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Abecedario filosóficoGregorio Luri

De Brague a Burckhardt

La cuestión central que recorre toda la obra de Brague la podemos formular así: ¿Por qué nos resulta tan difícil, a nosotros, que somos la primera generación que cree haber sobrevivido a sus dioses, ser nihilistas a tiempo completo

Actualizada 09:36

Brague, Rémi

La cuestión central que recorre toda la obra de Brague la podemos formular así: ¿Por qué nos resulta tan difícil, a nosotros, que somos la primera generación que cree haber sobrevivido a sus dioses, ser nihilistas a tiempo completo? Una vez muerto Dios debiera haber desaparecido el miedo, pero sospechamos que el diablo aún sigue vivo y notamos que la fe siempre tiene hambre. Ya no creemos en el hombre, pero nos asusta el antihumanismo; no nos entendemos como herederos de la Ilustración, pero sospechamos que la antiilustración puede ser una forma de barbarie; no queremos ser santos, pero no podemos vivir sin considerarnos portadores de valor. Al no poder ser buenos por convicción, intentamos serlo por defecto, abrazados a nuestra última virtud, la tolerancia, que es una virtud que nos impide matar… pero no nos garantiza el anhelo de vivir. En definitiva: No hay manera de librarnos de la ley. Cuando creemos librarnos de leyes superiores, nos descubrimos encadenados a leyes inferiores.

Brillo

Si Marcel Duchamp convirtió en obras de arte objetos comerciales cotidianos (su famosa «Fuente»), Andy Warhol transformó en arte marcas comerciales como la Coca-Cola, el ketchup Heinz, los cereales Kellogg o las cajas de jabón Brillo que se encontraban apiladas en cualquier supermercado norteamericano.

En 1964 presentó en la Galería Stable de Nueva York un montón de cajas brillo y, al cambiar el contexto, Warhol cambió el texto, mostrándonos que la libérrima voluntad del artista es capaz de jugar con el significado de cualquier objeto y que ese juego era arte.

Curiosamente las cajas de Brillo habían sido diseñadas por un pintor expresionista abstracto, James Harvey, que se ganaba la vida haciendo publicidad. Pero sus cajas valían unos centavos y las de Warhol, 200 dólares. En estas estábamos cuando en el 2010 el artista Mike Bildo reprodujo las cajas Brillo de Warhol en la Lever House de Nueva York titulándolas «Not Warhol Boxes». Demostraba así que si el arte siempre ha necesitado herederos, el arte moderno, al subvertir la relación entre texto y contexto, se permite la libertad de crear sus propios predecesores.

Un condicional más: Si la ironía es el lenguaje que juega con los significados contextuales, ¿lo que inaugura Duchamp es algo más que una soberana carcajada que los legos debemos tomar en serio? Parece evidente que ha llegado la hora de responder a esta pregunta decidiendo qué relación quiere mantener el artista con aquello de lo que no nos atrevemos a reírnos para no exponernos a una fatua o a una cancelación.

Bueno. Lo bueno en el Chicago de Al Capone.

El 9 de junio de 1904 Charles Pierce escribe a su discípulo, John Dewey, un poco enfadado por el último ensayo de éste, Studies in Logical Theory. Tras acusarlo de haberse dejado arrastrar por una «orgía de razonamientos inconexos», lo reprende porque, viviendo en Chicago, una ciudad corrompida por la mafia, no tiene inconveniente en poner en tela de juicio lo bueno y lo malo, dando así una coartada moral a los asesinos.

Bueno, Gustavo

Transcribo una sabrosa anécdota contada por José Luis Villacañas (Levante, 9-8- 2016: «Gustavo Bueno, in memoriam».

«Gustavo Bueno no tenía reflejos mundanos y en esas situaciones en las que la ironía es necesaria, él estaba perdido. Una vez, en Granada, mediados los 90, estábamos en un congreso con otros profesores de su generación a los que él respetaba mucho. Uno de ellos era Valls Plana, el socarrón catalán gran especialista en Hegel [...]. En las largas veladas de las madrugadas tras los congresos no tenía par en ingenio. Pues allí estaba en la Plaza de la Audiencia con Gustavo Bueno en medio de un corro, gesticulando sobre lo mal que estaba la filosofía en España».

«Al hegeliano Valls aquello le parecía, como casi todo, algo unilateral. Para demostrar que nunca había estado mejor en España, Valls lo puso a él como ejemplo. ¿Cuándo un filósofo había sido tan popular como él?, le dijo. Para demostrarlo, detuvo al azar a un grupo de señoras mayores que paseaban por allí. Nos separó a todos y dejó a Gustavo Bueno en el centro, solo, frente al grupo de otoñales granadinas. Bueno se quedó un poco parado […]. «¿A que ustedes conocen a este hombre?», les dijo Valls, señalando a nuestro colega. Ellas se quedaron mirando a Bueno y, un poco tímidas, contestaron que sí, que lo conocían. Valls respondió pletórico. «Lo ves, Gustavo, ¡te conocen!». Bueno se sintió feliz de ser reconocido. «¿De dónde lo conocen?», siguió Valls. Una de las señoras se atrevió y dijo: «De la televisión». La felicidad de Gustavo Bueno le hizo romper en una amplia y bondadosa sonrisa.

«Él vestía siempre de manera muy sobria, con tonos grises y oscuros. Su aspecto era el de un ibero de Cameros, aguerrido y pequeño, enjuto y con rostro anguloso, de expresión dura, numantina, pero que sabía ofrecer de vez en cuando una sonrisa desvalida. Cuando finalmente Valls hizo la pregunta definitiva, el silencio se hizo a nuestro alrededor. «¿Y qué profesión tiene este hombre?» […] La más audaz, convenientemente animada por Valls, se atrevió a dar la respuesta oportuna: «Es un obispo», dijo.

Bunin, Iván

Ivan Bunin, Días malditos: «Es horrible decirlo, pero se trata de la pura verdad: de no haber sido por las desgracias que padecía el pueblo, miles de intelectuales habrían sido los hombres más desdichados de la tierra. ¿Qué motivo habrían encontrado entonces para reunirse y protestar?»

Días malditos es el diario que fue escribiendo Bunin a escondidas en Moscú y Odesa en 1918, mientras asiste perplejo al desmoronamiento de su mundo sin acabar de creer que la realidad pueda ser tan grosera como se le muestra cotidianamente.

Burckhardt

El maestro de Nietzsche, Jacob Burckhardt, solía decir que el verdadero magisterio tiene el deber moral de incubar deslealtades.

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