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Fernando Bonete Vizcaino
Fernando Bonete Vizcaino

Agatha Christie, pionera del surf

La autora que convirtió a sus lectores en detectives, dijo encontrar su momento cumbre en la playa, antes de encontrar el equilibrio sobre la tabla

Actualizada 04:30

Agatha Christie durante una entrevista en Eslovenia en 1967

Agatha Christie durante una entrevista en Eslovenia en 1967

Una de las características más notables de la obra de Agatha Christie –la novelista más vendida en todo el mundo– es su honestidad. La reina del crimen siempre brinda al lector las pistas necesarias para resolver los casos planteados en sus tramas whodunit –«¿quién lo ha hecho?»–. La solución llega de unir las piezas del puzle que han sido presentadas, que son las mismas para el que lee que para el que protagoniza la novela. No hay trampa ni cartón, las reglas del juego son las mismas para todos; otra cosa es que seamos tan ingeniosos como Poirot quien, según cuenta en La caja de bombones (1923), solo habría fracasado –por culpa suya– una sola vez.

Este rasgo sobresaliente de su narrativa –convertir a sus lectores en detectives– ha provocado que durante años la anécdota más recurrente sobre la escritora fuera su desaparición, quizá el único misterio del que no dejó las suficientes pistas para quedar explicado por completo, ni siquiera para ella misma. El 3 de diciembre de 1926 fue hallado su coche con un golpe frontal –por cierto que Christie fue de las primeras mujeres británicas en contar con carné de conducir–. Estaban sus pertenencias, pero no ella. Se la buscó durante once días por toda Gran Bretaña temiendo lo peor. El ministro del Interior dispuso a más de mil agentes para encontrarla, a los que se sumaron quince mil voluntarios, y fue la primera búsqueda de la nación que contó con medios aéreos.

«Fuga histérica»

Al final, los músicos de la orquesta del Hotel Hydropatic la reconocieron entre los huéspedes del alojamiento. Se había registrado utilizando el nombre de la amante de su marido, con el que había discutido antes de salir en coche once días antes. De lo ocurrido tras el choque, y cómo y por qué se alojó allí no se conocieron nunca los detalles. «Fuga histérica» es el veredicto de los psicólogos.

Con razón de tamaña movilización para un caso que podríamos calificar de metaliterario, queda ensombrecida otra anécdota: que después del príncipe Eduardo, la única persona de la que se tiene constancia que practicara el surf –manteniéndose en pie sobre la tabla, como se practica hoy– fue Agatha Christie, lo que la convertiría en una pionera de este deporte, que aprendió en Waikiki (Hawái), en uno de sus muchos viajes por el mundo. En su autobiografía: «aprendí que el momento cumbre del día era cuando iba a la playa. En ese momento conseguía mantener el equilibrio de pie sobre la tabla y dirigirme así hasta la orilla».

Y aparejada a esta anécdota, una posibilidad para nada remota –u otro misterio sin resolver–: además de Hawái, la tabla de surf le acompañó en sus viajes a Ciudad del Cabo, Australia y Nueva Zelanda; ¿pudo acompañarla también a sus admiradas playas de Las Palmas de Gran Canaria?

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