El último verano apoteósico de El Juli
Al torero madrileño le queda menos de un mes de canícula y de carrera, a la que pondrá fin ya entrado el otoño el 1 de octubre en Sevilla
La historia del mito está a punto de comenzar con el recuerdo no solo de su grandes triunfos, sino también el de sus triunfos parciales (incluso el de sus silencios y sus broncas), esos que en otros parecían imposibles y él los encontró a fuerza de sabiduría, arrojo y una listeza de cuna. Empezarán las tertulias a glosar las gestas y los detalles que aflorarán primaverales como en su club Guerrita pontificaba y sacaba hallazgos, los hallazgos de El Juli, una colección para escribir una novela, como aquella de Pedro Saputo, el héroe aragonés que todo lo hacía bien.
Porque El Juli lo hace todo bien. Hasta las banderillas que dejó de poner porque quiso en su evolución constante y para que algunos tontos le consideraran serio, a la altura de otros que nunca llegaron tan alto. Se va el torero de Velilla de San Antonio de forma triunfante, dejando nuevos hitos para terminar su historia con la sensación de que podría seguir hasta aplastarlo todo en el delirio.
Quizá la tarde que define, hasta el momento, el último verano apoteósico de El Juli fue la de su encierro en Gijón, donde paseó ocho orejas y un rabo e indultó al primer toro en la historia de la plaza de El Bibio. Allí volvió a poner banderillas y a torear por zapopinas casi como unos jóvenes Rolling Stones cantan desde los carteles de Los Ángeles su última canción. Va El Juli entrando para irse de los cosos en la emoción que se podía imaginar, pero no tanto, y que calibra la impronta del maestro al que se despide como a los maestros antiguos. Porque él lo es.
Los últimos capotazos, los últimos muletazos que son como diamantes sucios de tierra y de sangre. El verano que se acaba. El verano eterno de El Juli que, parece mentira, pero se termina. Se está acabando en una cuenta atrás que mira con asombro y expectación al 30 de septiembre en Madrid, su adiós a Las Ventas, y un día después a su adiós en Sevilla, la Maestranza de sus siete Puertas Grandes que, si fueran ocho en la última corrida de las cerca de 2.000 que ha lidiado, igual se cae el mundo un instante, antes de volver a levantarse con El Juli ya en el recuerdo eterno.