran continuamente al espejo, se pintan, se observan una y otra vez, pero el mejor consejo frente a un espejo es siempre reírse de uno mismo. Nos hace bien», indica el Papa en su libro.
El Papa de chófer por Nueva York
A lo largo de las páginas, los lectores podrán encontrar algunos chistes contados por el propio Pontífice. Uno de ellos, adelantado por el diario italiano Avvenire, narra una historia ficticia que el Papa Francisco comparte sobre sí mismo durante su viaje apostólico a los Estados Unidos: «Me han contado también una [anécdota] que me afecta directamente, la del Papa Francisco en América. Más o menos es así: tan pronto como aterriza en el aeropuerto de Nueva York para su viaje apostólico a los Estados Unidos, el Papa Francisco se encuentra con una enorme limusina esperándolo», cuenta.
«Se siente un poco incómodo con tanto lujo, pero luego piensa que hace mucho que no conduce y nunca un coche como ese, así que se dice a sí mismo: «bueno, pero ¿cuándo me volverá a pasar esto…?» Mira la limusina y le pregunta al conductor: «¿No sería posible que me dejara probarla?». Y el conductor: «Mire, lo siento mucho, Su Santidad, pero realmente no puedo hacerlo, ya sabe cómo son los procedimientos, el protocolo…».
«Pero ya saben cómo es el Papa cuando se le mete algo en la cabeza, así que insiste, insiste, hasta que finalmente el conductor cede», continúa su relato. Entonces, el Papa Francisco se pone al volante en una de esas enormes avenidas y… se entusiasma, comienza a pisar el acelerador: 50 por hora, 80, 120… Hasta que de repente suena una sirena y un coche de policía le detiene. Un joven policía se acerca a la ventana oscura, el Papa, un poco intimidado, la baja, y el policía se pone pálido.
«Un momento», dice, y regresa a su coche para llamar a la central. «Jefe… creo que tengo un problema». Y el jefe le responde: «¿Qué problema?». «Bueno, he detenido un coche por exceso de velocidad… pero hay alguien realmente importante dentro». «¿Qué tan importante? ¿Es el alcalde?». «No, jefe, más que el alcalde…». «¿Y más que el alcalde, quién está? ¿El gobernador?». «No, más aún…». «¿Será el presidente?». «Más, creo…». «¿Y quién puede ser más importante que el presidente?». «Mire, jefe, no sé bien quién es, pero le digo que ¡el Papa le hace de chofer!».
Su amistad con el escritor Jorge Luis Borges
Su relación con figuras culturales también ocupa un espacio destacado en el libro. Francisco rememora con especial afecto su amistad con el escritor Jorge Luis Borges, a quien invitó a dialogar con sus alumnos cuando era profesor. «A los 66 años, tomó un autobús de noche y viajó ocho horas hasta Santa Fe solo para encontrarse con los estudiantes», relata. Describió al autor como «un agnóstico que rezaba todas las noches el Padre Nuestro, cumpliendo una promesa hecha a su madre», y que murió con consuelo religioso.
Con Esperanza, Francisco no solo expone su historia personal, sino que subraya los valores que lo han definido: la fe, la compasión y un profundo sentido del compromiso con los demás. En palabras suyas: «La vida de mi familia ha conocido muchas penurias, sufrimientos, lágrimas, pero incluso en los momentos más duros experimentamos que una sonrisa, una carcajada, podían arrancarnos la energía necesaria para retomar el camino».
El Papa también evoca su infancia en Argentina, rememorando la casa en la que vivió desde los dos años hasta los 21. En ese hogar de la calle Membrillar, número 531, recuerda cómo la vida en esa sencilla casa de una planta, con tres dormitorios y una terraza: «Esa casa y esa calle fueron para mí las raíces de Buenos Aires y toda Argentina».
Mi madre solía decir que nosotros cinco hijos éramos como los dedos de una mano, cada uno diferente al otro; todos distintos y todos igualmente suyos: «Porque si me pincho un dedo, siento el mismo dolor que sentiría si me pinchara otro». Esos recuerdos, llenos de familia y cercanía, que dan testimonio de un tiempo en el que la unión y el sentido de pertenencia a su tierra marcaron su vida y, a través de ellos, su manera de ver el mundo.