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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

Francisco de Quevedo (1580-1645): «Amor constante más allá de la muerte»

Opinan muchos que éste es el mejor soneto de toda la literatura española. Aunque esas valoraciones sean siempre subjetivas, no cabe duda de que éste es uno de los mejores

Actualizada 17:43

Don Francisco de Quevedo pintado por Velázquez

Don Francisco de Quevedo pintado por VelázquezGTRES

Para el muy exigente Jorge Luis Borges, Quevedo «es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura». Su biografía tiene no pocos episodios novelescos y oscuros, pero su obra literaria no es discutible: se trata de un auténtico genio creador del lenguaje, al que vemos hoy como un claro precursor del esperpento de Valle-Inclán y hasta del experimentalismo lingüístico de James Joyce.

En prosa y en verso, encarna Quevedo los dualismos del barroco: las burlas y las veras; la profundidad filosófica y el juego verbal; la picaresca desengañada del Buscón y la caricatura de los Sueños; la hondura doctrinal de la Política de Dios y gobierno de Cristo; la sabiduría clásica de la Vida de Marco Bruto y el humor grosero de las Gracias y desgracias del ojo de culo

En los poemas de amor de Quevedo encontramos tanto el idealismo más elevado como el descenso a lo corporal y escatológico. En uno y otro caso, eso sí, con genialidad lingüística y con esa potencia expresiva que definió Dámaso Alonso como «desgarrón afectivo». Como resume José Manuel Blecua, «la poesía como expresión de la autenticidad del ser y la poesía como juego».

En este soneto, con metáforas encadenadas, los cuatro primeros versos significan, simplemente, ‘aunque me muera’. La «ribera» (verso 5) es la de la laguna Estigia: en la mitología clásica, la que separaba la vida de la muerte. En el barroco, es tópica la comparación de la pasión de amor con un volcán, con el fuego («mi llama», verso 7), frente al desamor y el olvido («el agua fría»). El «dios» (verso 9) que ha sido prisionero del amor es Cupido. «Humor» (verso 10) se llamaba en el Siglo de Oro a ‘cada uno de los líquidos de un organismo vivo’. Para mantener el ritmo, las «medulas» del verso 11 deben ir sin acento.

La complejidad del soneto se advierte en los paralelismos, en la riqueza de imágenes y en la sentenciosidad. Como si se tratara de un silogismo, todo desemboca en la conclusión: en ese verso final, que se queda grabado indeleblemente en nuestra memoria.

No triunfa aquí el pesimismo barroco. La lección que nos da el soneto es positiva: un amor auténtico vencerá a la muerte y al olvido.

Los últimos versos constituyen la más esperanzada afirmación de la religión del amor: si he amado de verdad, mis entrañas no dejarán nunca de arder. Ni siquiera la muerte podrá vencer al amor: hasta mis cenizas continuarán siendo, para siempre, «polvo enamorado». El amor habrá dado «sentido» a mi vida.

Con extraordinaria belleza, Quevedo proclama así triunfalmente nuestra esperanza.

Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,

dejará la memoria en donde ardía:

nadar sabe mi llama el agua fría

y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

medulas que han gloriosamente ardido

su cuerpo dejarán, no su cuidado:

serán ceniza, mas tendrán sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.

  • Francisco de Quevedo.

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